Capítulo 2: Regresando en el tiempo

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Angélica no dejaba de observarse en el espejo. Su ropa le quedaba volando, poco recordaba de su niñez en la actualidad. Sin embargo, ahora era sencillo rememorarlo. Algunos recuerdos le volvieron a la mente con una familiaridad además de una perfección asombrosa. La manera en la que su abuelita solía mirar con cariño aquel reloj antiguo también contaba con tanta devoción lo maravilloso y único que era. Ella juró que nunca olvidaría esa dulce y peculiar sonrisa, llena de amor verdadero. Aun así, en su adultez lo hizo cuando comenzó a pensar sólo en un futuro brillante y en un promedio de excelencia.

Olvidó todas esas historias sobre el Guardián del reloj de la familia, asimismo cómo podían pasar varios minutos limpiando y observando cada detalle grabado en la tapa de la reliquia de su linaje. La devoción que sintió en ese entonces a la par de su cuidadora. Ella sí que tomaba en serio la regla número dos, incluso podía jurar que aquello, más que un amor, era una lealtad pura por el artilugio.

A pesar de que algunos recuerdos como los nombrados regresaron a su lucidez, tenía fuertes convicciones. Entre los gemelos, Tic y Tac, se preguntaba si tal vez su abuela seguiría tan devota como lo fue después de conocerlos.

Suspiró con desgano y procedió a hablar con ellos.

—Escuchen, chicos —pidió, carraspeando su garganta para llamar la atención.

—¡Nada de chicos! Manecillas, por favor —exigió Tic con sutileza.

En respuesta, tanto Angélica como Tac se miraron en complicidad con mero contacto visual, ambos acordaron que exageraba.

—Disculpe mi torpeza, ¡oh, honorables guardianes del reloj! —exclamó la pequeña casi declamando con las manos—. Siendo sincera, me gustaría volver a mi tamaño natural, lo más pronto posible. Mañana tengo un importante examen de cálculo al que no puedo faltar.

A esto, la manecilla larga chasqueó los dedos como si hubiera tenido una maravillosa idea. Sin pensarlo demasiado, la expresó.

—Y apuesto a que lo notarán si vas así.

El rostro perplejo de la niña y la otra manecilla no se hicieron esperar, pestañearon un par de veces, intentando procesar la desvariada mente del otro. Por su parte, su semejante más listo golpeó de manera suave su frente y frunció el ceño en símbolo desaprobación, pero únicamente Angélica se atrevió a hablar.

—Por supuesto —respondió con un hilo de voz—, ¿me ayudarán, cierto?

A lo que la manecilla larga hizo una pose superheroica emulando a algún ídolo, y con voz de superhéroe expuso:

—¡Por supuesto que sí!, además tenemos el tiempo contado, no puedes durar más de doce horas así porque...

En una acción rápida, la manecilla corta, puso uno de los calcetines limpios en la boca de su hermano, acallando su parlamento de manera súbita.

La niña hizo un puchero y cruzó sus brazos a manera de disgusto.

—¡Déjalo terminar! —exigió la pequeña escandalosa.

Se giró hacia ella con la cara llena de astucia y, aclarando garganta, se dirigió a esta.

—Por el momento, eso no es relevante. Debemos apresurarnos y dirigirnos rumbo a la relojería: justo a tiempo. De inmediato —puntualizó, en eso, levantó su dedo meñique para dar énfasis a su comentario.

«¿Qué tendría de especial la vieja relojería?», la infanta no evitó preguntárselo.

Mientras que la manecilla larga escupió el calcetín, limpiando su boca, metalizada mientras expelía, las pelusas se le habían pegado en los labios, por lo que las quitó con cierta repulsión.

Cinco minutos más |ONC 2024|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora