Entre Apodos y Verdades

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La caravana avanzó a lo largo del camino de terracería, su marcha pausada marcada por el traqueteo constante de las ruedas sobre la tierra batida, llevándolos cada vez más lejos de ese pueblo pintoresco llamado Otara y diciendo adiós a ese festival de otoño tan popular. El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, arrojando tonos dorados sobre el paisaje mientras cedía su lugar a la oscuridad de la noche. Con el avance de las sombras, los vendedores ambulantes comenzaron a buscar un lugar adecuado para descansar.

La pequeña ladrona de dulces, Evanthe Strelitz, deambulaba entre los carromatos y las casas de campaña, observando cómo se desplegaban y se preparaban para la noche. A medida que el bullicio de la actividad disminuía, sus pensamientos se dirigían al trato de sus padres y a su propia identidad. A pesar de su corta edad, Evanthe notaba la diferencia de sus padres, a diferencia de los hijos de otros comerciantes. "¿'Evanthe Strelitz'? ¿Esa realmente soy yo?," Se había preguntado esto desde hace meses, cuando la apodaron "la sin nombre".

Fue entonces cuando se topó con los hijos del señor Moret Lamal, vecinos de su familia en la caravana. Los jóvenes, conocidos por su carácter bullicioso y sus travesuras, estaban reunidos en un rincón, riendo y bromeando entre ellos mientras preparaban su propio espacio para la noche.

El señor Moret Lamal era un hombre de aspecto astuto, con una sonrisa siempre lista y una mirada que parecía leer los secretos más profundos de aquellos con quienes se encontraba. Sin embargo, su reputación entre los vendedores ambulantes no era precisamente intachable. Se dedicaba a juegos de apuestas y a menudo se rumoreaba que estaba involucrado en estafas durante las ferias y festivales a los que asistían.

Evanthe observó a los hijos de Moret con una mezcla de curiosidad y cautela, preguntándose qué secretos y verdades podrían esconderse detrás de sus sonrisas y sus bromas.

La pequeña observaba en silencio a sus vecinos mientras se llamaban entre ellos, escuchando los nombres que se intercambiaban. ¿Por qué la llamaban "La sin nombre"? Se preguntaba mientras seguía con la mirada cada gesto y cada palabra.

Sin embargo, su observación no pasó desapercibida. Los hijos del señor Moret, al notarla, se acercaron a ella con una sonrisa burlona en sus rostros. "¡Miren quién está aquí!", exclamó el mayor de los hermanos con una risa mordaz. "La sin nombre".

Las palabras cortantes hicieron que la sangre de Evanthe hirviera de ira. El apodo que le habían dado era como un cuchillo clavado en su corazón, privandola de la poca conexión que tenía con sus padres. Sin poder contener su enojo, avanzó hacia el más joven de los hermanos, un niño de apenas siete años, dos años mayor que ella.

"¡Cállate!" gritó Evanthe, su voz temblorosa de rabia contenida. Quería golpear al niño, pero cuando intentó actuar, sintió una mano agarrándola por la cabeza con fuerza, impidiéndole avanzar. La risa burlona de los otros dos niños resonó a su alrededor mientras se burlaban de su impotencia. Era evidente que no podía hacer nada contra ellos, y eso solo alimentaba su furia y su deseo de demostrarles lo contrario.

"¿Por qué me llaman así?", preguntó Evanthe mientras los otros niños la sujetaban con fuerza. "¿Por qué 'la sin nombre'?"

Los niños intercambiaron miradas antes de que el mayor de ellos respondiera con desdén: "Porque Evanthe Strelitz no es un nombre real. Son los apellidos de tus padres, ¿no lo sabías?".

Las palabras resonaron en los oídos de Evanthe. ¿No era su nombre real? ¿No tenía identidad más allá de ser la hija de sus padres? La revelación la dejó aturdida, sintiéndose aún más perdida y desamparada en ese mundo al que apenas empezaba a comprender.

Cuando la pequeña estaba procesando la revelación, los niños la soltaron, dejándola parada y temblando de furia y confusión. "Mi padre dice que incluso él, un estafador, puede considerarse mejor que los tuyos", se burló el menor, mientras los otros asentían en acuerdo. "Al menos él solo es cuestionable en su trabajo, pero no con nosotros".

Las palabras de los niños golpearon a Evanthe como un puñetazo en el estómago, dejándola sin aliento. La sensación de traición y vergüenza la envolvió mientras los otros se alejaban, dejándola en la oscuridad de la noche, con sus pensamientos turbulentos como compañía.

Evanthe permaneció allí, paralizada por la revelación cruel y las palabras hirientes. ¿Cómo es que sus padres no le habían puesto un nombre? No estaba segura de entender del todo, pero era verdad que Evanthe era el apellido de su padre y Strelitz el de su madre.

El sonido de pasos alejándose la sacó de su aturdimiento. Volvió la cabeza para ver a los niños, ahora a una distancia segura, mirándola con una mezcla de superioridad y lástima.

"Tranquila sin nombre", dijo el otro de ellos con una sonrisa burlona. "Mi padre ya ha hablado de darte trabajo en el futuro. Dice que tendrás talento para estafar, después de todo para robar ya eres buena, ¿no es así?"

Las palabras resonaron en los oídos de Evanthe, llenándola de nerviosismo. No creía que alguien supiera su pequeño secreto, si ellos lo sabían era probable que todos los de la caravana estuvieran enterados que había robado varias cosas, ya se le hacía extraño que de un tiempo para adelante la mayoría de personas dejaron de hablarle o invitarla a comer.

Intrigada y con el corazón aún palpitante, se dirigió hacia la tienda de sus padres, donde habían preparado el lugar para pasar la noche. Una vez dentro, se acercó tímidamente a ellos.

"¿Cuál es mi nombre real?" preguntó con una voz suave, apenas audible sobre el murmullo de la actividad circundante.

Su madre, una mujer de mirada fría y gesto adusto, con facciones y colores como los de su hija, levantó la vista y la miró con indiferencia. "Tu nombre es Evanthe", respondió sin titubear.

"Pero eso no es un nombre real", insistió Evanthe, sintiendo cómo la incertidumbre se apoderaba de ella.

"Es más que suficiente", dijo su madre con desdén. "No necesitas un nombre. Con el apellido de tu padre debería bastar ya que no me gusta que uses el mio".

Evanthe sintió un nudo en la garganta mientras miraba a su madre, desesperada por encontrar alguna muestra de compasión o afecto en sus ojos fríos y duros. Pero solo encontró desprecio.

Después de un momento de silencio incómodo, su padre intervino con una voz cargada de autoridad. "Evanthe, necesito que hagas algo por mí".

Evanthe levantó la mirada hacia su padre, preguntándose qué podría necesitar de ella.

"Quiero que vayas a la carreta de Zephyrus y me traigas el cristal rojo que tiene en exhibición", continuó su padre, con su mirada penetrante clavándose en la de ella. "Si lo haces, te prometo que podrás elegir tu propio nombre. ¿Qué dices?"

Evanthe asintió con la cabeza y salió de la tienda, pero en lugar de alejarse, se quedó cerca, lo suficiente para poder escuchar la conversación de sus padres. Las palabras de su madre y su padre la atravesaron como una daga en el pecho, como si se tratara de herida de mortal.

"Debería estar agradecida de que aún esté con nosotros", murmuró su madre con su voz cargada de amargura y aliento alcohólico. "Evanthe debería considerarse afortunada de que no la abandonamos hace mucho tiempo".

El alma de la pequeña se hundió en lo más profundo de su ser mientras escuchaba esas palabras. Se preguntó si alguna vez la habían querido de verdad, o si solo la veían como una carga, un estorbo en sus vidas ambiciosas.

"Podríamos llamarla Eva o Hestre", sugirió su padre con indiferencia. "Así, al menos, no mancharía nuestros apellidos con su presencia. Sería más fácil para todos".

Sin decir una palabra, Evanthe se alejó sintiendo el peso abrumador de la realidad aplastándola. Sabía que tenía que hacer algo, tomar el control de su propia vida en lugar de dejarse arrastrar por las decisiones de sus padres. Con determinación, se dirigió hacia la tienda de Zephyrus, decidida a cambiar su destino.

El Origen de la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora