22. Buenos días

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Cuando Jeongin abrió los ojos, todavía estaba oscuro. No sabía si era de día o de noche porque las persianas seguían cerradas a cal y canto. Estaba solo en el sofá, con una manta gruesa sobre el cuerpo.

Movió un poco las manos y tropezó en el camino con un bulto. Se fijó un poco más, vislumbrando la cabellera negra esparcida a su lado: Hyunjin dormía incómodamente, sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en el asiento. La culpa le oprimió el esófago. Y las mariposas explotaron con violencia en su estómago al mismo tiempo.

Se preguntó por qué no se había marchado, por qué seguía allí, a su lado. Jeongin, ciertamente, no se lo merecía. Había entrado en una casa que no era suya sin avisar, no era más que un delincuente. Uno que le había roto el corazón a ese alfa dramático que se sentó en el suelo a velar su sueño. Definitivamente, nadie que se comportara como él lo hizo, que abandonara al hombre sin explicaciones, merecía ser cuidado como si valiera algo.

Y, egoístamente, quería atesorar ese instante en su mente para siempre. Tenía que recordarlo para calentar su corazón en las noches frías, para sentirse un poco más persona y un poco menos títere de la familia Yang.

Guardaría en su memoria el tacto suave del sofá en su mejilla y el peso de la manta sobre su cuerpo, el olor a cerrado, a maracuyá y a sándalo.

Sin poder evitarlo, acarició los mechones, disfrutando de cómo le hacían cosquillas en la palma de la mano. Quería verlo mejor, subirlo al sofá y decirle que se tumbara a su lado. Necesitaba un abrazo apretado como el que le dio antes de quedarse dormido. Quería volver el tiempo atrás y no hacerle caso a su abuelo. Que no le importase que Yang Doyun estuviera enfermo; negarse a casarse con alguien a quien no amaba; quedarse con Hyunjin para siempre; enseñar con orgullo a su abuelo una marca fresca en su cuello; proteger a sus amigos de su influencia; decirle que no podía nombrar nunca más a su madre porque él mismo lo había prohibido.

Oh, Dios santo, como necesitaba a su madre.

De repente, quería saber si era alfa, omega o beta, a qué olía, cómo sonaba su voz... ¿Tuvo un padre Jeongin? ¿Tal vez otra madre? ¿Serían como los señores Hwang? Quizá eran como el propio Hyunjin con Suni. Jeongin quería pensar que, si hubiera podido, Yang Heera también hubiera inventado canciones tontas con su nombre, como hacía el alfa; le hubiera llevado al parque y se tiraría por el tobogán cuando él tuviera miedo; lo hubiera abrazado muy fuerte cuando tuviera una pesadilla. Elegía creer que su madre le hubiera amado como Hyunjin y Jisung amaban a Suni: sin imposiciones, sin obligarlo a ser lo que no era, sin voz de mando, sin golpes...

—Buenos días... —El tono ronco del alfa lo sacó de un tirón de su fantasía.

En la oscura habitación, los ojos rasgados de Hyunjin todavía no se abrían. Su propia mano seguía, sin darse cuenta, sobre la piel del hombre, concretamente sobre la mejilla impoluta y cálida.

Hwang ronroneó, restregándose inconscientemente contra la palma de su mano y Jeongin se lo permitió. ¿Qué podía hacer si hacía tanto tiempo que extrañaba su tacto? Su pulgar se movió sobre la piel, muy cerca del bonito lunar bajo su ojo. Quería besar cada rincón de su rostro, desde su nariz a sus párpados perfilados, dejar un pico en sus pómulos, en la línea de su mandíbula, comerse sus labios hasta quedarse sin respiración.

No lo hizo.

En su lugar, apartó despacio su extremidad, metiéndolas debajo de su cabeza para evitar seguir tocándolo.

Hyunjin despertó del todo lentamente, desperezándose. Estiró los brazos y sus huesos sonaron por lo incómodo de la posición en la que había pasado la noche. Jeongin lo observó levantarse y sacudirse. Él todavía no quería moverse, si se quedaba ahí no cambiaría nada, podría fingir que no tenía una vida a la que volver, un agujero de mármol y apliques dorados que lo esperaba. Estaba vivo por primera vez en tanto tiempo que no quiso perder esa sensación.

FRESAS Y MARACUYÁ | Lavanda 2 | ChangLix | HyunIn | Minsung | OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora