La danza de pelear

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El sonido de su respiración era lo único que podía concentrarse su mente, lo único que quería captar durante aquella noche en el gimnasio solo. Un golpe o tal vez dos fueron lanzados al gran saco de boxeo frente a él. Otro golpe, y luego otro. Llegando así a tener el ritmo correcto entre sus golpes, su posición de combate y su respiración suelta y expulsada en cada golpe para poder tener una mayor resistencia, tal ritmo marcado desde que tenía memoria a la hora de pelear, casi como si estuviera bailando sobre el suelo de un sótano sucio que fingía ser un gimnasio especializado. El sudor le calaba en la cara, cayendo desde su frente a sus ojos pero ni eso hacía que su concentración se perdiera, veía aquel saco lleno de arena forrado de piel negra como si fuera un oponente real a falta de verdaderos peleadores por las altas horas de la noche. 

No necesitaba a otro peleador. Podía entrenar solo. 

Otro golpe, luego otro, seguido después de un rápido gancho a la derecha. Si no fuera por los guantes sus nudillos ya hubieran estado lastimados. 

Ligeramente cansado y cubierto de sudor paró un poco en su entrenamiento para respirar correctamente, notando su respiración caliente por el esfuerzo, seguido por su pecho agitado por lo mismo. Sus músculos dejaron de estar tensos y su mente se despejo por completo al estar libre de aquel estrés que lo tenía desde hace días, siendo la pelea y los golpes lo único que podía apaciguar dicho estrés y pensamientos ansiosos en su cabeza; claro que no tenía aquella necesidad de hacerle daño a la gente para quitarse el peso de sus hombros, eso solo era para cobardes, lo que él hacía era hacer un poco de ejercicio para despejar su nublada cabeza, siempre con un saco de boxeo inanimado, nunca con una persona verdadera. 

Estando recuperado miro hacía la pequeña y única ventana del gimnasio que iba hacía la calle, encontrando solo la oscuridad de la noche ambientada por algunos faroles que apenas funcionaban en su barrio. Creía que ya había obtenido suficiente. Después de todo era humano y aun que tuviera energía para pelear en la noche luego de su trabajo como mercenario aun tenía que descansar para mañana y dormir aun que sea un poco. 

Tomo sus cosas depositadas a un lado del gran ring, guardo todo lo que había necesitado a la hora de entrenar: su cuerda, sus vendas negras, sus guantes de boxeo, agua y ropa fresca para quitarse la deportiva toda sudada. Ya se bañaría en su apartamento. Se cambio y después de asegurarse de cargar con todo y que el gimnasio estaba limpio o por lo menos un poco ordenado, fue hacía la puerta y cerro con llave el pequeño sótano. Agradecía internamente que comadreja le haya dado las llaves de repuesto para que entrará y saliera cuando quiera.

Subió las escaleras llegando a la calle afuera del bar de su amigo. 

Sí, sí. Lo sabía. Era contradictorio tener un gimnasio debajo de un bar de mala muerte. 

Pero hey, había que sacar dinero de algún lado. 

Se puso la capucha de su suéter, no tenía los ánimos para pelear con cualquier idiota que pudiera reconocerlo en la calle, se acomodó su mochila y camino hacía su departamento esquivando basura, borrachos desmayados y prostitutas queriendo ligar con él por la acera y los callejones de aquella ciudad podrida. Normal. Lo de todos los días claro. 

«Necesito comprar huevo y comida para el capitán. Ese gato come más que un obeso en un concurso de comida» miro la lista de pendientes en su celular, caminando de manera despreocupada por el camino que lo llevaría a su casa de forma automática. Solo necesitaba cruzar el callejón y lo llevaría a una zona donde no estaría tan ojete como en la que estaba ahora, y luego, hogar dulce hogar.  

Pero, oh sorpresa, no podía tener ningún puto día tranquilo.  

—JAJA. Si que tenemos a un pequeño ratoncito muy peleador eh...

Super family [One-Shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora