Por una mirada.

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Marta subía las escaleras con rapidez. El sonido de sus zapatos golpeando los peldaños marcaban la necesidad que tenía por llegar, lo antes posible, a su destino.

Al llegar al piso superior, intentó frenar el paso y recorrió el pasillo intentando no correr.

Se colocó frente a la madera de la puerta de la habitación que andaba buscando y suspiró ante ella.

Había soñado cómo sucedería aquello miles de veces, pero jamás hubiese imaginado que sería en esas circunstancias. Ni un un millón de años lo habría pensado.

Una mirada. Le bastó mirarla una vez, para demostrarle a Jaime lo que sentía. Solo con mirar a Fina una vez, él vio lo que ella debía esconder y no podía.

Cuando se quedó sola en el salón de los de la Reina, después de soltarse de aquel abrazo con su marido, un millón de pensamientos se agolparon en su mente, aunque sabía, exactamente, que era lo que quería hacer en primer lugar.

Se dirigió a la zona de servicio y vio a su tía Digna en la cocina.

- Tía, ¿Ha visto a Fina? - preguntó, sin pararse a saludar, mirando en dirección a la habitación dónde reposaba Isidro, sin siquiera tratar de disimular su urgencia.

- Acaba de salir.

- ¿Dónde ha ido? - necesitaba verla ya. No podía esperar un segundo más.

- Me ha dicho que iba a la colonia a coger algo de ropa de su habitación y volvería lo antes posible.

- Bien. - sonrió. - Gracias.

Digna hizo un amago de querer decirle algo, pero, Marta ya había salido de la cocina.

No recordaba que el camino desde la casa grande hasta la zona de las habitaciones de la colonia, fuera tan largo, pero, aquel día, le pareció una inmensidad y ahora estaba frente a su puerta, más nerviosa que nunca, pensando en qué debía decirle y cómo.

Cogió aire hasta que no pudo más y lo soltó lentamente, con los ojos cerrados , justo antes de tocar tres veces la madera con los nudillo.

- Ya va. - dijo Fina desde el interior y Marta sonrió solo con escuchar su voz amortiguada.

Cuando la puerta se abrió, Marta sintió ganas de llorar. La tenía delante de nuevo, pero ahora todo era distinto, todo había cambiado, aunque Fina no lo supiera.

Estaba tan bonita que hubiese querido poder sentarse solo a observarla durante días. Durante el resto de su vida, en realidad.

- Marta...- dijo Fina, con cierto nerviosismo. - ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo? ¿Mi padre...?

- Tranquila. - habló, por fin, interrumpiendo aquel tren de pensamientos funestos. - Tu padre está bien, Fina. - le sonrió.

- Por un momento pensé...- sacudió la cabeza con los ojos cerrados.

- Lo siento. No quería asustarte. - le aseguró.

Fina la miró y le sonrió.

- ¿Puedo pasar? - preguntó Marta con un nudo en el estómago.

- Sí, claro. Pasa. - dijo la morena apartándose de la puerta para dejarle espacio.

Cuando Fina cerró tras de sí, Marta suspiró y se dio la vuelta para quedar frente a la morena de nuevo. El corazón le latía con tanta fuerza que tenía que se pudiera escuchar desde fuera.

- Fina...

- Marta...

Hablaron a la vez y sonrieron.

- Tú primero. - dijo Marta.

- Solo quería disculparme por lo que te dije en la cocina. - aseguró. - No debí ponerte en esa situación. Lo siento. - agachó la mirada.

Marta la miró con confusión.

- ¿Sentías lo que dijiste?

Fina levantó la vista del suelo y clavó la mirada en los ojos de Marta.

- Por supuesto.

La de la Reina sonrió.

- ¿Te arrepientes?

- No. - y dio un paso al frente. - Sé que prometimos guardar las distancias, Marta, y que quizás no debería haberte dicho nada, pero no podía tenerte delante y no intentarlo. Jamás me he arrepentido, ni una sola vez, de decirte lo que siento y jamás lo haré.

Marta suspiró de puro alivio con una sorisa hermosa en los labios. Fina la miraba a los ojos. Quería decirle tantas cosas que no sabía por dónde empezar. Vio como Fina abrió la boca para decir algo y dos palabras salieron de su garganta sin pedir permiso.

- Soy libre.

Marta tragó en seco y se le llenaron los ojos de lágrimas.

- ¿Cómo? - preguntó Fina confusa.

- Jaime y yo no...

Negó con la cabeza con los ojos cerrados y dos lágrimas se precipitaron de ellos. Volvió a abrirlos y miró a Fina. Estaba frente a ella, respiraba agitada con la boca entreabierta y sus ojos la observaban nerviosos, confusos.

- Soy libre, Fina. Soy...libre.

Repitió saboreando aquellas palabras que significan una vida, que hasta hace unas horas, no creía posible.

Marta volvió a tragar en seco mirando a Fina a los ojos. No se movía. Parecía petrificada.

- Fina...yo...yo...

Y entonces supo lo único que quería decir en ese momento. Aquello que se había obligado a callar.

- Te quiero. - susurró. - Y si tú aún quieres y me dejas, yo...

Fina, de repente, dio dos pasos hacia ella, la agarró de las mejillas y la besó.

Cuando Marta pudo reaccionar, la abrazó para acercarla más y la siguió besando.

El beso era profundo, húmedo, sediento. Caminó con Fina aún en sus brazos hasta que sus piernas dieron en la cama dónde solía dormir y se sentó por la inercia. Solo ahí, Marta la soltó. La miraba, agitada. La morena tenía los labios hinchados y el pecho le subía y bajaba con velocidad. Estaba preciosa.

Se agachó y ahora la miraba desde abajo, como quién mira a una diosa a la que venerar y así era. Fina era una diosa.

Se inclinó y volvió a besarla. Profundo. Fina la agarraba por la nuca y Marta puso las manos en la parte baja de las piernas de la morena.

Comenzó a subirlas, lentamente, haciendo círculos con la yema de los dedos en cada centímetro, mientras Fina la besaba cada vez con menos control.

Cuando llegó a la altura de su falda, la arrastró a su paso, subiendo más y más por sus largas piernas.

Fina dejó de besarla y emitió un sonido gutural mientras se mordía el labio inferior y Marta, que llevaba sus manos más y más arriba, la miraba con devoción, antes de pegar su frente a la de la morena.

- Te quiero, amor. - susurró.

Fina, suspiró con fuerza antes de tirar de ella hasta que las dos quedaron tumbadas una sobre la otra sobre la cama.

- Te quiero. - susurró Fina mientras Marta atacaba su cuello. - Quédate conmigo.

La de la Reina, se separó del cuello de la Morena y la miró a los ojos.

- Para siempre.

Y volvieron a besarse, a amarse y a beberse la una a la otra.

El mundo volvía a girar para ellas...por ellas.

Todo, por una mirada.


Todos los ojalá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora