La velada se desvaneció con la precisión de un reloj cuyas manecillas dictan el fin de un acto teatral, y uno a uno, los personajes abandonaron el escenario hacia sus íntimos refugios.Emma, por su parte, se hallaba enclaustrada en su humilde morada, una cabaña que parecía contener más sueños que espacio. En su lecho, las sábanas se enredaban entre sus dedos mientras sus ojos se perdían en la escasa luz que se colaba por la ventana, un halo misterioso que rompía la penumbra de su cuarto.
El día había dejado su psique en un estado de zozobra, y su cuerpo, aunque anhelante de descanso, se resistía a ceder ante la tranquilidad. No obstante, no le quedaba más remedio que buscar serenidad en medio del tumulto que aún la asediaba.
El cielo nocturno se había vestido de gala, engalanado con un manto de estrellas que titilaban como joyas en la bóveda celeste, acompañando a una luna delicada y curvilínea, cuya fase creciente insinuaba secretos y promesas de renovación.
Ese espectáculo astral invitaba a Emma a sumergirse en un mar de ensoñaciones, a navegar por vidas paralelas donde la alegría era su estandarte, donde el temor era un desconocido, y donde sus más fervientes deseos y metas se concretaban en una realidad tangible y dulce.
Aunque esos pensamientos le parecían distantes de su cruda realidad, ese cosmos imaginario que tejía en su mente era su santuario sagrado, su paraíso escondido frente a la aridez de su existencia diaria, marcada por la adversidad y la desdicha.
Se cuestionaba si algún día surgiría ese campeón, ese guardián que la salvaría de las sombras que se cernían sobre el mundo. Alguien que la amara con una pasión genuina, que jamás la desamparara y que estuviera invariablemente a su lado, como lo había soñado tantas veces.
Para Emma, la posibilidad de tal encuentro parecía una utopía, un sueño demasiado sublime para pertenecer a su mundo. Sentía que su destino estaba predestinado a desaparecer en la soledad, tal y como había vivido.
Con un suspiro cargado de nostalgia, y estrechando contra su pecho su preciado oso de peluche, la joven criada se dejó arrullar por el sueño, permitiéndose olvidar, aunque solo fuera por un efímero momento, que al despertar su vida retomaría su curso como un vía crucis.
En la distancia, oculto a la mirada de los demás, Gabriel se encontraba reflexivo. Antes de entregarse al reposo de la noche, había salido al exterior del despacho, meditando en silencio sobre los días que se avecinaban y la despedida que pronto tendría que compartir con Richard.
El joven párroco, con un cigarrillo prendido entre sus dedos, se encontraba sumido en una contemplación profunda del firmamento. La luna, aunque menguante y delicada en su forma, ejercía su influencia sobre las estrellas, tejiendo un manto de luz que ofrecía consuelo y serenidad a aquellos afortunados que la observaban en su esplendor.
Frente a él, se desplegaba el panteón del pueblo, un terreno sagrado que había sido testigo del nacimiento y la muerte de generaciones. Cruces de madera y piedra emergían del suelo, como guardianes silenciosos de memorias y promesas. Flores, algunas frescas y otras marchitas por el paso implacable del tiempo, adornaban las tumbas junto a mensajes y fotografías que habían resistido las inclemencias del clima. Nichos y osarios delineaban los confines del camposanto, esperando acoger nuevas urnas y preservar la esencia de aquellos que habían partido.
El cementerio, vasto y silencioso, se extendía más allá de la iglesia, custodiando no solo los restos mortales sino también las esperanzas y lamentos de las almas que alguna vez caminaron sobre la tierra. De noche, el lugar adquiría un carácter sombrío, casi sobrenatural.
Criaturas nocturnas, cuervos, ratas, búhos y otros seres vagaban entre las sepulturas, guiados por el instinto de supervivencia o la mera curiosidad que los llevaba desde el bosque hasta ese lugar.
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El pecado después del amor.
RomansaEn este mundo, el amor reina por dónde se quiera ver. En las plantas, los animales, el mar, los cielos y la mismísima tierra está inundado de este magnífico sentimiento. Aunque, a veces, el mismo termina siendo un martirio para algunas almas apasio...