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Estoy hasta los ovarios de Blas y Juani.
Los veo todos los viernes porque, según Matías mi hermano, es "noche de chicos". Lo que significa que todos los viernes me obligan a cenar con ellos ya que mis padres dijeron que es de mala educación llevar la comida a mi habitación y no interactuar con los invitados.
En mi opinión deberían comerme los huevos porque no son mis invitados.
Pero lo que sea con eso. Hoy es otro de esos viernes y me da una jaqueca de sólo escucharlos gritar apenas entran a casa.
Durante la cena y lo que restaba de la noche me quedé en mi habitación aprovechando, nuestros padres no estaban. Dejando que los chicos fueran chicos (monos) abajo. Puedo escucharlos gritándose como siempre unos a otros. Automáticamente asumo que están jugando. Y tengo razón, los encuentro sentados en lados opuestos del sofá, gritando sobre su juego y golpeando los botones de sus controladores. No puedo evitar encontrarlo al menos un poco gracioso.
Blas levanta la vista del juego por una fracción de segundo para reconocerme antes de darle un codazo a Juani.
— Que tanto miras ¿querés jugar? — dice mi hermano.
— Nah, si son malísimos todos.
Los tres ríen.
— ¿Malísimo? ¿Yo? — Juani se señala a si mismo con una mueca que muestra que lo he ofendido. — Yo les gano a esos dos, pero si aceptas jugar con nosotros apenas comiences vos con esa sonrisa tuya, ya te dejo ganar.
