NO PUEDO TOCARLA

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Se mantuvo a su lado mientras uno de los hombres de Caleb la cargaba hacia el interior del palacio.
Su rostro parecía más sereno que minutos antes y el soldado fue sumamente cuidadoso.

Posiblemente la amenaza que lanzó sí algo le ocurría a ella fue lo suficientemente aterradora como para que la llevase como sí se tratara de una carga valiosa.
Y lo era. Para Zane.

No sé apartó de su lado en ningún momento, ni cuando su madre apareció preocupada por lo ocurrido, y mucho menos cuando lo hizo el médico.

Su amigo llegó cuando ya la habían revisado y asegurado que aunque las marcas de sus manos tardarían unos días en desaparecer, ella estaba bien. Su propia sangre, ahora fría gracias a sus poderes, se estaba encargando de mantenerle el cuerpo a la temperatura que debía tener.

—Dios mío, mi niña. ¿Qué ha ocurrido, Zane?

—Lograron traspasar a los guardias —habló entre dientes y apretó los puños con fuerza. Durante todo el rato que se quedó con ella en la habitación tuvo mucho tiempo para pensar y finalmente una idea se mantuvo lo suficientemente firme en su mente. Y ahora todo lo que quería era arrancar cabezas si estaba en lo cierto.

—Eso no debería haber ocurrido. Nadie ha...

Compartió una mirada con su mejor amigo. Estaba claro que él había llegado a la misma conclusión y una rabia tan parecida a la suya nubló sus ojos.

—Disculpen, debo hacer algo.

Se retiró con una inclinación de cabeza y salió del dormitorio.

Estaba seguro de que no descansaría hasta que descubriera quién les había traicionado. Y más le valía a esa persona esconderse bajo tierra porque si algo caracterizaba a Caleb era lo tenaz que podía a llegar a ser.

Ellos habían crecido juntos, y pese a su diferente estatus, eso nunca les impidió formar una amistad inquebrantable. 

Para Zane, Caleb era su hermano, la persona en la que más confiaba en el mundo y sabía a ciencia cierta, que no dudaría en interponerse entre él y la muerte. Y ahora que había encontrado a su pareja, Irati estaría también bajo su protección. No solo por el cargo que ocupaba.

—Puedes irte, Zane. Me quedaré con ella.

Miró a la antigua reina y casi la sintió estremecerse. El fuego en sus ojos debió ser intenso.

Nada podría separarle de ella y quien se atreviera a intentarlo sufriría las consecuencias.

En su familia, no todos los hombres llegaban a conocer a su pareja. Su padre no lo había hecho y antes que él, su abuelo tampoco, por lo que nunca creyó que él tuviera esa suerte. Todo lo que sabía acerca de ese tipo de amor, era por las historias de antepasados a los que nunca conoció.

—Me quedaré.

—El atardecer está cerca.

—No voy a moverme de su lado. Tarde o temprano tendrá que saber la verdad sobre la maldición.

—Te recuerdo que fue tu idea no contarle nada. 

—Y hoy podría haberla perdido. No la mantendré en la oscuridad acerca de lo que ocurre. Necesita conocer toda la historia. ¿Cómo nos ayudará sino?

—La razón era no poner más preocupaciones sobre sus hombros. Descubrir de pronto que eres heredera de un reino del que nunca has oído hablar y que tienes poderes no debe ser sencillo. Sin contar que la madre a la que perdiste aparece de nuevo y ni siquiera la puedes abrazar. ¿Qué crees que se sentirá si no solo le contamos acerca de que estamos todos malditos, sino que, además, es la pareja destinada de un hombre que no puede tocarla porque eso podría matarla? ¡Solo tiene diecisiete años, Zane!

El reino de hielo y sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora