Y nunca amé tanto la vida -la cita de doña Marta y Fina en la ópera-

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Estaba oscureciendo, el tiempo era apacible y por las calles de Toledo se empezaban a ver parejas paseando, disfrutando del atardecer; se avecinaba una noche serena. Sin embargo, Marta de la Reina en esos momentos era lo opuesto a la serenidad. Esperaba en la puerta del teatro a Fina, aún quedaban más de veinte minutos para la hora acordada. Se dedicaba a pasear delante de la fachada con cierto desasosiego. Quienes la conocieran bien coincidirían en que distaba de su común estampa templada. Y es que en sus pensamientos estaba anidando la inseguridad, aunque a la vez una semilla de esperanza germinaba.

- ¿Y si no viene? ¿Y si ha aceptado la invitación porque soy su jefa y no porque realmente quiera? ¡¿Cómo se me ha ocurrido? ¿Qué pensará de mí?! -se decía a sí misma-Pero... realmente deseo tanto que venga... Quizás no sea apropiada esta invitación, pero me apetece pasar esta velada con ella. Es una mujer tan especial... y creo que le ha gustado que la invitase... No sé... No sé qué me pasa, estoy perdiendo los papeles... Tampoco puedo negar lo evidente... creo que entre nosotras puede haber algo...

A cada paso que daba cientos de pensamientos contradictorios se agolpaban en su mente, una vorágine de sentimientos aceleraba su pulso. Estaba tan ensimismada que no era consciente de las personas que se iban arremolinando a la entrada del teatro, hasta que pasó junto a ella un joven con un precioso ramo de flores, seguramente para su novia. Pensó que podría comprar unas para Fina, pero al instante recapacitó; no era su amante y en el remoto caso de que lo fuera en algún momento, algo que ya reconocía desear, habría que guardar las apariencias, no podrían tener en público evidentes muestras de cariño. Eso le indujo cierta melancolía.

Minutos después, seguía tan imbuida en sus pensamientos y en las flores del joven que no se percató de la llegada de Fina, que apareció también antes de tiempo.

-Doña Marta, ¿qué tal? -se dirigió a ella.

-Ay Fina, no te había visto, perdona, estaba dando vueltas a unos asuntos -respondió algo acelerada y mostrando una amplia sonrisa.

Ambas quedaron unos segundos en silencio, mirándose mientras el rubor se hacía patente en sus mejillas. Los ojos de Marta estaban clavados en las pupilas de Fina, parecía que estaban imantados y no podían desprenderse. Ese instante mágico se rompió cuando empezaron a hablar las dos, justo a la vez, para decirse lo guapas que estaban, causando esto una risa nerviosa compartida.

Momentos después Marta acarició levemente el brazo de Fina y le invitó a adentrarse en el teatro. Se acomodaron en el palco que contaba con otras tres localidades que aún no habían sido ocupadas. Pensaron que ojalá siguieran vacías el resto de la noche, deseaban esa intimidad, aunque no tuvieran muy claro para qué.

Estuvieron varios minutos sin pronunciar palabra, algo bloqueadas, sin saber qué decirse. Fue de la Reina la que rompió el silencio. Aunque estaba nerviosa, tenía las tablas suficientes para mostrar algo de calma y dirigirse a Fina que estaba evidentemente agitada.

-Relájate y disfruta, te va a gustar- le dijo.

-Eso seguro doña Marta, pero nunca he asistido a un recital de ópera, quizás esté un poco fuera de lugar, no sé... yo no sé nada de... -dijo apresurada Fina, que fue interrumpida inmediatamente por su acompañante.

-Fina, la música, la ópera es para todo el mundo -le dijo Marta cogiendo su mano delicadamente-. Céntrate en sentir, no hay que comprender nada, simplemente deja que la música te eleve, despierte tus pasiones y te erice la piel.

Estas palabras que con tanto cariño y en un tono tan suave salieron de Marta, junto con la caricia de su mano, hicieron que Fina sintiera en su estómago un batallón de mariposas. No una leve mariposa danzando entorno a su vientre, sino un verdadero ejercito que revoloteaba violentamente.

Y nunca amé tanto la vida -la cita de doña Marta y Fina en la ópera-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora