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Con el paso de los días, la salud de Megumi se debilitaba cada vez más. Su insomnio familiar fatal había alcanzado un punto crítico, afectando no solo su capacidad para dormir, sino también su estado físico y mental. El agotamiento se cernía sobre él como una densa niebla, nublando su visión y debilitando su espíritu.

En medio de su deterioro, Megumi comenzó a experimentar alucinaciones, momentos en los que creía ver y escuchar a Itadori cuando no estaba presente. Su mente creaba imágenes de Itadori, y la soledad y la desesperación lo impulsaban a buscar su compañía, aunque solo fuera en ilusiones dolorosas.

En las noches solitarias, Megumi cerraba los ojos y se permitía ser abrazado por la idea de que Itadori estaba allí, compartiendo su dolor y aliviando su carga. En estos momentos, podía sentir su cálido abrazo y oír su voz reconfortante, como un bálsamo para su angustiada alma.

Pero cada vez que extendía los brazos para abrazar a su amigo ilusorio, sus manos se encontraban vacías, atravesando el aire. La realidad se estrellaba contra él como un cruel recordatorio de que Itadori no estaba realmente allí. Las ilusiones se desvanecían, dejando atrás una sensación hiriente de vacío.

Con el paso del tiempo, las alucinaciones se volvieron cada vez más frecuentes y vívidas. La línea entre la realidad y la fantasía se desdibujaba, y Megumi luchaba por distinguir los límites de su mente cansada y desgastada.

La desesperación y la tristeza lo consumían. Anhelaba desesperadamente la presencia de Itadori, su risa alegre, su apoyo incondicional, pero las ilusiones solo lo torturaban con su efímera existencia. Se derrumbó en un mar de lágrimas silenciosas, sintiendo la pérdida de Itadori incluso antes de que realmente lo hubiera dejado de ver.

En su vulnerabilidad y angustia, Megumi buscó consuelo en los rincones oscuros de su mente. Se aferró a los recuerdos de los momentos felices que habían compartido, tratando de revivirlos en su imaginación. Pero las ilusiones solo se alzaban ante él, crueldades creadas por su propia desesperación y anhelo.

La noche tras noche, Megumi se debatía entre la realidad y la fantasía. Las alucinaciones se convertían en su única fuente de compañía, junto con la amarga sensación de que no podría recuperar a su Itadori real.

A medida que los días se desvanecían en la tristeza y la incertidumbre, Megumi comenzó a comprender la importancia de enfrentar la realidad. Se aferró a los recuerdos reales de Itadori, buscando fuerza y confort en el amor y la amistad que habían compartido.

Con valentía y determinación, Megumi se comprometió a buscar ayuda para su condición. Buscaría el apoyo de su familia y del equipo médico, en busca de una solución, una esperanza de recuperación.

La mañana llegó, trayendo consigo el rumor de nuevas posibilidades y esperanzas renovadas. Megumi esperaba ansiosamente la visita prometida de Itadori, pero esta vez algo dentro de él había cambiado. La línea entre la realidad y la ilusión se había vuelto borrosa, y ahora dudaba de la autenticidad de cualquier encuentro.

Cuando Itadori llegó a la habitación del hospital, Megumi luchó por controlar sus emociones. No sabía si esta visita era una ilusión más o si, de hecho, Itadori estaba allí frente a él. Se debatía en el dilema de darle la bienvenida y dejarse llevar por la ilusión, o ignorarlo y protegerse del dolor de otra desaparición imaginaria.

Reprimiendo la confusión interna, Megumi tomó una difícil decisión. Decidió ignorar la presencia de Itadori, como si no estuviera allí. Evitó el contacto visual, se mantuvo en silencio y desvió su atención hacia cualquier otro punto en la habitación.

El corazón de Megumi se rompía al resistirse a la tentación de abrazar a su querido amigo, de dejarse envolver en esa ilusión reconfortante una vez más. Pero sabía que debía protegerse, debía enfrentar la dolorosa realidad y no dejarse engañar por sus propias percepciones.

Itadori, desconcertado por la actitud de Megumi, trató de entablar una conversación. Le habló con voz suave, tratando de despertar su atención y reconstruir el vínculo que solían compartir. Pero Megumi se mantuvo callado, su mirada perdida en algún punto distante.

A medida que el tiempo pasaba, la tensión en la habitación aumentaba. Las palabras no dichas y las emociones ocultas se acumulaban entre ellos como una barrera invisible. Megumi sabía que estaba sacrificando un momento precioso, pero la incertidumbre de lo real y lo ilusorio envolvía su mente.

Finalmente, Itadori no Yuji suspiró, sintiendo la distancia que se había formado entre ellos. Aunque confundido y herido por la actitud de Megumi, entendió que no podía forzar su presencia en su vida si Megumi no estaba dispuesto a aceptarlo.

Con una última mirada de tristeza y pesar, Itadori se alejó de la habitación, dejando a Megumi en medio de su propia confusión y dolor.

La soledad envolvió a Megumi una vez más, pero esta vez era diferente. No había alegría en su soledad, solo un vacío desgarrador y la incertidumbre de lo que era real y lo que era solo una ilusión.

Después de que Itadori se alejó de la habitación de Megumi, sintiendo el peso del silencio y la incertidumbre en el aire, algo inesperado ocurrió. Justo cuando Megumi pensaba que estaba solo una vez más, Itadori se acercó y tomó su mano suavemente.

"Estoy aquí, Megumi", dijo Itadori en un tono sereno y reconfortante. Sus ojos transmitían una determinación sincera, mientras miraba directamente a los ojos de aquel chico que le pareció hermoso. "No soy una ilusión ni una alucinación. Soy yo, Itadori".

Megumi quedó atónito, sin palabras ante estas afirmaciones. La confusión y la duda que habían llenado su mente comenzaron a desvanecerse lentamente, dejando espacio para la esperanza y la claridad.

"Itadori", susurró Megumi, su voz llena de emoción contenida. "Pero... ¿cómo? ¿Cómo puedo estar seguro?".

Itadori sonrió con ternura y apretó su mano suavemente. "Entiendo tus dudas, Megumi. La línea entre la realidad y la ilusión puede ser para ti difusa y confusa. Pero aquí estoy, tangible y presente. Puedes tocar mi mano, sentir mi presencia".

Las palabras de Itadori resonaron en el corazón de Megumi, despejando las nubes de incertidumbre que lo habían atormentado. Sintió una ola de alivio y alegría inundarlo mientras aceptaba la presencia de su amigo.

Itadori continuó, explicando cómo había notado la actitud distante de Megumi y cómo se había enterado de que sus percepciones estuvieran alteradas. Había vuelto a la habitación para asegurarse de que Megumi supiera que era real y no solo una creación de su mente.

"Megumi, entiendo que tu enfermedad te juegue trucos y haga que dudes de lo que ves. Pero estoy aquí para ti, con todo mi corazón y mi amor. No importa cuán confusa pueda ser la realidad, estaré contigo a lo largo del tiempo", dijo Itadori con sinceridad y acaricio la mano de Megumi suavemente con su pulgar.

Las palabras de Itadori llenaron a Megumi de un alivio reconfortante y una sensación de seguridad. Abrió los brazos y se lanzó hacia Itadori, envolviéndolo en un abrazo sentido. Las lágrimas de emoción brotaban de sus ojos mientras finalmente aceptaba la realidad de la presencia de Itadori a su lado.

En ese abrazo, Megumi sintió un renacimiento del gran amor que sentia y que no sabía que compartían.

Atrás quedaba la incertidumbre, reemplazada por la confianza y la certeza del amor eterno. Megumi comprendió que, incluso en los momentos más oscuros, siempre habría alguien a su lado dispuesto a caminar a su lado, incluso a través de los desafíos más difíciles, y que ese alguien sería Itadori.

Echoes of love (ItaFushi) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora