El Reencuentro

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No tengo miedo, no es la primera vez que me secuestra una mafia. Lo que me generaba disconformidad eran mis compañeros ya que les ordenaron subirse en una camioneta diferente a la que me mandaron a mi.
Al ingresar a la camioneta, me ataron las manos con bridas y tenía cierta dificultad a la hora de moverme. Acto seguido uno de los secuestradores me quitó mi radio y pistola, también me colocó cinta en mi boca, para que no pudiera hablar y una bolsa en la cabeza para que no viera a dónde me llevaban.
Se escuchó a la distancia un intercambio de disparos. Cerré los ojos con fuerza pidiendo “Por Favor” que no les pasara nada a mis compañeros. Mi respiración aumentó cuando se detuvieron esos disparos. El desconocimiento de lo que pasaba con Victoria y Dylan, empezó a romperme la mente, ya que imaginaba escenarios y teorías desgarradoras.
No creo que mis compañeros murieran, ¿o si?

Desperté en un cuarto oscuro y solitario, mi respiración hacía eco en ese lugar, en el instante que desperté mi cabeza comenzó a inundarme de pensamientos relacionados a mis compañeros.
Miré hacia arriba y vi que estaba colgado de una cuerda atada a una varilla de hierro, que sobresale del techo, forcejee para intentar escapar, pero no funcionó. Cuando miré hacia el suelo noté que mis pies estaban en el aire y solamente estaba atado de las manos.
Escuche pasos, imagine que era de una o dos personas. Grité con la intención de que me escuchara, tal vez si lograba oirme intentaría sacarme de ahí o buscar ayuda, pero no dio resultado. Mis muñecas me dolían mucho debido a la presión que ejerce la cuerda. Nuevamente luché para intentar escapar, pero volví a fracasar.
Con el correr de los minutos, mi respiración descendió. Intenté no hacer ningún movimiento para que el dolor no empeorará, pero la impotencia de no poder salir de aquí, generaba pensamientos de que iba a morir encerrado.

El ruido de una puerta de un auto me despertó. Observé todo el lugar pero seguía encerrado en esa habitación de cinco por cinco metros de solo oscuridad. Pero, una bombilla localizada encima de la única puerta de esa habitación comenzaba a encenderse poco a poco.
A estas alturas sentía fuego en mis muñecas, la presión de la cuerda en ellas, irritaba la piel que ardía y quemaba.
La cerradura de la puerta empezó a hacer ruido, eso atrajo toda mi atención, hasta que quedó en silencio y alguien abrió la puerta hacia adentro. Dos personas entraron con máscara negra y un Ak-47 en sus manos, iguales a las que tenían las personas que me trajeron hasta aquí. Luego una persona de chaqueta de cuero marrón oscuro y un pantalón del mismo color y tela. Que lo hacía resaltar sobre los otros dos individuos, se paró frente a mí. Con un caño de metal que tenía en su mano derecha, cuando alzó su rostro rápidamente lo conocí, Antonio Tomasset. Si, el mismo que hace unas horas, había salido de prisión.
Una sonrisa llena de maldad esbozo con su boca. Una cicatriz en su pómulo derecho logré identificar y esta vez fui yo el que sonreí porque fue un pequeño regalo que le dejé, antes de que entrará a prisión.
—¡Qué sorpresa!, el mismísimo Jeremy White.
—Me extrañaste. El se acercó a mí y pasó el caño qué tenía en sus manos, por mi abdomen. Alcé mi cabeza y vi su mandíbula tensa, su respiración agitada, al llegar a sus ojos. Un golpe en mi lado derecho, hizo que me retorciera de dolor.
—Y tanto que te extrañe White. Mi respiración comenzó a ser más fuerte, mire hacia mi abdomen y una línea roja, recta en el lado derecho de mi torso y dolía.
—Suéltame si tienes huevos. El río a carcajadas, junto con los otros dos que estaban atrás de él.
—Siempre me caíste bien White, pero yo soy el rey de esta ciudad.
Una rafaga de golpes en mi torso hizo que gritara de dolor, mi abdomen está completamente rojo, no podía aguantar más. Miré su rostro y noté su sed de venganza.
—Sobre mi cadáver. Afirme esbozando una sonrisa.
—¿Quién crees que eres?
—Tu sombra, el que te va a enterrar.
—Como a esa chica… ¿Cómo era que se llamaba? 
—¡No la menciones!
Grité interrumpiendo sus palabras sabiendo lo que él quería a decir.
—¿O que White?
Alcé mi cabeza y mire fijamente sus ojos. Lancé una patada a su cabeza, pero con un paso hacia atrás, consiguió esquivar.
—Que cerca. Exclamó, señalándome mientras le sonreía a sus dos compañeros.
—¡Suéltame! ¡Hijo de puta!
—¿Qué pasa?, te toca el corazón este tema. Ira corría lo que corría por mis venas, no quite mis ojos de los suyos.
Hasta que un golpe en mi pierna derecha, hizo que llorara de dolor. Lanzó el caño contra la pared de la derecha, con los ojos entrecerrados y viendo borroso. Logre distinguir un puño americano en su mano derecha.
—No lo hagas. Suplique piedad, mientras que dejaba de sentir cada parte de mi cuerpo.
En todo mi torso y pierna derecha, el color rojo era lo que resaltaba. Él sonrió a boca cerrada, para luego, en reiteradas ocasiones conectar golpe tras golpe, en mi rostro.
Gotas de sangre salpican el suelo, no lograba ver nada, mi cuerpo no respondía, la fuerza que tenía en mi cuerpo era débil. No podía hacer nada, esto se resume en una cosa. Dolor.

El AGENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora