Kim Taehyung es un humano que estudia arquitectura y que no tiene tiempo para citas, pero un día es obligado a ir a una fiesta por sus amigos.
Un evento desafortunado lo lleva a encontrarse con el príncipe del infierno; Jeon Jungkook.
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Desperté a un nuevo día, o tal vez era noche; en la celda, el tiempo no tenía sentido. Pero con la luz del alba o el manto de la noche, una determinación renovada se encendió dentro de mí. No podía permitir que la desesperación me consumiera, no cuando había tanto en juego. Me levanté, limpié las lágrimas de mi rostro y miré a mi vientre, donde mi hijo seguía luchando por nacer.
—Hola.
Escuché la misma voz que instaba a que me metieran en el portal. Luego una silueta se acercó a mí. Era un hombre apuesto... Era yo
—¿Quién eres? —pregunté titubeando.
La revelación me dejó helado, una paradoja viviente ante mis ojos. El demonio que compartía mi rostro sonreía con una calma perturbadora, como si la gravedad de sus palabras fuera un detalle trivial en el gran esquema de su existencia.
—Soy un demonio —continuó, su sonrisa se ensanchó—. Pero no todos los demonios son iguales. Algunos de nosotros buscamos el equilibrio, otros el caos. Yo... yo busco la purificación.
Su confesión me golpeó con la fuerza de un vendaval. ¿Purificación? ¿Era posible que incluso entre los demonios hubiera conflictos de ideales, de poder?
—¿Por qué luces igual a mí?
—No tengo rostro y quise usar el tuyo. ¿Tienes algún problema con eso?
—¿Y Jungkook? —mi voz temblaba—. ¿Qué le has hecho?
—Jungkook es fuerte, más de lo que incluso él sabe —dijo el demonio, su tono era casi admirativo—. Está a salvo, por ahora. Pero no puedo decir lo mismo del futuro.
—No puedes hacer esto —insistí, la desesperación se mezclaba con la ira—. Mi hijo no ha hecho nada. ¡No puedes castigarlo por algo que no ha elegido!
—No es una cuestión de elección —replicó el demonio—. Es una cuestión de poder. Y el poder debe ser controlado, o destruido.
»Durante años perseguí a Jungkook. Un poder como el suyo no debería de existir y no permitiré que se levante alguien más de su linaje. Lo mío contigo no es personal, eres un humano y tu poder no me deja sin aliento. Así que si te portas bien te dejaré ir cuando termine.
—¿Qué piensas hacerme?
La conversación se había convertido en un ajedrez verbal, cada palabra una jugada en busca de una ventaja, de una salida. Pero yo no estaba jugando un juego; estaba luchando por la vida de mi hijo, por nuestro futuro.
—Entonces, ¿qué quieres? —pregunté, intentando mantener la calma—. ¿Qué se necesita para que nos dejes en paz?
El demonio se inclinó hacia adelante, su mirada era un abismo oscuro en el que me vi reflejado.