I'm.... Horacio

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Han pasado cinco años desde la partida de sus padres

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Han pasado cinco años desde la partida de sus padres. Matty, ahora con diez años, ha tenido que aprender a navegar las duras realidades de la vida sin el apoyo de su familia. Sin nadie a quien recurrir, él pequeño rubio encuentra refugio en las calles, un mundo implacable que no tiene piedad de un niño.

Claro... ¿Quien tendría piedad de una pobre alma en pena como lo es un niño en la gran cuidad de los angeles? Nadie, todos ahí son una mierda...

En las calles de una ciudad que nunca duerme, Matty ha aprendido a sobrevivir. Se ha vuelto ágil, rápido, sabiendo cuándo huir y cuándo esconderse. Sin embargo, en su corazón, persiste una soledad abrumadora, un vacío que ni la más hábil de las artimañas puede llenar.

Una tarde fría de otoño, mientras el peque busca algo de comer en los contenedores detrás de un pequeño restaurante, escucha un suave sollozo.

Siguiendo el sonido, encuentra a otro niño, apenas un poco mayor que él, unos 12 años, escondido en la estrecha separación entre dos edificios.

—¿Estás bien? ¿Por qué lloras?— Comento el rubio de ojos azulados, acercándose con cautela

El niño levanta la vista, sorprendido. A la luz tenue, el pequeño de los dos, puede ver las manchas claras de vitíligo que adornan su rostro, los ojos de colores diferentes mirándolo con cautela y una tristeza profunda.

Matthew estaba fascinado, nunca había visto un niño tan bonito.

—Me llamo Horacio. Nadie... nadie quiere estar cerca de mí. Mis padres... ellos me dejaron aquí.— Comento el de ojos bicolor soltando lágrimas, tratando de esconder sus, según él, sus feas manchas de piel.

Matthew, a pesar de su juventud, siente una conexión inmediata, un entendimiento tácito del dolor de ser abandonado, de ser diferente.

—Yo tampoco tengo a nadie, mi padres, no sé dónde estan. Me dijo que regresaría, pero.... Nunca lo hicieron. Soy.....— Se lo pensó un momento, ¿estaría bien usar su verdadero nombre? No, claro que no.— Soy Gustabo con b de bonito.

Horacio rio y lo tomo de la mano en forma de saludo.

En ese momento, entre las sombras y los desechos de la ciudad, se formó un vínculo inquebrantable. Dos almas solitarias, cada una llevando el peso de sus propias historias de abandono y dolor, se encontraron y reconocen el uno en el otro la posibilidad de un amigo, un hermano de otra sangre.

Pero eso, ellos todavía no lo sabían.

—¿Tienes hambre? Sé dónde podemos encontrar algo de comer.— Comento el chico de ojos bicolor con una sonrisa mientras limpiaba sus lágrimas.

El rubio asiente, y juntos, se aventuran de vuelta a las calles, esta vez no solos, sino como un equipo. Horacio, a pesar de sus propias luchas y la crueldad que ha enfrentado por ser quien es, posee una resilencia y una bondad que ilumina el camino. Algo que más adelante agradecería, ahora el nuevo Gustabo.

Mientras el sol se pone, pintando el cielo de naranja y rosa, Gustabo y Horacio comparten su primera comida como hermanos de elección. Entre bocados de pan duro y restos de comida que para ellos son un banquete, hablan de sus sueños, de sus miedos, y de la esperanza de un futuro donde puedan encontrar un lugar al que realmente pertenecer.

—¿Crees que algún día, las cosas serán diferentes para nosotros?— Pregunto Gustabo mientras comía un pedazo de hamburguesa que encontraron por ahí.

—Sí, lo creo. Mientras estemos juntos, podemos enfrentar cualquier cosa.— Comento el de manchas con una sonrisa, mostrando sus ventanas en su sonrisa.

La noche cayo sobre la ciudad, y por primera vez en mucho tiempo, Gustabo siente algo parecido a la esperanza. Junto a Horacio, en las calles que una vez parecían consumirlo con su oscuridad, ve un atisbo de luz, un futuro donde, a pesar de todo, no está solo.

 Junto a Horacio, en las calles que una vez parecían consumirlo con su oscuridad, ve un atisbo de luz, un futuro donde, a pesar de todo, no está solo

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