A Marta le daba vueltas la cabeza mientras caminaba por su despacho como una pantera encerrada en una jaula. A Marta le daba vueltas la cabeza desde hace un tiempo, en realidad. Desde hace más de lo que era capaz de admitiese a sí misma.
Respiraba hondo intentando buscar la calma, que le era tan necesaria para sobrevivir en su mundo, pero era incapaz de recuperarla desde hacía dos días.
La noche de la ópera. La noche que algo dentro de ella se resquebrajó, dejando entrar una luz que necesitaba que lo inundara todo, aunque aún no se sentía lo suficientemente valiente para dejar que pasase.
Fina.
Fina desde hacía unos días...
No.
Había que dejar de engañarse de una vez por todas. Fina desde hace mucho. Casi desde que tiene recuerdo de ella. Fina desde siempre. Aunque ahora más que nunca.
Desde que aquella despreciable mujer le dijo que a Fina le gustaban las mujeres con la esperanza de que se deshiciera de ella, era como si estuviera cayendo al vacío. Y, por alguna extraña razón, esa sensación de vértigo le estaba haciendo más feliz de lo que recordaba haber sido en toda su vida.
Después de eso, las pocas veces que se había permitido dejarse llevar, habían acabado con ella mirando aquellos enormes ojos oscuros en un silencio tenso que hablaba más que todo lo que se decían.
La noche de la ópera todo lo que había estado sintiendo, se precipitó sobre ella y no pudo controlar volver a pedirle que fuera con ella a ese recital. Lo hizo de manera bastante torpe, a su parecer, pero así se sentía siempre que la tenía delante. Torpe. Nerviosa. Expuesta. Cómo una adolescente que se enamora por primera vez. Aquella era una Marta muy diferente a la que mostraba con su familia, con los demás trabajadores. No podía controlarlo y ni siquiera sabía si quería hacerlo.
Y, antes de que Fina pudiera contestar, el teléfono sonó. Tenía visita. Una amiga, dijo. Pero a ella, esa conversación sobre aquella mujer, unida a lo nerviosa que pareció ponerse al escuchar su voz, le pareció más que una visita sin más. Y algo parecido a los celos le rascó el pecho.
A pesar de todo, Fina le dijo que sí, que iría con ella, que le apetecía ir. Lo dijo mirándola a los ojos, como siempre que le decía sus verdades, aunque no fueran verdades completas, y a Marta se le iluminó el rostro de nuevo, porque no había mentido cuando dijo que quería vivir y, para ella, Fina significaba eso: vida.
Pero, esa noche, Fina no apareció en el sitio y la hora acordadas y a Marta se le vino el mundo encima. La había abandonado, seguramente por la mujer del teléfono. Se sentía sola y perdida. Un poquito rota, quizás.
Y después de aquello, de ese sentimiento de ahogo que la llenó por completo, que la dejó deshecha, pensando que jamás sería feliz, porque así tenía que ser, porque la felicidad era algo que no le estaba permitido por ser quien era, Fina intentó explicarse, pero ella, su orgullo y aquel nudo en la garganta que sintió al tenerla de nuevo delante, no dejaron que se explicara, que se excusara, que, al menos, le pidiera perdón e hizo lo que siempre hacía cuando se sentía vulnerable: atacar.
En su mundo, atacar era sobrevivir y aquella técnica, aprendida a fuerza de enfrentamiento con tantos hombres que intentaban hacerle creer que ella no debería estar allí, brotó sin poder frenarla. Atacó y vio como a Fina se le apagaban los ojitos. Quiso abrazarla, disculparse, retractarse de lo que estaba diciendo, pero, en lugar de eso, le pidió que se fuera a hacer su trabajo y la vio alejarse hacia la tienda, con la cabeza gacha. Y ahí estaba ahora, dando vueltas sobre su despacho y sobre su cabeza, después de que Carmen saliera de allí hacía escasos diez minutos.
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Todos los ojalá.
Hayran KurguAquí recogeré los One Shots de #Mafin que vaya escribiendo. Pequeñas historias inconexas de todos mis "ojalá" sobre ellas.