2. Edén

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edén

«¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,

que en esta apartada orilla

más pura la luna brilla

y se respira mejor?»

—Don Juan Tenorio, José Zorrilla.

           UNA RISA CANTARINA se escuchó entre medio del bosque

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           UNA RISA CANTARINA se escuchó entre medio del bosque. Los pájaros se removían inquientos en las ramas de los árboles por estar siendo interrumpidos en su siesta rutinaria. Los conejos removían las orejas curiosos, observando la figura que corría con rápidez.

—¡Adán, te vooy a atrapar! —exclamó una voz.

En un vuelo similar al de una avecilla, un cuerpo se movía desde lo alto de la copa se los árboles. Lucifer sentía el viento remover su cabello, la brisa fresca hacer del vuelo una experiencia inigualable. Abajo, entre medio del pasto, los animales y las flores una figura desnuda corría en zig-zag. El corazón de Lucifer latió lleno de éxtasis. Movió sus alas hacia su cuerpo, voló en picada sintiendo aún mayor el viento en su rostro. La risa, tal dulce y adictiva aumento un poco más. Como si aquello no fuera un simple juego de atrapar al humano, sino, una especie de ritual antinatural, secreto imitado.
Imitado desde el actuar de los animales, como si ellos pese a no ser iguales pertenecieran al grupo de los animales. Y, tal vez Lucifer y Adán eran también parte de esa fauna, acostumbrados a los animales se terminaron por desacostumbran a quiénes se suponía debían ser.

—¡No me vas a atrapar, no me atrapas! —grito el hombre corriendo.

Giró su mirada, sin ver ninguna sombra blanca y de pronto, causandole un grito de sorpresa unas manos lo envolvían desde su otro lado, aquel al que le había quitado la mirada. Adán se detuvó al sentir la presión del cuerpo sobre el suyo. Adán estaba expuesto, su piel no sentía frío pero sí podía sentir otras cosas. Como la tela que cubría el cuerpo de Lucifer.

—Te atrape. —murmuró el ángel. Le dió una sonrisa tranquila, contento de su victoria.

El ángel respiraba con la misma aceleración del humano. Sus corazones saltaban alterados en sus pechos, el jadeo del cansacio hacía eco en el oído de Adán.

—¿Ahora qué? ¿qué es lo que sigue? —preguntó Adán, dándo media vuelta en el agarre codicioso del ángel. Como si temiera que dejarlo libre, causara que corriera otra vez.

Lucifer lo miró a los ojos intensamente, asombrado por cuestiones que nunca decía en voz alta.

—Ahora estaremos juntos siempre. . . Yo traere para ti todo lo que necesites, iremos juntos a explorar el jardín y juntos nos recostaremos bajo las estrellas.

Adán sonrió. Ambos tan ingenuos y asombrosamente enamorados, sin saberlo, imitaban a las bestias que los rodeaban. Con sus carácteres tranquilos, de aspecto manso y ciclo de vida interminable los dos, cuyo conocimiento recién estaba siendo aprendido hacían lo que el resto hacía. Porque en sus corazones se sentía correcto.
          Aunque no lo fuera, porque esa tierra sagrada no era la tierra de Lucifer y Adán, ciertamente no había sido hecho para permanecer a su lado.

Las promesas de Lucifer al cumplirlas se sellarian como un pacto silencioso inmortal, sin importar la distancia ni el momento, siempre palpitaría para todo lo creado que Lucifer le prometió a Adán siempre estar juntos.

Tal como lo hacían los animales que ellos imitaban, Lucifer y Adán se recostaron esa noche bajo las estrellas. Lucifer despojado de cualquier tela que cubriera su ropa, se volvió manso observando el cielo, mientras el rostro suave de Adán descansaba sobre su pecho. Tan poco civilizados y avergozandos de que alguien estuviera mirando, sentían que no hacían nada malo como para ocultarse. Porque, nadie había dicho nunca ninguna palabra. Nadie, pese a saberlo le había negado a Lucifer el camino hacia el Edén.
        Las alas del ángel cubrieron el sueño del humano, consolando su paz por sobre la lluvia de astros en el cielo.





             —¿Te apareaste con el humano?
            
            —No se llaman de ninguna de las dos formas. Su nombre es Adán y él a nombrado lo que hemos hecho como hacer el amor.

La risa irónica del árcangel confundió a Lucifer.

—¿Cómo harías algo que ni se puede ver?

—Porque si lo sientes es real. Se vuelve tangible.

Los ronquidos de Lucifer son apreciados por Adán, al compás del ulular de los búhos. Adán lo observó en silencio, contemplando el rostro relajado, el cabello revuelto sobre la frente y el dulce respirar. Lo ve con la gracia propia que solo tienen los amantes para mirar, esa visión que hace que todo sea difierente cuando en realidad nada ha cambiado, solo es el corazón del enamorado el que cambia. Una vez el amor encontrado todo es el paraíso, todo se transforma en el Edén.

ADAM'S APPLE ☆ week 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora