LIBRO 1: Parte 5

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PARTE 5


Pese a su determinación de no pensar en nada, pensó en Ron, y en Harry. En los Weasley y todos sus amigos del mundo mágico. En la guerra. En sus padres. En su situación. Evidentemente no había forma de que hubiera tenido un sueño reparador. Pero había dormido. Había dormido tanto como podía dormir y se habían vuelto a poner en marcha.

Avanzar por un bosque, casi una jungla si tenías en cuenta el tipo de vegetación que crecía, era muy distinto a cruzar un páramo casi desierto. Al menos la temperatura era más soportable; si bien aún se sentía extrañamente cansada, como si algo le pesara dentro suyo, de su propio cuerpo, en su mente. Y el hambre. El hambre no era lo peor, pero estaba ahí. Sin embargo, prefería no comer que arriesgarse a caer víctima de magia desconocida y peligrosa. La compañía, por desgracia, seguía siendo la misma. El silencio, por fortuna, se reinstauró entre ellos. Hermione lo agradeció, no tenía ningún interés en volver a tener una conversación como la de la noche anterior.

Caminó en todo momento, entre el crecido y lujurioso sotobosque, entre altos helechos que adquirían tonalidades desde el verde hasta el azulado, unos pasos por detrás del otro hombre. Mantuvo el colmillo firmemente sujeto en su mano derecha y un ojo atento a cualquier movimiento sospechoso de la vegetación que los rodeaba. No quería repetir un episodio como el del día anterior. Si Malfoy consideró o no cobarde su decisión de hacerlo ir delante, no lo mostró más allá de un somero vistazo y una inclinación de la boca. No pareció importarle, sin embargo, lo que a ella ya le vino bien.

Las copas de los árboles por encima de sus cabezas eran tan tupidas como una bóveda de ramas y follaje sólido y consistente. Las raíces sobresalían de la tierra blanda y se enredaban en nudos tan gruesos como calabazas, curvándose alrededor y por encima de setas púrpuras; algunas de ellas eran triangulares, pero otras tenían formas de reloj de arena, de trébol, de nubes... Hermione incluso encontró una que le recordó a un flamenco. Haces de luz de un rosa cristalino se filtraban en puntos concretos a través de la espesura y lograban alcanzar el interior del bosque, resbalando en la corteza casi negra de los troncos, en piedras de colores tan variados que podían haber pertenecido a la paleta de un pintor. El bosque brillaba. Como si quisiera compensar por la poca luz que se filtraba desde el exterior, relucía con un fulgor blanquecino que provenía de todos sitios y de ninguno a la vez. Un olor floral, a incienso y lluvia, se fue intensificando conforme seguían el estrechó sendero.

Hermione se vio embriagada por una mezcolanza de inquietud y fascinación que suprimió el terror puro, y que la acompañó a través del bosque. Había algo en aquel lugar intrínsecamente hermoso. Mágico. No mágico como la magia de los magos, ni siquiera la de los duendes o de los elfos domésticos. Era algo más salvaje, más visceral. Más como centauros, más como Buckbeak. Pero todavía más fuerte. Le hacía sentirse pequeña y exaltada al mismo tiempo. Hechizada por el compás silencioso y acogedor de aquel lugar, por el murmullo continuo y desconocido de las criaturas que se ocultaban en sus recovecos más profundos.

Nada los atacó. Tal vez si algo lo hubiera hecho, hubiera roto la magia también. Pero nada lo hizo y entonces llegaron al puente.

Una estructura colgante de madera extensa e infinita que sorteaba el abismo entre dos inmensos despeñaderos. Al otro lado del precipicio Hermione pudo vislumbrar, a duras penas, la misma piedra grisácea y más árboles. Más y más árboles. Parecían no acabar nunca. Una rápida mirada hacia abajo del despeñadero no le permitió ver hasta dónde se extendía la caída, había una bruma del color del coral que impedía ver más allá de unos sesenta metros de profundidad.

Un graznido de ave atravesó el cielo.

─Mis felicitaciones, criatura, has logrado perdernos ─escupió Malfoy con profundo desprecio.

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