1. Mi Primera Amiga

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Hoy fui asesinada. Quiero aclarar esto para que entiendan el final abrupto de mi historia. Mi muerte se debió a mi curiosidad por un pequeño libro, similar al que estás leyendo en este momento. Mi destino comenzó a tejerse hace algún tiempo, cuando tomé una obra de la colección de mi padre que prometía revelar los secretos más profundos del mundo, poderes ocultos y verdades insondables que desafiarían mis creencias más arraigadas. Aquel encuentro marcó un antes y un después en mi vida, cambiando para siempre lo que creía cierto.

Nací en Zaira, Nigeria, en el seno de un matrimonio que aparentaba felicidad, aunque aún cuestiono qué significa realmente ser feliz. Mi padre, Adebowale Niff, era un hombre al que siempre admiré, no solo por ser mi progenitor, sino por su integridad y su lucha constante por lo justo. Sin embargo, con el tiempo, descubrí secretos que hicieron tambalear esa imagen idealizada que conservaba de él desde mi infancia. Como les explicaré más adelante, a medida que una crece, algunos ídolos caen y otros surgen. Espero que esto no solo me pase a mi.

Mi madre, Claude Sani, era una mujer extraordinaria que irradiaba bondad y sabiduría en cada gesto. Su presencia en nuestra familia era como una brújula que siempre apuntaba al norte, siempre dispuesta a escuchar, aconsejar y consolar. Su amor incondicional y su capacidad para ver lo mejor en cada situación me enseño lecciones de vida que lleve conmigo hasta el día de mi asesinato. Además de ser un pilar emocional para nosotros, también destacó en su carrera profesional como abogada, luchando por la justicia y los derechos de los demás. Su determinación y su firmeza de carácter la convirtieron en un modelo a seguir, no solo para mí, sino para todos los que la conocieron; hasta que me enteré de cosas que me hicieron dudar de todo lo que aparentaba.

Mi infancia transcurrió de manera normal, rodeada de amor en el seno de mi familia. Sin embargo, tuve pocos amigos y apenas los veía, lo cual atribuía a lo sobreprotectores que eran mis padres. En aquel entonces, no comprendía completamente sus razones y pensaba que me estaban aislando del mundo que ellos conocían. Ahora, he llegado a entender mejor las cosas y las decisiones que tomaron por mi bienestar.

En ocasiones, nos preguntamos si es beneficioso proteger demasiado a quienes amamos. Nos planteamos cómo podrían aprender sin tener que enfrentar las dificultades y caídas que la vida presenta inevitablemente. Surge entonces la paradoja de querer aprender a caminar sin caer, una aspiración noble pero irrealizable.

En la búsqueda de mis padres; por evitar mis sufrimientos y errores, se enfrentamos a una verdad incómoda: las malas experiencias a menudo son maestras más efectivas que las buenas. Son ellas las que nos brindan lecciones profundas y transformadoras. Como niños, necesitamos caernos para aprender a levantarnos, para comprender la importancia de la perseverancia y la resiliencia.

Sin embargo, existe el temor de mantenernos en una burbuja protectora, donde mis padres querían evitarme cometer los errores y las caídas a toda costa. Esta sobreprotección puedo llevarme a posponer desafíos necesarios para mi desarrollo personal. Aunque me brindaba seguridad, me privaba de las lecciones vitales que solo la experiencia directa pudo enseñarme.

En la complejidad de estas reflexiones, no pude encontrar el equilibrio entre proteger y permitir que la vida nos enseñe. Aprender a caminar implica tropezar y caerse, pero también implica levantarse con osadía y aprender de cada paso. Es un proceso que se nutre de la adversidad y los desafíos, donde cada caída nos fortalece para el camino que aún tenemos por recorrer.

Así, me fui adentrando en un diálogo filosófico conmigo; sobre la naturaleza misma del aprendizaje y la protección. ¿Cuál es el verdadero valor de la protección frente a la sabiduría ganada a través de la experiencia y el esfuerzo? En esta reflexión, descubrí, tiempo después; que la vida nos brinda lecciones valiosas en cada caída y en cada paso que damos hacia adelante.

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