La primera semana de clases se pasa en un santiamén, lo que quiere decir que dentro de poco vendrán los exámenes. No lo voy a negar, siento una enorme presión sobre mis hombros porque sé que debo ser la mejor. No puedo llevar el apellido Díaz y tener el tupé de fracasar, ni por un segundo.
Cero excusas y mucho trabajo. Es lo que he hecho desde que empezaron las clases: llego a casa, apenas pico algo de almuerzo y con una copa de vino (o dos) me dispongo a estudiar toda la tarde en cuanto a teoría se refiere.
Pero hoy es sábado y ya estoy cansada de estar en mi casa, así que me dispongo a visitar a mi hermano Sebastián. De todos modos, ya le toca su dosis de Montserrat.
Él vive con Mauricio, en las afueras de la ciudad. Solíamos vivir juntos, pero una vez empezó a estudiar pastelería se tuvo que ir porque Leonardo le quitó todo el apoyo y eso incluía la casa. Mauricio es quien se está haciendo cargo de Sebas, aunque a nuestro padre le disguste.
Espero por Pascual, el chofer que Mauricio ha puesto a nuestra disposición para cualquier cosa, y en el largo trayecto me dedico a ver las redes sociales. Me encuentro con que tengo dos seguidores nuevos: Cristian y Alejandra.
Aplano los labios, sabiendo lo que eso significa. De todos modos, no es que estaba ocultando que soy una Díaz, simplemente que ahora ya lo saben y no quiero pensar qué me dirán el lunes. Solo espero que no haya rivalidades, porque no me morderé la lengua ante cualquier veneno que quieran lanzar contra mí.
Reviso el perfil de Cristian, sin poder evitar la espinita de la curiosidad. Por supuesto, tiene muchas fotos con su novia, a quien le dedica palabras muy bonitas y también tiene fotos de otra mujer, mucho más adulta. Creo que es su madre, pues se parece a él un poco.
No necesito indagar en su vida, así que bloqueo el celular. No me interesa y no tiene por qué hacerlo tampoco.
Después de Charlotte, una amiga que tuve en la secundaria cuando estudiaba en España, no me quedan ganas de tener amigos. Mi apellido solo atrae a perras arrastradas que están detrás de mí por algún beneficio, en el caso de Charlotte: mi hermano y el prestigio que conllevaba salir con él.
No lo quiso nunca, solo quiso aprovecharse de él, y le montó los cuernos. Lo bueno fue que Mauricio, en realidad, no estaba enamorado de ella y no oficializó con rapidez aquella corta relación.
Con lo guapa que es, porque la condenada lo es y mucho, solo quería bajar la calentura y ya.
No digo que Cristian sea igual, pero ni lo quiero averiguar. Prefiero prevenir.
Cuando llegamos, Pascual me abre la puerta y salgo del carro para encontrarme a Sebastián, quien me recibe con un fuerte abrazo. Suspiro y lo aprieto aún más contra mí, lo extrañaba tanto.
—Hermanita —me dice, besando mis cabellos y se separa, aunque no me suelta—. No pensé que iba a decir esto, pero te extrañaba un chingo.
—Ay, que naco suenas hablando así —me burlo y él se ríe, negando con la cabeza—. Yo también te extrañé. ¿Cómo van las clases?
—Bien, la verdad. Estoy muy emocionado, cada vez falta menos para que me den mi título de chef pastelero —responde, sonriendo.
—Y estarás trabajando junto a Mauricio —agrego y él afirma, contento.
— ¿Cómo está Leonardo? —pregunta mientras abre la puerta para mí.
—Como siempre: machista, engreído, patán... —respondo y suspiro—. ¿Lo extrañas?
—Por supuesto que lo extraño —responde, mirándome—. Es mi papá al fin de cuentas, quien me enseñó a nadar, a andar en bicicleta, quien me dio la charla. Es mi papá y me duele que no me quiera ver porque piensa que soy marica y porque quiero ser pastelero.
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Embriagarte de mí | Libro 3 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)
RomanceMontserrat Díaz lo tiene casi todo. Como la única mujer en una familia de hombres, es la consentida por excelencia. Sin embargo, hay un deseo que la consume: tener su propia marca de vinos. La vida le presenta un desafío inesperado cuando Cristian F...