17.

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Darío cierra la puerta tras de sí y me mira un poco dubitativo. No tengo idea de qué decir, pues comprendo que le moleste o le aterre verme con Cristian. Si la situación fuese al revés, por Dios, hubiese actuado como una loca.

—No sé por dónde comenzar —admite, sentándose en la cama mientras yo me mantengo de pie—. Te llamó bonita en mis narices.

—Desde un tiempo para acá me llama así, Darío. Te aseguro que no es nada —le prometo, acercándome a él y me arrodillo para estar a su altura—. Es de un país distinto, capaz es su cultura. Es un mote amistoso y nada más.

—¿Cómo estás tan segura? —inquiere, ladeando la cabeza.

—Darío, acaba de terminar con su novia de cuatro años. Planeaba casarse con ella, ¿crees que ya la olvidó de un día para otro? ¿Y conmigo? —pregunto—. Me ve como una niña.

—Mira, sé que tal vez estoy siendo exagerado, pero no me gusta que te diga así. Es... Es extraño para mí y no soy estúpido, te hace sentir algo cuando te llama así —dice, restregando sus manos en la tela de sus pantalones.

—Yo entiendo que te sea difícil verme con él, pero te dije desde un principio que no iba a romper mi amistad con él. Lo sabías —le recuerdo y él afirma a regañadientes—. Es la única persona en la escuela que me trata, Darío. La única que, desde un principio, se acercó a mí porque sí y no por quien soy. Además, él ya sabe de nosotros y no solo porque me besaste frente a él.

—Yo... lamento haber actuado así. No quiero que pienses que lo hice para marcar territorio —dice, tomando mis manos entre las suyas.

—Sabemos que fue así, Darío. No nos engañemos, estamos hablando con sinceridad —le recuerdo, alzando una ceja—. En fin, el punto es que yo le dije que somos novios. Salimos a celebrar que terminó la primera parte del primer año, así que hablamos de muchas cosas y entre ellas estabas tú.

—Actué como un idiota, mierda —se queja y yo me acerco hasta él, tomando su rostro entre mis manos—. Lo siento, Mon. De verdad.

—Estoy contigo porque quiero, Darío. No olvides eso, ¿sí? —le pido y él afirma con la cabeza—. Por el contrario, lamento ponerte en esta situación. Si fuera al revés... me volvería loca de los celos, así que gracias por tenerme paciencia.

—La situación jamás podría ser al revés, porque no me imagino vivir en un mundo donde me guste alguien más que no seas tú —aclara, acariciando mi mejilla y mis ojos se llenan de agua salada—. Hey, ¿qué sucede? ¿Por qué lloras?

—No quiero hacerte daño, Darío —murmuro, limpiándome las mejillas—. No quiero que te sientas así conmigo, quiero que confíes en mí. Yo elegí estar contigo, intentarlo y... la verdad quiero que funcione.

Él suspira y acuna mi rostro entre sus manos para besarme. Puedo saborear mis lágrimas, pero también un cierto sabor a caramelo mentolado que seguro se comió camino a casa. La combinación es extraña, pero me gusta.

—Confío en ti, Montse. No te sientas mal, ¿sí? —me pide, acariciando mi cabello—. Me siento bien contigo, no me haces daño. Lo juro.

Me abraza, alzándome con dificultad para que me acueste junto a él en la cama. Lo ayudo, levantándome y me arrastro hasta estar a su altura, recostando mi cabeza de su pecho.

—Por otro lado, este fin de semana que tengo libre planeo pasarla solo contigo —me asegura, acariciando mi espalda.

—Oh... —musito, desviando la mirada—. Está bien. No hay problema.

—¿Sabes qué lamento?

—¿Qué cosa? —pregunto, ladeando la cabeza.

—Que mi trabajo me absorbe tanto que no pueda pasar más tiempo contigo. Si soy honesto, me asusta el hecho de irme. Aquí es donde más tiempo paso junto a ti —admite, rozando nuestras narices—. ¿Cómo haré para dormir solo ahora que sé lo que es descansar junto a ti, mini Díaz?

Embriagarte de mí | Libro 3 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora