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Llegó el día en el que salí con los chicos al centro comercial, honestamente ya estaba tan acostumbrado a ese lugar, que me aburría, pero si los demás chicos estaban cómodos, yo no tendría problema en venir aquí, no pienso ser tan idiots como para poner mi comodidad en primer lugar y perderlos a ellos. Ellos realmente me hacían sentir vivo, me hicieron descubrir el verdadero significado de la amistad.

– se siente raro que nos vengan escoltando. – dijo Gustav mientras caminábamos los 4, escoltados y atrayendo las miradas de toda la gente que había a nuestro alrededor.

– me da vergüenza que todos nos miren... – dije casi susurrando y muriéndome de la vergüenza.

– exacto, nos están mirando mal. – exclamó Georg frunciendo el ceño.

– habla más bajito, Georg... – Bill le dió un codazo a Georg, haciendo que se quejara un poco.

A pesar de estar incómodos, tratamos de disfrutar esta salida, sin importar que la gente nos mirara como si fuéramos bichos raros. No duramos mucho tiempo, simplemente compramos cosas y entramos a varias tiendas que ya conocía a la perfección, durante una media hora, hasta que se me ocurrió proponer algo.

– ¿y si mejor nos vamos de aquí? Podemos ir a mi casa, aquí me siento inseguro... – Gustav y Georg asintieron, excepto Bill.

– yo tengo hambre. ¿Y si comemos algo y nos vamos? – suspiré y asentí al final con una sonrisa.

– está bien. ¿Qué quieres comer? – su sonrisa se ensanchó.

– vamos al piso de arriba, venden una pasta deliciosa.

– vamos entonces. – los 4 nos fuimos al piso de arriba y comimos, nos olvidamos de cualquier preocupación que nos invadiera y continuamos nuestra salida de manera tranquila. Terminando de comer nos quedamos sentados platicando un rato más, pero se me ocurrió volver a proponer lo de antes.

– ahora si, ¿vamos a mi casa? – los chicos asintieron y nos levantamos de la mesa para bajar, los hombres de nuestra escolta nos siguieron, y obviamente la gente nos seguía mirando de manera extraña, por una parte los comprendí, tal vez a las personas que viven tranquilas, no les parecería normal ver a 4 adolescentes con escoltas armadas, para nosotros eso era costumbre.

Ya estando abajo nos dirigíamos hacia la salida, para por fin irnos y poder estar más tranquilo. Sin embargo, a Bill le llamó la atención una tienda y nos pidió acompañarlo a esa tienda antes de irnos.

– ¡chicos, miren! Las rosquillas de esa tienda son deliciosas. ¿Quieren unas? – fruncí el ceño, preocupado porque lo único que quería era salir de ese lugar y era la segunda vez que Bill nos entretenía así, pero debo admitir que esas rosquillas se veían deliciosas, así que terminé aceptando.

– ¡las he probado! Si quiero. – dijo Georg mientras Gustav y yo también aceptábamos su propuesta, así que Bill se dirigió a la tienda de rosquillas y las compró, para después darnos 5 a cada quien.

– ahora si, vámonos. – dijo Bill caminando junto a nosotros hacia la salida.

– Gracias, Bill, están delicio... – no tuve tiempo de terminar la frase cuando, de repente, el sonido de unos cuantos disparos cerca de nosotros resonó en el centro comercial. El miedo nos invadió al comprender que nosotros 4 éramos el blanco de un ataque. Afortunadamente, los miembros de nuestras escoltas reaccionaron de inmediato, poniendo sus vidas en riesgo para protegernos, o simplemente cumpliendo con su trabajo. En ese momento se desató un tiroteo en el centro comercial, nos quedamos congelados, viendo a la gente horrorizada gritando y corriendo por sus vidas, unas cuantas personas caían al suelo al ser alcanzadas por las balas, eso en realidad me partía el alma.

No lo pensamos dos veces y corrimos a escondernos en un local que estaba en frente de nosotros, Bill se quedó congelado y yo lo tomé del brazo para llevarlo a ese lugar a escondernos aunque sea un poco, ya que ahí seguíamos estando en riesgo de recibir un disparo.

Los 4 nos amontonamos en ese pequeño lugar para escondernos, pero Bill no paraba de llorar, y temblar, yo lo abracé y cubrí sus oídos, tratando de calmarlo, pero él estaba muy asustado. ¿Que loco, no? Yo era quien más tenía miedo de salir y ahora me estaba encargando de tranquilizar a quien estaba más confiado en que no pasaría nada.

– tengo mucho miedo... – susurró Bill entre sollozos mientras se aferraba a mi y yo lo abrazaba muy fuerte, casi cubriendo todo su cuerpo.

Los disparos continuaron retumbando a nuestro alrededor, mientras permanecíamos escondidos en la misma posición, rezando en silencio para que nada malo nos pasara. De repente, sentí un impacto fuerte y profundo en mi espalda, seguido de un dolor punzante que me cortaba el aire. Me di cuenta con horror de que una bala me había atravesado, protegiendo a Bill, a quien abrazaba en un intento de tranquilizarlo y principalmente resguardarlo.

Mi cuerpo se convirtió en su escudo.

Vínculos prohibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora