Parte 6

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Itia Gliese era un joven griego de 35 años, su cabello negro y sus ojos claros resaltaban por donde iba. Se había casado muy joven con Krest Verseau, un muchacho francés que había conocido en la facultad de medicina, pero se divorció hace al menos cinco años, luego de una frenética pero apasionada relación.
No es que no siguiera amando a Krest, aun pensaba en tener una familia y convertirse en padre, pero fue el mismo francés quien cortó la relación, alegando que si continuaban peleándose, en algún momento uno de los dos daría la nota y levantaría la mano al otro, lo que ocasionaría escenas de violencia que no podrían parar, pero Itia no lo veía así. Siendo el mayor de 8 hermanos, Itia siempre tuvo que resaltar, sea por su fuerza, por su cuerpo, por su enorme atractivo o por lo que fuera, pero tenía que ser el guía para sus hermanos pequeños que ponían todo en él. Sus padres estaban divorciados y se peleaban continuamente, suponía que de ahí mamo todo el conflicto que luego traspasaría a su relación.
Ese día era tranquilo, tenía una visita por un niño enfermo en una casa, con esa nevada ¿quién no estaría enfermo? Llegó al lugar y una mujer muy preocupada lo atendió y lo guio a la habitación del pequeño. Itia sonrió al ver al nene de tres años tosiendo en su cama, abrazado su juguete, un oso de peluche enorme, con los ojitos ligeramente rojos y un rostro afiebrado. Ya podía el mismo figurarse como padre del pequeño pelirrojo.

—Buen día pequeño, a ver, te revisaré para ver cómo estamos –murmuró el hombre mientras ayuda al niño a levantarse y tomando el estetoscopio lo coloca en sus oídos para escuchar la respiración—. Respira por la boca.

—Aaaah......aaaah –el niño inhaló y exhaló todas las veces que fueron necesarias.

—Muy bien, tomaré la fiebre –buscó en su bolso un termómetro—. Di ¡aaaah!

—¡Aaaah! –el niño abre la boca y el hombre mete el termómetro debajo de la lengua.

—Muy bien, pequeño. –Volteó a ver a la madre–. ¿Hace cuánto está así?

—Desde hoy en la mañana –respondió, tanto el padre del niño al igual que Camus, el hermano mayor, espiaban desde la puerta.

—Bien, por lo que veo tiene una bronquitis aguda, seguramente algo le hizo inflamar los bronquios.

—¿El frío tal vez?

—Jajajajajaja, no señora. El frío no hace daño, pero tal vez las bacterias que están en lugares específicos de la casa y que el niño es alérgico, pudo haber hecho que se le inflame los bronquios. Le daré un jarabe para la tos, y se tiene que nebulizar al menos cuatro veces al día.... –miró el reloj y le saca el termómetro—. Treinta y ocho, es mucha fiebre para un niño tan pequeño.

—¿Uste es un súpe héroe? –preguntó Brendan mientras se acobija, Itia sonríe y le acaricia la cabeza.

—Jajajaja eres muy astuto. Bien, le daré otro jarabe por la fiebre –anotó el nombre de los medicamentos—. Que lo empiece a tomar apenas tenga la medicación, el remedio de la fiebre es una cucharada sopera cada ocho horas. El otro es tres veces al día, las nebulizaciones son cuatro veces al día.

—¿Se pondrá bien, doctor? –preguntó la madre, nostálgica.

—Claro que sí, es un niño muy fuerte. Bueno, debo irme, tengo otras visitas que hacer.

—Gracias por venir, doctor.

—No, de nada.....—sonrió, pero dentro de su cabeza probablemente estaba pensando porque Krest no le daba la oportunidad de ser padre, pues al ver al pequeño pelirrojo, le había dado más ganas de convertirse en uno.

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—¡Si, Aioria! –comentó Milo, estaba sentado en la silla frente a su escritorio con una tonelada de libros, sosteniendo un celular en su mano derecha—. Me quedé toda la puta noche leyendo esta mierda, para saber que Alexander se cargó medio continente y viene la nieve a cagarla.

El anilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora