N/A: Vayan por el agua bendita de una vez, pecadoras. Las vigilo e.e
Inicio del segundo año de la escuela.
Darío hace un tiempo que se mudó pero, aunque no nos hemos visto con la frecuencia a la que nos acostumbramos, nos ha ido bastante bien. Me he enfocado tanto en clases y en estar con él que no he pensado en nada más.
Mejor dicho, en nadie más. No me interesa Leonardo y he aceptado que mi relación con Cristian es meramente amistosa. Si hubiese una balanza sobre mis sentimientos, Darío estaría ganando.
Claro, también está el hecho de que estuvimos de vacaciones y no he visto al colombiano en un mes. Estuvimos escribiéndonos, pero no nos encontramos en persona. Se dedicó de lleno a trabajar y ni siquiera viajó a su país natal.
Por otro lado, Darío y yo hemos desarrollado una especie de sistema que nos ha permitido mantener la llama de la pasión intacta. Cada encuentro ha sido más ardiente que el anterior e incluso en los famosos "rapiditos" hemos podido disfrutar de lo que sentimos y la adrenalina.
Me miro en el espejo, reprimiendo una sonrisa. A través del reflejo puedo ver a Darío durmiendo, con las sábanas cubriendo lo justo y necesario de su cuerpo. Su espalda ancha se me hace preciosa y fuerte, pálida como un lienzo en blanco que espera a ser pintado.
Una idea aparece en mi mente tras ese último pensamiento y gateo sobre la cama, hasta estar a horcajadas sobre él. Se queja, pero no dice nada más y me acerco para dejar besos por su piel y estos quedan marcados gracias al labial vino que me apliqué mientras divagaba.
—Es hora de levantarse. Te dejé dormir más porque te arreglas más rápido que yo —le digo en el oído y me siento a su lado, arrodillada para no seguir molestando con mi peso.
—No quiero, estoy muy cansado —se queja, enterrando el rostro en la almohada.
Su brazo se enrosca en mi cintura y tira de mí para que me acueste junto a él, por lo que termino chillando y riendo. Él por fin me muestra su rostro somnoliento, pero sonríe.
—Buenos días, mi diosa —saluda y yo escondo mi rostro en su cuello, avergonzada por ese apodo.
—Buenos días, amor —respondo, mi voz amortiguada por su piel—. Anda, vamos. No quiero llegar tarde a clases y ya seguro nos esperan afuera para comer.
—Lamento no tener las mismas energías que tú, creo que me las absorbiste anoche con tanto sexo —se queja, avergonzándome el triple y se ríe ante la expresión de perplejidad en mi rostro.
—Ay, mejor levántate ¿sí? Deja de decir cochinadas —le digo, levantándome de la cama.
—Eso no parecía disgustarte anoche —canturrea, solo por molestarme más.
Ruedo los ojos y me miro en el espejo, arreglando mi cabello que se despeinó por el roce de las sábanas. El labial lo retocaré después de comer y cepillarme los dientes.
Por el reflejo puedo ver cuando Darío se levanta como su madre lo parió y trago saliva con dificultad cuando se detiene detrás de mí. Lo miro a través del espejo, sin saber qué esperar y un suspiro entrecortado se me atasca en la garganta cuando enrolla mi cabello en su mano y tira de él para tener acceso a mi cuello.
—Mierda, Darío... —gimo, cerrando los ojos y luchando con todo mi autocontrol para seguir siendo una estudiante responsable—. Voy a llegar tarde, anda. No hay tiempo para... esto.
Me callo cuando su mano libre se adentra bajo mi camisa y saca uno de mis senos del sostén. Sus dedos juegan con mi pezón, mandando corrientes eléctricas a mi cuerpo y mis piernas se cierran de forma involuntaria. No sigo batallando para que se aleje, sino que dejo que haga conmigo lo que quiera.
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Embriagarte de mí | Libro 3 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)
Roman d'amourMontserrat Díaz lo tiene casi todo. Como la única mujer en una familia de hombres, es la consentida por excelencia. Sin embargo, hay un deseo que la consume: tener su propia marca de vinos. La vida le presenta un desafío inesperado cuando Cristian F...