TEMIENDO SENTIR (DISPONIBLE EN AMAZON)

CAPÍTULO 1. DESCUBRIENDO A UNA ESCRITORA

Me encontraba de nuevo haciendo cola en correos con la nota de aviso de un paquete en mi mano. Sabía que era de él, y me cosquilleaba la curiosidad por dentro. El deseo de saber qué tenía que decirme hizo que no esperara a llegar a casa para abrirlo, haciéndolo en mitad de la calle.

Era un sobre de tamaño mediano, de esos con burbujas para que no se dañe lo de dentro por los golpes, y nada más sostenerlo noté algo pequeño que pesaba mucho. Rasgué el papel metiendo mi mano hasta tropezar con un trozo de cuarzo blanco de irregulares formas. La luz de las farolas no dejaba ver con nitidez su verdadera belleza, así que lo guardé de nuevo, limitándome a leer la pequeña nota que acompañaba al preciado objeto.

No era muy larga, de apenas medio folio, y eso me encogió el corazón de inmediato. Esperaba que fuera más generoso con sus palabras, además, al estar doblada parecía mucho más pequeña. Comencé su lectura mientras caminaba de regreso a casa, aunque tuve que detenerme en algún momento, pues su caligrafía representaba un verdadero reto para cualquiera.

Decía que quería transmitirme lo importante y especial que era para él, que en cada alba me colaba entre los recovecos de la persiana, llegando a su piel con mi cándida luz, sintiéndome cerca, aunque estaba muy lejos. Que he sido su fiel vara de madera para ese peregrino sin hogar que deambula entre la incógnita, otorgándome ese cuarzo blanco para que me ampare y acompañe cuando escriba, y protegerme cuando él no esté.

La carta continuaba resaltando lo buena amiga y gran apoyo que estaba siendo para él, despidiéndose con un: «Por lo demás, aquí siempre tendrás a tu poeta de ojos azules».

Había deseado tanto recibir una carta suya que, una vez que la tenía delante, casi que prefería que no hubiera escrito nada, al darme cuenta de que sus palabras no me decían lo que esperaba oír.

Aunque creo que debería empezar a contar esta historia desde el principio, y para eso deberé remontarme a enero de ese mismo año, cuando decidí crearme una cuenta en una red social para publicar mis primeros escritos.

No sé cómo un escritor inicia su camino, pero el mío empezó una tarde después de comer, cuando, sentada en el sofá, intentaba entretenerme con la televisión. Mi padre, recostado en su sillón, sostenía en su mano derecha fuertemente el mando a distancia, muy a pesar de que tenía los ojos cerrados, y el ritmo de su respiración indicaba que dormía plácidamente.

Así que, en un acto de rebeldía, me acerqué cautelosa a él, para meterle mi mano bajo la manta y, de ese modo, poder robarle lo que en su mano guardaba. Pero mi plan no resultó como yo pensaba, y se despertó sobresaltado con el roce de mis dedos.

-¡Elena! ¿Por qué me has despertado? -gruñó de inmediato, incorporándose del sillón con el mando bien agarrado.

-Quiero ver una película, además, estás durmiendo y no es justo que acapares siempre la televisión para ti, hay más gente en esta casa -repliqué alzando la voz un poco más de lo habitual.

Pero de nada sirvieron mis palabras y continuó con el poder fuertemente agarrado, como solía hacer siempre. Aunque lo que me cabreó más fue el hecho de que se volviera a dormir como si nada hubiera pasado. Eso era lo habitual en él desde que era pequeña. Creo que todavía piensa que sigo teniendo cinco años y en esta casa se debe hacer lo que él dice sin posibilidad de objetar nada.

En momentos como ese, me arrepentía de haber vuelto a casa de mis padres y de haber renunciado a la independencia que tenía en mi piso alquilado.

Debéis saber que mis padres son muy mayores, casi podrían pasar por mis abuelos. Mi madre me tuvo en la última oportunidad que le brindó la madre naturaleza, casi sin darse cuenta, como muchas veces me contaba ella. La pobre mujer llevó mi embarazo oculto entre todos esos kilos de más que albergaba su cuerpo, llegando a pensar que le había venido la menopausia tempranamente, como es tradición entre las mujeres de la familia.