Tres abrazos.

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Marta de la Reina había abrazado tres veces en su vida a Fina.

La primera vez, Fina lloraba desconsolada en la cocina de los de la Reina. Tenía unos doce o, quizás, trece años. Su padre no estaba en casa por trabajo, Digna había salido a hacer la compra y ella se sentía más sola que nunca. Había acudido a toda prisa a aquel lugar, buscando consuelo, alguien que la contuviera de alguna manera, aunque no estuviera dispuesta a contarle a nadie porque estaba hecha un mar de lágrimas.

Recuerda con total claridad como estaba apoyada sobre sus propios brazos en la mesa de la cocina que la vio crecer, sollozando sin poder parar, aún con el abrigo puesto y como sintió como una mano le acariciaba la espalda con ternura.

Recuerda como pensó que, aquel roce suave, delicado, tenía que ser de alguien que la quería mucho. Debía ser que su padre había vuelto antes de lo previsto, pero al levantar la vista, un gesto de sorpresa cruzó su rostro. La Señorita Marta de la Reina estaba agachada, a su altura, sonriendo con ternura, mientras pasaba su mano por la espalda.

- Todo estará bien.

Fue todo lo que dijo antes de envolverla entre sus brazos. Por alguna extraña razón, el abrazo de aquella joven que siempre le había producido tanto respeto, le dio paz. Una paz que distaba mucho de lo que normalmente sentía cuando la veía por la casa.

- Te lo prometo, Fina. - dijo dentro del abrazo mientras le acariciaba el pelo con ternura. - Todo estará bien.

Y así lo sintió. Todo iba a estar bien porque la señorita Marta se lo había prometido. Porque, después de aquel gesto, se sintió más poderosa, como si dentro de ese abrazo le hubiera transferido su poder de ser invencible.

Así la veía y así la ve. Invencible.

Nunca le preguntó por qué lloraba. Quizás porque la entendía. Quizás porque ella también había llorado así por el mismo motivo. El amor adolescente duele, dicen.

Habían pasado años desde aquel momento cuando llegó el siguiente. Llevaban semanas dando vueltas sobre algo que ninguna se atrevían a pronunciar. A Fina se le salía el corazón del pecho cada vez que la tenía delante o la miraba o pasaba a su lado y le sonreía...solo a ella. Y sobre todo, a Fina se le salía el corazón cuando Doña Marta callaba, mirándola de esa manera con esos inmersos y profundos ojos claros.

Aquel día, Marta le había dejado claro que estaba enfadada. La había abandonado, por un buen motivo, sí, pero eso no lo sabía la rubia. Creía que la había dejado en la puerta del recital por Esther. Eso lo había dejado claro. Y Fina luchaba con todas sus fuerzas por no dejar salir a aquella versión suya de niña que lloraba en la cocina hace tanto.

No pudo más y le confesó la verdad. La había dejado por Claudia y de eso no se arrepentía, su amiga la necesitaba y lo haría una y mil veces. Pero deseaba tanto ir con ella a la ópera...o a cualquier sitio, en realidad. Estar con ella. Solo con ella.

Marta la abrazó cuando ella rompió a llorar. Otra vez. Y su aroma la envolvió. Dulce y tentador.

El tercero y último vino poco después. Otra vez en la cocina de los de la Reina. No se esperaba encontrarse con ella mientras se preparaba una infusión en aquella noche de tormenta que parecía reflejar con exactitud como había sido su día. Un día lleno de ruido, de miedo, el día en el que a Fina se le cayó el mundo encima y, a pesar de esto,  solo el hecho de verla allí, hizo que se sintiera mejor.

Estaban las dos en camisón. Fina la había visto así antes, pero aquella vez era distinto. La conversación con Esther aquella misma tarde lo hacía distinto.

Marta siempre había sido una mujer impresionante, ya desde pequeña era una de las personas más bonitas que Fina había visto nunca. De hecho, no puede recordar alguna vez en su vida en la que viera a Marta y no dedicara, aunque fuera unos segundos, a pensar en su belleza. Incluso cuando estaba enfadada... Sobre todo si estaba en enfadada.

Fina le contó que no se iba y creyó ver alivio en sus ojos. Solo fue un instante. Luego se le inundaron de preocupación, cuando le contó que su padre se apagaba sin remedio. Y la abrazó por tercera vez.

Acto seguido, le acarició con una delicadeza insoportable, como aquella primera vez que la vio llorar en ese mismo lugar y de nuevo, tal como entonces, pensó que, ese toque, solo podía venir de alguien que la amaba. La miraba tan profundamente, con tanta verdad, que Fina pensó que, si se quedaba justo ahí, todo lo malo que estaba por llegar, desaparecería. Y eso quiso hacer: quedarse allí, con ella... En ella.

Cuando Marta se fue, Fina volvió a sentirse sola en la cocina de los de la Reina, como aquella vez hace tanto.

Tres abrazos no son suficientes.

Todos los ojalá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora