Este es recurrente.
Toda ciudad tiene una plaza. Algunas más formidables que otras. Algunas tienen fuentes, jardines florales, árboles inmensos y juegos para niños.
En la Ciudad Onírica también tenemos una plaza, y el que se aventura por aquel sitio puede escuchar el llanto de un niño. Un bebé, con la voz aguda y sonora, que hace tambalear un cochecito de color verde musgo. Sin embargo, eso no es lo más sombrío de la escena. Si uno levanta un poco la vista, justo por encima del bebé compungido, puede verse a una mujer balanceándose en la rama de un árbol con las cuencas oculares vacias y la piel hecha cenizas.
Yo mismo en persona he vivido la escena varias veces y les puedo asegurar que pocas cosas en el mundo pueden encoger un corazón como el llanto desesperado del bebé por su madre.
En este punto, la perspectiva de los científicos deja de ser relevante porque ni ellos ni nadie puede explicar este hecho.
La gente cuenta que es el primer fantasma de la ciudad. Y los libros de historia lo confirman.
Gabriela Lozano formó parte de la comitiva de personas que pobló la Ciudad Onírica en sus inicios, cuando aún no se llamaba así. Enérgica e intelectual se dedicó a fundar la biblioteca pública y la logia de los nueve. De esta última hay muchísimos rumores, pero no los suficientes como para dedicarles un espacio en este diario ahora mismo.
Gabriela vivía para los libros o los libros le daban vida. "Esa mujer no fue normal. Relatos pasados de generación en generación cuentan que ella se dedicaba a la magia, que era una bruja y que trajo a ese bebé desde el vientre del infierno", comenta Gerundio Guzmán, el actual bibliotecario. A este respecto cabe destacar que, según la literatura histórica, los pobladores del primitivo pueblo la vieron un día salir de su casa, meterse al lago y emerger con un bebé en brazos. Desde aquel entonces, todo el mundo le tuvo miedo a la mujer y nadie más se armó de valor para sumergirse nuevamente en el lago.
El comisionado de ese entonces, el señor Jorge Rúfalo, la condenó por actuar en contra de la ley natural e hizo que la colgaran del árbol ya mencionado, y que pusieran al bebé debajo para que viera. Acto seguido lo dejaron allí, abandonado y en llanto, para que el engendro de la bruja muriese de hambre.
Tiempos crueles quedaron en el pasado, pero en el presente convivimos con los fantasmas. Se cuenta que Gabriela Lozano, ya con la soga al cuello, gritó unas palabras incomprensibles a la audiencia, alguna especie de maldición y se da por sentado que, desde ese entonces, la Ciudad Onírica se convirtió en el nido de las criaturas malvadas y los entes fantasmales.
Quedan invitados, amigos míos. Pero no se acerquen al bebé, ni al coche, ni a la mujer, porque días después la muerte tocará a su puerta de la forma más inenarrable.
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Relatos de la Ciudad Onírica
HorrorHistorias cortas de terror y ciencia ficción sobre una conspicua ciudad.