XII

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—Todavía no sé por qué hacemos esto.

—Vamos a comportarnos muy bien.

Finalmente llegó el día de la boda, ambos llevaban trajes elegantes, Rodrigo tuvo que comprarse otro para no repetir el azul. 

—Para que sepas, si haces algo fuera de lugar, te voy a dejar tirado acá, con todas tus ex-novias.

Iván rió—Que aburrido.

Se adentraron a una hermosa iglesia ubicada lejos de la ciudad, todo estaba decorado, armaron un gran espacio con mesas, sillas y un lugar para bailar, techado con una gran tela blanca, algo así como si fuese un circo. La entrada estaba llena de flores blancas y había mucha gente. Se sentaron en los lugares libres y todo dió comienzo con una melodía de esas clásicas que pasan en los casamientos. Todos se pusieron de pie, obviando a Iván por supuesto, este observaba todo con ojos caídos y desilusión. No fue la mejor idea ir, pero al menos tenía a Rodrigo, quien lo miraba de reojo, sabía que no la estaba pasando muy bien. Se dieron los votos y la unión ya estaba hecha. 

Carrera fue a buscar unos vasos con bebidas, Iván estaba en el medio del gran campo verde esperándolo, deseaba que nadie se le acerque, pero no siempre los deseos son realidad.

—Oh, Iván, hola. Es bueno verte—era un compañero de trabajo—la oficina no es lo mismo sin vos. Estabas ahí, siendo el jefe de todos y de repente... bueno, ya no es lo mismo.

—Agradezco que me lo digas, Rubén—Rodrigo volvió y no entendió mucho la situación—Rodrigo Carrera, Rubén Doblas—presentó.

—Ah sí, lo ví en la iglesia—dice él—la vida no es tan mala entonces ¿no?, bueno, no importa, tengo que ir a saludar... un gusto verte Iván. Y a usted, Sr. Carrera.

El castaño lo mira confundido. Iván le devuelve la mirada—Es un buen pibe. Le gustas.

—Entonces necesita anteojos—rió.

—No hagas eso. Estás hermoso.

Rodrigo sonríe más de lo que ya sonreía de costumbre, hacía mucho que no le decían un cumplido, y si era Iván quien lo hacía, todo era mejor.

—Bueno... vos no estás tan mal tampoco.

Luego se dirigieron al gran lugar techado con mesas, donde estarían los novios para bailar el vals. Se veían idiotamente enamorados. 
Iván estaba ubicado en otra mesa alejada a la de Rodrigo. Este estaba tomando un vaso que le ofrecieron, una señora se acercó a sentarse con él.

—¡Dios! debería haber una ley que prohíba a los argentinos pasar música tan aburrida.—Carrera río, un poco desconcertado.—¿Amigo de la novia o el novio?

—En realidad, de ninguno. ¿Usted?

—Madrina de la novia. Eso hace que sea moralmente responsable de ella. No es uno de mis mejores logros.

—¿No la aprecia mucho?

—Esto es un poco deprimente—dice la dama ignorando la pregunta y mirando el vaso—todavía no puedo hacer estas cosas sobria.

Rápidamente el ojiverde deja de tomar del vaso—espere, ¿esto tiene alcohol?

—Obviamente, querido. Y la verdad te aconsejo que te emborraches lo más que puedas. Escuché el rumor de que el padre de la novia va a torturarnos con otro discurso.

Carrera rió—no puedo tomar, tengo que llevar a Iván a su casa en el auto.

—Ah sí... el joven Iván. Él era su oportunidad. El único de ese grupo que valía la pena. Realmente una lástima.

—Bueno, él no murió.

—Me refería a ella, no a él. Gonzalo es un desgraciado.—Pausó—Cuídalo a Iván, él es bueno. Escuchá a alguien que sabe. Cuatro matrimonios hasta ahora.—Le guiñó un ojo y la mujer se fue.

Carrera desvió su mirada hacia Buhajeruk, este estaba muy atento en el baile. Siguió tomando de esos extraños vasos. Se acercó al azabache apenas terminó el vals para sentarse con él.
De pronto Flor se encaminó hacia ellos.

—Muchas gracias por venir, Iván.

—Fue un hermoso día. No me lo habría perdido por nada... ¿Te acordás de Rodrigo?

—Sí... bueno, sos un genio por haber venido. Y gracias por el... por el...

—Espejo.

—Sí, el espejo. Me encantó ese espejo. En fin, gracias.—La rubia se fue.

—Vos no le compraste el espejo—dijo burlón Carrera.

—Ya sé—ambos rieron.
Rodrigo se levantó de su asiento, un poco ebrio gracias a las bebidas.

—Bueno... a ver. ¿Qué decís? ¿vas a bailar conmigo?

Iván soltó una ligera risa ante la propuesta—¿Qué? ¿cuántos tragos de esos tomaste?

—Callate... vamos a darle a estos boludos algo de qué hablar—suavemente se sentó en el regazo de Buhajeruk, pasando también su brazo por la espalda, rodeando su cuello.

—Está bien—el azabache dirigió su silla hacia la pista de baile. Sintieron las miradas de todos en ellos dos. Pero no les importó.—¿Están todos escandalizados?

—Sí—rió.

—Acercate, olés increíble.—El de cabello oscuro jamás se había sentido así. Ese chico de baja estatura le causaba muchas cosas, en su mayoría buenas. Lo observaba sonriente mientas el otro reía absurdamente.—Nunca te hubiese tenido tan cerca de no ser por estar en esta silla.

—¿En serio? Bueno, nunca me hubieses mirado de no estar en una silla de ruedas.

—¿Qué? Sí te hubiese mirado.

—No, no lo hubieses hecho. Estarías ocupado con rubias de piernas largas... esas que huelen la plata a cincuenta metros. Yo habría estado por allá sirviendo las bebidas. Uno de los invisibles. ¿Tengo razón?

—Si...—Rodrigo estalló en risas—pero en mi defensa, yo era un desgraciado.

—Sí—dijo entre risas.

—¿Sabés algo Rodrigo? vos sos casi lo único por lo que quiero levantarme a la mañana.

—Entonces vayamos a algún lugar. A cualquier lugar en el mundo. Solo vos y yo. ¿Qué decís?—Iván lo miraba a los ojos, ambos se deseaban de sobremanera, pero no eran lo suficientemente fuertes para admitirlo del todo, Carrera tenía a Germán, detalle para no olvidar. —Decí que sí, Iván. Dale.

—Está bien—dijo sonriendo de oreja a oreja.

—¿Sí?

Salieron en la silla a cualquier lugar, tal cual habían acordado. Pasaron la noche en un hotel cerca de ahí. No pasó nada más, solo durmieron juntos, alejados de los demás, siendo ellos.


𝔂𝓸 𝓪𝓷𝓽𝓮𝓼 𝓭𝓮 𝓽𝓲  - rodrivanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora