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En la luz del día, Megumi y Itadori decidieron compartir el tiempo que tenían juntos, transformando las horas monótonas en momentos llenos de vida y vitalidad. Riendo, conversando y disfrutando de su mutua compañía, pasaron el día juntos, permitiendo que la luz del sol bañara sus rostros y iluminara sus corazones.

Itadori siempre había tenido una energía inagotable, una chispa que parecía incansable. Sus palabras, llenas de alegría y positividad, llenaban la habitación de un aura contagiosa. Hablaba de cosas simples y triviales, de anécdotas divertidas y pensamientos profundos. Sus risas resonaban en las paredes del hospital, una melodía que siempre burlaba las circunstancias y pintaba sonrisas en los rostros de ambos.

Megumi, por su parte, era la calma que contrarrestaba la energía de Itadori. Escuchaba y sonreía levemente, ocasionalmente uniendo su risa a la de Itadori. Sus comentarios eran más pausados y reflexivos, sus pensamientos articulados con cuidado y genuinos. Pero la alegría y la diversión en sus ojos brillaban igual de intensos.

Ambos compartían chistes y juegos, reían de recuerdos pasados y jugaban partidas de juegos de mesa. Se burlaban del otro con picardía, compartían secretos y sueños, y a veces, simplemente disfrutaban del silencio compartido, cómodos con la presencia del otro.

Incluso a pesar de su condición, Megumi encontró consuelo y felicidad en la compañía de Itadori. Con cada risa, cada palabra y cada mirada cómplice, dejaba a un lado sus preocupaciones, siquiera por un instante, olvidaba su lucha y se sentía un poco más humano, un poco más completo.

La jornada continuó hasta bien entrada la tarde, cada minuto pasado aumentaba la conexión entre ellos. Era un rito de compartición, un ritual de risas y complicidad, de instantes robados al tiempo que se atesoraban en los recuerdos.

Sin embargo, a medida que el reloj avanzaba y el cielo oscurecía, anunciando el final del día, Itadori tuvo que despedirse. Finalmente, el reloj de pared en la habitación de Megumi marcó las 8:00 p.m., momento en el que Itadori, con un suspiro de pesar, anunció que tenía que marcharse.

Se levantó de la cama, su figura envuelta en la luz menguante del día que se desvanecía. Con una última mirada a Megumi, prometió, "Regresaré mañana, Megumi. Su voz era suave, llena de pesar pero también de determinación.

Megumi asintió, una sonrisa amarga asomándose en su rostro. Agradeció a Itadori por el día, y aunque su voz era firme, sus ojos revelaban una tensa preocupación al verlo partir. "Hasta mañana, Yuji", respondió.

Itadori ofreció una última sonrisa reconfortante antes de salir por la puerta, dejando a Megumi solo en la habitación de hospital una vez más.

Empapado en la soledad que su amigo había dejado atrás, Megumi se encontró perdido en sus pensamientos. La ausencia de Itadori era palpable, como un vacío en su corazón que ansío volver a llenar.

Seguía oyendo las risas de Itadori, su voz animada que llenaba la habitación de alegría y entusiasmo. Recordó la calidez de su presencia, la facilidad con la que podía hacerle sonreír, la forma en que Itadori podía distraerlo de toda preocupación y miedo.

Aunque ansiaba la presencia de Itadori, también entendía la necesidad del descanso. Sabía que Itadori había estado a su lado durante gran parte del día, ofreciéndole su amor y apoyo sin reservas.

La soledad predeciblemente envolvió a Megumi dentro de sus oscuros abrazos. La habitación parecía más fría, más amplia y más silenciosa de lo que recordaba. Echaba de menos a Itadori, anhelaba su presencia, su risa, su calor, todo de él.

Pero Megumi no era ajeno a la soledad. La había conocido desde que comenzó su lucha contra la enfermedad. Sin embargo, la soledad que sintió esa noche fue diferente. Fue una soledad que venía adornada con recuerdos de risa y camaradería, de un día pasado en agradable compañía y algo de amor. Fue una soledad que, aunque dolorosa, llevaba consigo el reflejo de momentos más felices.

Se tumbó en su cama, observando el techo en la oscuridad, sus pensamientos vagando de regreso a los momentos que habían compartido durante el día. De alguna manera, los recuerdos de este día parecían hacer la soledad un poco más llevadera.

Las risas que habían compartido, la forma en que la habitación se había llenado con su charla amistosa, los juegos en los que se habían comprometido, todo ello se mezcló en un cálido recuerdo de un día lleno de felicidad.

Estos pensamientos trajeron consigo la tristeza añorada de su compañía, pero también mantuvieron vivo el brillo de la esperanza en su corazón. Sí, Itadori se había ido, y sí, su ausencia pesaba mucho en sus pensamientos. Pero también sabía que Itadori regresaría, una promesa silenciosa que le daba algo por lo que esperar.

A pesar de la inminencia de la noche, Megumi se sentía lleno. Lleno del amor que Itadori le había dado, de los preciosos momentos que habían compartido y de la promesa de mañanas más brillantes. La soledad era una inevitable compañera de su circunstancia, pero a través de ella, podía apreciar aún más la presencia de personas como Itadori en su vida.

Aquella noche, mientras los sonidos del hospital se silenciaban fuera de su puerta y la oscuridad de la noche se adueñaba del cielo, Megumi se entregó a sus pensamientos. Revivió el día con Itadori, cada risa de él, cada palabra, cada momento.

Y aunque el peso de la soledad lo apretaba, Megumi, en su habitación de hospital, no se sentía solo. Itadori puede haberse ido físicamente, pero su espíritu, su risa, su amor seguían ahí, rodeándolo en la silenciosa noche, ofreciéndole un consuelo en su soledad como la promesa de un nuevo amanecer lleno de risas, amistad y amor.

Megumi no pudo evitar echar un último vistazo al reloj antes de volverse hacia la ventana, como si esperara de alguna manera que el tiempo pudiera revertirse y traer a Itadori de vuelta a su lado. Pero el reloj seguía adelante, impasible al deseo de su corazón.

El hospital, que solía ser un lugar de soledad y tristeza para Megumi, se había transformado temporalmente en un refugio de risas y alegría gracias a la presencia de Itadori Ahora que él no estaba, las paredes parecían haber recuperado su fría desolación, un recordatorio cruel de la soledad que de nuevo había caído sobre él.

La sonrisa de Itadori, su risa, la forma en que sus ojos se iluminaban cuando hablaba de algo que le apasionaba... todo eso se quedó con Megumi, sirviendo como un bálsamo reconfortante a su soledad. Y aunque la realidad de su diagnóstico aún pesaba en su corazón, estas memorias de risa y amor le daban la fortaleza para seguir adelante, para enfrentar otro día.

Porque sí, la noche era solitaria, y sí, extrañaba a Itadori con cada fibra de su ser. Pero también sabía que, en el quejido apagado del día siguiente, Itadori estaría de regreso. Con toda la ternura y el afecto que siempre transmitía, estaría a su lado una vez más para llenar de alegría sus días.

Y mientras Megumi enfrentaba la soledad de esa noche, tenía la esperanza de saber que no duraría para siempre. Porque la presencia de Itadori era como el amanecer, independientemente de cuán oscura y solitaria pudiera ser la noche, siempre brillaría a través de la oscuridad, llenándolo todo con su luz y calidez.




Ahh... Me tarde en subir el capítulo, ¿no?. Lo lamento, voy a regresar a la escuela, espero no tardar tanto en subir capítulos. 😿

Echoes of love (ItaFushi) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora