La propuesta de Darío me distrajo durante casi toda la clase, puesto que Cristian también se adueñó de mis pensamientos. ¿Cómo no? Si lo tenía junto a mí, hablando de cualquier tontería y haciéndome reír.
Se veía mucho mejor que ayer, al menos. Y eso me alegraba.
Si él no moría de desamor, llevando cuatro años de relación con su ex, yo tampoco me moriría por él. Tarde o temprano, este enamoramiento terminaría pasando.
Y, convencida de ello, tomé una decisión.
Recojo mis cosas, sintiendo que el corazón se me acelera ante la ansiedad de salir de la escuela y encontrarme con Leonardo. Por supuesto, quiero evitarlo, pero tampoco soy tonta.
A mí me conviene tenerlo de mi lado.
Respiro hondo, preparándome mentalmente para ser la Montserrat Díaz que tengo que ser y salgo del salón. Me detengo cuando escucho a Cristian llamarme y me giro para verle.
—Oye, Mon, ¿cómo está todo? —pregunta y yo finjo una sonrisa.
—Todo está bien, ¿cómo sigues tú? —pregunto.
—Mejor. Tu sopa es una revive muertos, déjame decirte —bromea y yo me rio sin poderlo evitar, cubriéndome la boca—. Gracias por lo de ayer, aunque no debiste saltarte la clase.
—No es nada. Para eso estamos los parceros —le recuerdo y él se ríe, afirmando con la cabeza. Entonces, una idea se cruza por mi mente—. Y como parceros que somos, necesito un favor.
—Claro, dime —responde, frunciendo ligeramente el ceño ante el cambio de tema.
— ¿Puedes llevarme a casa? Mi padre está afuera y no quiero irme con él, ya sabes... —le pido, desviando la mirada. Estos temas me avergüenzan por completo.
—Por supuesto. Espera unos minutos a que encienda la motocicleta y corres, ¿bien? Del resto me encargo yo —asegura y pellizca mi mejilla, sonriéndome.
Mi corazón se salta como cinco latidos ante ese gesto, pero él no lo nota. Se da media vuelta y yo llevo mi mano a mi mejilla, sonriendo como una estúpida. Sacudo la cabeza, borrando esos pensamientos ilusorios y escucho el rugido de su motocicleta.
—Bien. Es ahora o nunca —me digo.
Salgo corriendo hacia Cristian, maldiciendo entre dientes y me trepo tras de él. Mi papá se acerca corriendo hacia nosotros, gritando mí nombre, y yo me aprieto más contra mi amigo cuando acelera para perderlo de vista.
—Ponte el casco —me pide, soltando un manubrio para tendérmelo.
El júbilo corre por mis venas como líquido caliente y tengo hasta ganas de gritar. Me coloco con rapidez el casco y me río, me río alto y fuerte pues la cara de Leonardo se ha convertido en mi chiste favorito.
Está furioso y Mauricio lo estará el doble, pero en estos momentos me importa todo menos eso. Que vayan a chingar a su madre ambos.
Perdón, mamita, por meterte en esta discordia, pienso.
Abro el casco para poder sentir el viento chocar contra mi rostro y noto que Cristian hace lo mismo. Me abrazo más a él, aprovechándome de esta situación, pero termino soltándolo para alzar mis manos y gritar con emoción.
Jamás pensé que haría una cosa como esta, pero si hay algo que mi hermano y mi padre tienen que entender es que conmigo no se jode.
Me abrazo de nuevo a Cristian y siento su cuerpo vibrar al reír conmigo.
El viaje a casa es largo, por supuesto, Mauricio vive un poco lejos de la ciudad. Casi a las afueras. Me bajo de la motocicleta después de quitarme el casco y abrazo a Cristian, sorprendiéndolo.
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Embriagarte de mí | Libro 3 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)
RomanceMontserrat Díaz lo tiene casi todo. Como la única mujer en una familia de hombres, es la consentida por excelencia. Sin embargo, hay un deseo que la consume: tener su propia marca de vinos. La vida le presenta un desafío inesperado cuando Cristian F...