¿𝘘𝘶𝘦́ 𝘱𝘰𝘥𝘳𝘪𝘢 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘳 𝘴𝘪 𝘣𝘦𝘴𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘢𝘤𝘤𝘪𝘥𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘢 𝘭𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘰𝘯𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘴 𝘥𝘦𝘵𝘦𝘴𝘵𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘯𝘪𝘯̃𝘰𝘴?
Ellie Evans, una joven de catorce, regresa a Canadá después de cinco años con su fami...
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𝐋𝐀 𝐔𝐋𝐓𝐈𝐌𝐀 𝐒𝐄𝐌𝐀𝐍𝐀 𝐃𝐄 𝐂𝐋𝐀𝐒𝐄𝐒 parecía haber renovado las energías en los estudiantes. Su emoción contenida por finalizar el semestre, entrar en vacaciones festivas y vivir las primeras competencias jamás vistas en la escuela se veían reflejadas en el ambiente ruidoso de los pasillos abarrotados y aulas descontroladas con predominantes protestas y bollos de papel voladores.
Banderines amarillos representando a Colombia y celestes en símbolo de Argentina colgaban de marcos de puertas, ventanas salientes al patio, galerías e incluso algunos casilleros. El establecimiento, revestido por decoraciones propias de cada equipo generaba un ambiente ansioso e impaciente incluso para algunos profesores, que solían dar unos minutos de sus clases para que los participantes hagan preguntas sobre las pruebas de sus respectivas materias y den opiniones libres en el transcurso de la jornada.
Ellie se sentía personalmente orgullosa por haber conseguido traer —de mano de Lucia— una de las mejores experiencias escolares que conocía a su nueva institución. Aunque estaba al borde de tener un ataque de estrés al menos dos veces por ensayo, se esmeraba en corregir detalles en la coreografía, manejar listas de deportes —debido a que los chicos no se veían especialmente capaces de organizar a más de cuarenta participantes y seis deportes—, ayudar con las remeras las tardes libres a Maddy y las demás y, para último, repasar su coreografía con Peter.
Para resolver el dilema de los vestuarios, la profesora de teatro les había permitido ocupar algunos disfraces del colegio para no alquilar como locos. Por lo que, en aquella última clase, se pasaron revolviendo cajones con olor a polvo y ropa vieja, probando vestimentas de época desgastadas y coloridas. Exactamente lo que traía a la vida la vibra de la película que tanto se esforzaban por reflejar.
Evans había colaborado voluntariamente en el desastre. Incluso le había parecido divertido rodearse de un mundo de telas coloridas y desgastadas junto a sus compañeros.
Aunque lo más probable era que ese sentimiento se debiera a que estaban perdiendo hora de clase, la rubia no podía evitar inspirar el aroma a perfume que se formaba al combinar las tablas de madera desgastada del escenario bajo sus pies, con las prendas suaves entre sus dedos, como si la misma magia de los personajes brotase entre los hilos deshilachados de éstas.
Un destello de brillo iluminaba su mirada cuando encontraba un vestido voluminoso y lo presionaba sobre sus hombros para dar algunos giros.
Momo solía ser quien volteaba a verla y sonreía, aunque no era la única. Maddy, por otro lado, no dejaba de soltar suspiros frustrados al ver el estado de algunas telas. Telas que, probablemente, ella tendría que coser más tarde.
Las fotos de Aryan en un vestido blanco manchado, y Lucia con un loro de juguete sobre el hombro, en su galería le recordaban lo bien que podía llegar a sentirse ver a personas transformar cualquier entorno a uno divertido sin importar la circunstancia.