Capítulo 4: COQUETEOS EN GUERRA

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Arvid soltó una risa grave que altero en mi interior.

—¿Y bien, enojosa? ¿Piensas darme unos azotes con esa escoba o prefieres que juguemos a las esposas duras? —su tono era descaradamente sugerente.

Sentí la sangre arder al tiempo que apretaba con fuerza el mango de la escoba, indecisa entre atacarlo o simplemente zarandearlo hasta quitarle esa sonrisa.

—¿Qué demonios haces aquí otra vez? ¡Esta es propiedad privada! —escupí, clavando mis ojos en los suyos desafiante.

Puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro exageradamente dramático.

—Tranquila, fierecilla. No hay necesidad de sacar las garras —su voz sonaba despreocupada, casi aburrida —. Solo pasaba por aquí, es mi ruta de escape.

—¿Tu ruta de escape? ¿O sea que decides meterte en propiedades ajenas como un vago cualquiera? —lo increpé con desdén.

Arvid me dedicó una mirada evaluadora antes de esbozar una sonrisa ladina.

—¿Nunca has quebrantado alguna regla, preciosa? —ronroneó acercándose peligrosamente hasta invadir mi espacio personal—. Yo sí... y mucho.

Contuve un respingo, sintiéndome acalorada ante su cercanía intimidante. Su aroma almizclado me golpeó de lleno, nublando mis sentidos.

—N-no te acerques más —advertí, apuntándolo con la escoba.

Arvid alzó las manos burlón.

—¿O qué? ¿Vas a tratar de barrerme, rojita? —se burló con ese tonito desafiante, pero retrocedió lentamente colocándose las botas sin dejar de observarme con ese brillo descarado.

Contuve el aliento, incrédula ante su osadía. ¿Cómo se atrevía este desvergonzado? Abrí la boca, dispuesta a insultarlo de mil formas posibles, pero antes de replicar, Arvid retrocedió aún más.

—Bueno, quisiera complacer más tus reacciones, pero tengo asuntos que atender —se despidió con un gesto sugerente antes de adentrarse a la casa del tío.

"¿Espera...qué?"

Me quedé ahí, con la escoba en mano. Una parte de mí ardía en indignación por su descaro absoluto, pero se me pasó cuando el exhibicionista se detuvo en la puerta principal, fallando en huir.

—No pensaste que dejaría la puerta abierta, ¿verdad? —mencioné en tono de victoria.

Arvid me miró incrédulo.

—Pusiste seguro... ¿y la llave, querida?

—La llave, ahhh esta llave —mencioné sacandola del bolsillo de mi camisón.

—¿Quieres jugar? Lamentablemente estoy apurado, así que te recomiendo dármela —su tono era desafiante.

"Ni loca, eres un tonto si crees eso", pensé.

—Puedes irte por donde entraste y no vuelvas —lo afronté, guardando la llave nuevamente.

Arvid me recorrió descaradamente con la mirada.

—Precioso, en serio sabes lo bien que te queda ese atuendo —dijo con un brillo apreciativo en los ojos —. Aunque, quedaría mejor... en el suelo.

—¿Qué diablos estás insinuando, pervertido? —rechisté.

Pero empezó a acercarse nuevamente con un movimiento rápido. Intenté golpearlo con la escoba, pero él la atrapó con una mano, tirando de ella con fuerza. Me vi bruscamente atraída hacia él hasta quedar a centímetros de su rostro. Nuestras miradas se encontraron y contuve la respiración.

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