Continuación cap 07.

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Un reloj antiguo, como todo lo que había allí, bonito y con dibujos y relieves de fruta y fauna me saludó con las agujas colocadas exactamente en las ocho y cinco minutos. Llevaba buscando el maldito abrecartas alrededor de diez minutos o quince. El tiempo se me acababa… y el abrecartas allí estaba, aplastado por aquel reloj tan pesado. Lo reconocí por su forma de espada de la edad media en miniatura. El mango sobresalía por debajo del reloj y la hoja de la espada era aplastada por el mismo. Por lo menos ya lo había encontrado. Ahora tocaba recogerlo con las manos atadas. 

Sabiendo de antemano que me haría mucho daño en los brazos por lo que iba a hacer, me balanceé en la silla de un lado a otro hasta que esta cayó de lado junto al reloj. Sollocé de dolor cuando el peso de mi cuerpo recayó sobre mi hombro derecho. Pero me apostaba cualquier cosa a que si no lograba salir de ahí y alertar a alguien antes de que Toro llegara hasta Bill, las consecuencias serían mucho peores que un brazo roto. 

By Bill.

Atender a los clientes sin detenerme ni siquiera para cobrar no me garantizaba acabar a las nueve de la noche y mucho menos, un par de minutos libres para ir a recoger el regalo de cumpleaños para Tom, el que me esperaba en la joyería Milo´s desde hacía casi cinco horas, totalmente pagado y esperaba que perfectamente guardado. Eso quería decir que la tienda estaría cerrada cuando terminara de trabajar y que Tom se quedaría sin regalo hasta el día siguiente. ¡Maldita sea! ¿Quién me mandaría a mí encargar que grabaran esa estúpida y cursi frase en el regalo? Me iba a costar una decepción para mi nene. Pensaría que no me había acordado del primer cumpleaños que pasábamos juntos con todos los dientes y sin pañales y se rompería la magia. 

Bueno, todavía podía atarme un lacito alrededor del cuello y esperar, a ver qué pasaba. 

-Bill, sino te das prisa la joyería cerrará. Son casi las ocho y media. – me advirtió Heidi al pasar por mi lado con una bandeja, directa al lavavajillas. Solté rápidamente el batido de fresa y nata que me había pedido una cliente y corrí hasta el mostrador detrás de Heidi. 

-Tienes que hacerme un favor. – le supliqué. Ella sonrió de oreja a oreja, como si hubiera estado esperando que pronunciara esas mismas palabras.

-Quieres que vaya a por el regalo ¿eh?

-Por favor. Si yo salgo de aquí va a cantar mucho. – bufé, asqueado con mi suerte. – Por alguna razón que no logro comprender, los clientes se empeñan en humillarme públicamente. – ella soltó una carcajada estridente. 

-Con lo guapo que eres no es de extrañar. Anda, sigue trabajando. Volveré en quince minutos. 

-Gracias, nena. Te daría un beso, pero no creo que le sienta muy bien a Kam… ni a Tom. – Heidi corrió al vestuario y en cinco minutos salió de la tienda a toda velocidad, dejándonos a Adam y a mí solos con los pocos clientes que quedaban. Una vez los hube servido a todos y medio limpié las mesas que quedaban vacías, me dejé caer en el mostrador junto a Adam, que hacia cuenta sin mucho interés. – Estoy agotado, no creo que pueda aguantar mucho más. ¿Qué hacemos? ¿Vamos cerrando?

-Todavía queda media hora y siguen habiendo clientes en el local. – volví a bufar mientras me apartaba el pelo de la cara. Adam dejó el dinero de lado y lo volvió a meter en la caja. Llevaba todo el día muy frío y su actitud indiferente me empezaba a cabrear. Abrí la boca para decir algo al respecto cuando alzó la cara y se quedó mirando las puertas correderas con expresión descompuesta. Tragó saliva. 

De repente, los pocos clientes que quedaban en el local se levantaron de sus sillas y con rostros de preocupación, salieron de la pastelería casi corriendo, dejando tres pares de billetes de veinte euros cada uno, sin esperar la vuelta. Observé sus mesas, la mayoría con los batidos y los pasteles a medio comer. 

Muñeco acabado Cuarta temporada - by Sarae Donde viven las historias. Descúbrelo ahora