Los Olmos

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Posiblemente esta sea la última parte. Es algo que en principio solo iba a ser un capítulo porque necesitaba cita en la ópera y al continuar tampoco he planteado nada, voy sobre la marcha sin pensar mucho las cosas y está siendo un desastre. Tampoco dispongo de mucho tiempo y no estoy en mi mejor momento para escribir (siento faltas y cosas varias). Si en algún momento vuelvo ya veré si trato de arreglar este desaguisado o empiezo algo nuevo con un mejor planteamiento y desarrollo. GRACIAS.


Desde que se mencionaron "los Olmos", la Marta pragmática había hecho una copia de las llaves y las guardaba a buen recaudo, por si acaso. Lo cierto es que la segunda noche en Illescas podrían haberla pasado allí, pero era algo que la contrariaba. Usar la finca de su madre como picadero le creaba un dilema importante. Realmente sabía que no sería un simple picadero, que no era solo para mantener relaciones sexuales clandestinas, que era para amar, algo muy distinto, lo más grande que le había pasado en la vida. Pero no podía dejar de preguntarse qué pensaría su madre, si entendería y aprobaría su relación con Fina y que usaran su finca como escondite. Por una parte, pensaba que siendo tan comprensiva y cariñosa podría ser la única que entendiera lo que le estaba pasando, cómo su corazón se había desbocado por aquella morena, la hija del chofer; pero a la vez pensaba en que las convenciones tan asentadas en la sociedad franquista dificultarían que lo aprobara. Fue la necesidad de amar a Fina, de sentir su piel bajo sus manos, de que la abrazara para sentir esa paz plena, de comérsela a besos, de entregarse, la que le ayudó a discernir y que el dilema se evaporara en segundos.

—Desde que planteamos lo de los Olmos me hice con una copia de las llaves— dijo Marta sacándolas de su bolso— Pensaba hacer esto de forma más meditada y pausada, buscar buenas excusas, adecentar un poco la casa, llevar algo de vino, champán, comida... Pero creo que ahora es el momento perfecto.

—Marta, me muero de ganas, pero ¿cómo vamos a llegar hasta allí? Puede ser muy sospechoso ahora coger el coche. ¿Qué excusa pondremos?

—No hay que poner excusas, mi padre sospecharía si lo hago. Directamente vamos a coger una furgoneta de la fábrica. Ya los trabajadores han acabado su turno, no hay nadie por allí— argumentó la de la Reina agarrando la mano a Fina y tirando de ella fuera del despacho sin dar tiempo a réplica. Sabía que no era tan sencillo como lo pintaba, que se estaba jugando que alguien las viera, pero tenía la imperiosa necesidad de estar juntas.

Esta vez tuvieron suerte, nadie las vio. Nada más salir de la colonia en una furgoneta de reparto Marta puso su mano sobre la pierna de su novia acariciándola levemente, necesitaba su contacto. Fina se intentaba concentrar en la conducción, aunque iba con el corazón acelerado y no dejaba de sentir cómo los ojos de Marta la penetraban desde el asiento del copiloto. En menos de diez minutos habían aparcado el coche en la puerta de la vivienda.

—A ver cómo está la casa... hace tanto que no venimos por aquí... —dijo la de la Reina preocupada por el estado y la suciedad que se pudieran haber acumulado mientras metía la llave en la cerradura.

—Marta, yo mientras esté contigo puedo estar debajo de un puente si hace falta, qué más da como esté —respondió Fina mientras impedía que su amante abriera la puerta del todo y la cogió en brazos. Ese movimiento tan inesperado provocó una sonora carcajada en Marta.

—Estás loca — dijo la rubia entre risas.

—Loca por ti, Marta de la Reina.

Fina se adentró en la casa cogiendo a Marta casi sin esfuerzo alguno. Nada más entrar, debido a la oscuridad, casi se chocan con una pared así que encendieron una luz, seguían los suministros contratados. La casa guardaba algo de polvo, lo lógico después de tanto tiempo cerrada, y los muebles cubiertos con telas blancas podrían darle un aspecto fantasmagórico. Pero en ese momento los fantasmas estaban lejos, se tenían una a la otra. El ambiente estaba dotado de un aura de clandestinidad que, si bien no era lo ideal en la vida que anhelaban compartir, les permitía estar juntas. Y eso era lo único que importaba en ese momento. Cuando entraron al salón, Fina dejó sobre la mesa a Marta y se colocó entre sus piernas, solo la luz tenue que habían encendido por el pasillo iluminaba la estancia. No dejaban de besarse, no podían dejar de hacerlo.

Y nunca amé tanto la vida -la cita de doña Marta y Fina en la ópera-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora