Era un nuevo día en el condado de Greene, en Arkansas. El cielo, si bien parecía a punto de romperse en un fuerte aguacero. No dejaba de ser perfecto a los ojos de aquél que estuviese agradecido por esa tormenta próxima. Para aquél alma que con gran apreciación, suspiraba la alegría de un tan ansiado dominio proveniente de las manos de Dios.
La mañana comenzaba para todos los habitantes del lugar. Qué, aunque el clima no estuviera a su favor, retomaría sus actividades como todos los días.
Pero algo estaba por cambiar, alguien nuevo se presentaría ante los pueblerinos y daría de si lo mejor que pudiera retribuir en el lugar.
En las inmediaciones de Greene, un automóvil de color negro había ingresado a al condado. El camino se tornaba un poco complejo de transitar, pues la lluvia había generado barro por todas partes y eso hacia que las ruedas del vehículo tuvieran dificultades al transitar.
Dentro de aquél auto, un hombre en solitario manejaba con total seriedad. Observando con cuidado y fijando su vista en el parabrisas al cual, con brusquedad, era azotado por el diluvio. Haciendo que de esa forma, forzara su mirada para poder visualizar parte del paisaje que decoraba el pueblo.
El césped y las demás plantas parecían un poco secos. Era evidente que aquella lluvia le serviría para dar vida nuevamente al lugar.
El camino estaba despejado, no había persona alguna que estuviera rondando el lugar. Las nubes parecían cada vez más enfurecidas, no había ánimo alguno de cesar por parte de ellas.
Quizás, al final, nadie cumpliría su rutina. No se veía persona alguna por las calles, todo parecía desolado.
Un poco más adelante, empezó a notar casas y tiendas que daban la bienvenida al pueblo. Eso parecía reconfortarlo de cierta manera. Aunque los nervios no desaparecían del todo. Su trabajo iniciaría por primera vez y aún habían cosas por las cuales no se sentía del todo firme ante su oficio.
Siendo atento al recorrido, un poco más delante de este había dado con la imagen de una mujer que iba caminando por un costado de la calle barrosa. Cargando consigo un par de bolsas aparentemente pesadas, en cada una de sus manos. Su mirada estaba centrada en el camino, y nada mas.
Al notar aquello, no dudo demasiado y decidió parar el auto a un costado de la calle.
— ¡Oiga!. — Exclamó el hombre en un pequeño grito.
La mujer, sorprendida, miro rápidamente hacia todos lados. Buscando de donde había salido aquel grito, hasta dar con aquél hombre dentro del auto negro. Quedó paralizada, mirándolo asustada.
— Creo que la tormenta la alcanzó, ¿No es así?. — Preguntó el hombre, siendo gentil con ella. — ¿Me permitiría darle una mano?. — Consultó rápidamente, al ver qué sus vestiduras estaban empapadas, la falda y calzado estaban manchadas de lodo y su cabellera totalmente mojada.
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El pecado después del amor.
RomanceEn este mundo, el amor reina por dónde se quiera ver. En las plantas, los animales, el mar, los cielos y la mismísima tierra está inundado de este magnífico sentimiento. Aunque, a veces, el mismo termina siendo un martirio para algunas almas apasio...