Capítulo 3: El dolor de perder al amor

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Seokjin, a sus 14 años, pudo comprender el porqué la desesperación y agonía habían invadido su reino hace ya tantos años. A pesar de los esfuerzos incansables de su padre por proteger a los omegas restantes, los quirópteros seguían logrando traspasar sus defensas, arrebatando la vida de más y más omegas. En la última reunión que se llevó a cabo con los doce omegas que aún quedaban, quedó en evidencia la trágica realidad: la casta estaba prácticamente extinta.  Seis de ellos eran adultos mayores, otros tres padecían de infertilidad, uno recién se había presentado, pero ante la amenaza, su lobo se habían ocultado y caído por voluntad propia en un sueño eterno. Finalmente, Finalmente, quedaba la reina In-ah y Kim Yoo-jung, esposa de un integrante de la corte, quien gracias a la sobreprotección de su marido, Song Kang, había logrado evitar varios ataques dirigidos a las personas cercanas al rey. Ambas omegas habían tenido una experiencia de alto riesgo durante el embarazo de su cachorro. Tanto para el rey como para Song Kang, era claro que un nuevo embarazo llevaría a las omegas a perder la vida.

La devastación se reflejaba en los rostros demacrados y en las miradas perdidas de aquellos que veían cómo su especie se extinguía lentamente. A pesar de las medidas desesperadas tomadas por el rey y su corte, la esperanza se desvanecía con cada nueva pérdida.

Jin, con el corazón oprimido por la tristeza y el miedo, comprendió entonces la magnitud de la tragedia que envolvía a su reino.

—Su majestad, el hospital está saturado de alfas, la salud de toda la nación está en decadencia y su plan no ha dado cambios positivos en los lazos rotos de los lobos

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—Su majestad, el hospital está saturado de alfas, la salud de toda la nación está en decadencia y su plan no ha dado cambios positivos en los lazos rotos de los lobos.—

El rey había confiado en que su plan funcionaría, que la situación de su pueblo mejoraría. Pero ahora, frente a la realidad cruda y despiadada, se sentía impotente y abrumado. Todo lo que tenía trazado para irse en contra de los quirópteros se veía interrumpido al solo contar con los betas para atacar Mooncrest. Además, al ver que muchos de sus alfas perdían el sentido de la vida debido a la falta de sus parejas omegas, la situación se volvía aún menos oportuna para iniciar una guerra.

Nueve años sin poder tomar justicia, nueve años en donde el pueblo solo iba en decadencia, en donde todo aquello que había construido junto a su amada iba perdiéndose. El rey sabía que debía encontrar una solución rápida antes de que fuera demasiado tarde.

—¡Mi señor, han atacado a la reina en el patio del castillo!— el grito de uno de sus empleados resonó como eco dentro de sus oídos.

Min-Kyu sintió su corazón detenerse. Sin pensarlo dos veces, se levantó de su trono y salió corriendo hacia donde había ocurrido el incidente, con la esperanza de que todo sea una maldita broma del destino. Al llegar, vio su peor pesadilla hacerse realidad, el amor de su vida se encontraba tendida en el suelo, rodeada por sus guardias, quienes trataban de detener el sangrado.

—¡Busquen al hijo de puta que hizo esto! —gritó, mientras se arrodillaba junto a ella, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.

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