CRISTIAN
Me subo a mi motocicleta, llevando el casco a mi cabeza pero me detengo al ver la imagen frente a mí. Montse se acerca a un señor que tiene una caja de bombones en las manos, lo abraza con una sonrisa en el rostro y él la imita.
Estoy casi seguro de que es su padre.
Se suben al auto y se marchan, mientras yo pienso en quién es realmente Montserrat Díaz. Es prácticamente parte de la realiza gastronómica del país, su padre es dueño del mejor restaurante de la ciudad y su hermano mayor está dentro de los mejores diez chefs del país. Son una familia rica y ella es la única mujer, es obvio que debe ser consentida por su papá y sus hermanos, es mimada y caprichosa.
Y todavía hay algo en mi interior que me dice que no todo es como ella lo muestra. No debería sorprenderme cómo trató a Alejandra, pero lo hace y creo que es porque traté de no predisponerme. La gente rica no siempre es vanidosa, egoísta o competitiva, pero eso es exactamente lo que parece Montserrat.
Lo más seguro es que se le subió el apellido a la cabeza, pienso y me coloco el casco para manejar al trabajo.
No sé con precisión por qué me pasa esto con ella, pero cuando la conocí pude ver, muy en lo profundo, de sus ojos cafés un toque de tristeza que se me hizo vagamente familiar. En mi interior hay una voz que me hace sentir que esa angustia, que ella se esfuerza por ocultar al mundo, es una que yo puedo comprender a la perfección. Solo que no sé cuál es su problema.
Es mejor tenerla lejos, entonces, como ella prefiere. A mi edad no estoy para lidiar con el drama de una muchachita diez años menor que yo. Está en el pleno inicio de la adultez y ha nacido en cuna de oro.
¿Qué se puede esperar de una muchachita que lo tiene todo?
Llego a mi trabajo, saludando a algunos compañeros con una sonrisa en el rostro. No es el mejor del mundo, pero me ayuda a pagar el alquiler de la habitación en la que resido. Además, es digno y con eso me basta: soy parquero de un hotel 4 estrellas.
Las propinas son buenas y eso es un extra que, en definitiva, necesito.
***
—Amor, vos sabés que aquí hacés mucha falta —habla Caro y sonrío, negando con la cabeza.
—Solo a ti y a la abuela, no tengo a más nadie —le recuerdo y rueda los ojos—. Espero que pronto puedan venir para acá, las quiero tener cerquita.
—Sí, pero sabés que no me voy a mudar a México —dice, alzando una ceja—. Yo tengo toda mi vida aquí, no quiero irme a otro país, Cris. Ya lo hemos hablado.
—Tranquila, cambiarás de idea cuando vengas a México, así sea solo a conocer —le digo y ella niega, sonriendo—. Aquí el ambiente es increíble, todo es colorido, alegre, ¡y la comida! Es increíble.
—Oigan a este, ¿es que acaso no extrañás las arepas con quesito y recalentado?
—Uy, sí. La verdad es que sí —me rindo, sintiendo que babeo de solo pensarlo—. Y a ti también, mona.
—Bueno, te dejo porque tengo que hacer unas vueltas. Te llamo mañana, amor —se despide y yo le hago caritas tristes que la hacen reír—. Anda que tenés que dormir, buenas noches.
—Buenas noches, mona. Te amo —me despido y ella me lanza un beso a través de la pantalla de su celular—. Y no andes en la calle a estas horas.
—Te amo, dejá de ser tan mandón. —Y cuelga.
Caro va a ser la señora Santos pronto, pero primero debo encontrar la forma de convencerla de mudarse acá conmigo. Si se queda en Colombia, va a visitar demasiado las comunas de Medellín, donde ella nació, y esas zonas son peligrosas.
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Embriagarte de mí | Libro 3 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)
RomanceMontserrat Díaz lo tiene casi todo. Como la única mujer en una familia de hombres, es la consentida por excelencia. Sin embargo, hay un deseo que la consume: tener su propia marca de vinos. La vida le presenta un desafío inesperado cuando Cristian F...