LIBRO 1: Parte 6

49 2 0
                                    

PARTE 6

Internarse en la espesura al otro lado del acantilado la sumió de nuevo en la misma sensación absorbente que había tenido antes de llegar al puente colgante. La misma huella de magia exuberante y salvaje. El cansancio no desapareció ─parecía adherido a sus músculos y a su sistema nervioso─, pero poco a poco la irritación y el dolor de cabeza que había sentido antes de cruzar el despeñadero se convirtieron en un murmullo lejano, como una lluvia repiqueteando en tu ventana mientras yaces apoltronada en tu sillón frente a la calidez de una chimenea.

La vegetación en esta parte era más discreta. Los árboles de troncos negruzcos se intercalaban con otros de un blanco roto; eran más gruesos e igual de altos que los de antes, pero los troncos estaban desprovistos de ramas y hojas, que sólo crecían en el punto más alto, como gigantescos parasoles naturales. El mismo fulgor blanquecino colmaba la atmósfera.

Tras una curva pronunciada que giraba por detrás de una roca del tamaño de una casa pequeña, el sendero de tierra y hierba dio paso a un camino empedrado de piedra gris y uniforme. El musgo se abría camino entre las grietas, donde crecían pequeñas lobelias azules y moradas. Su olor empalagoso y punzante se mezclaba con uno a humedad, polvo y estancamiento.

Sintió que Malfoy la miraba y le echó un vistazo de reojo, pero el otro ya estaba mirando al frente. Avanzaron por el sinuoso sendero, el sonido de sus pasos resonaba extrañamente en la quietud reverencial. Hermione se estremeció sin saber por qué.

─No quisiera ser de mal agüero, pero este lugar... ─susurró Malfoy, pero dejó la frase a medias.

El espacio entre los árboles se fue haciendo más amplio hasta que finalmente se abrieron a un vasta hondonada de césped, flores blancas, moradas y amarillas, y troncos caídos extrañamente dispuestos cuál bancos. Los árboles milenarios que circundaban el lugar se inclinaban hacia dentro de forma que sus copas improvisaban una suerte de techumbre moteada aquí y allá por parches de cielo rosáceo. A lo largo de la explanada se encontraban numerosas lagunas de agua reluciente. La más grande no debía medir más de diez metros de diámetro, pero había decenas de ellas. Y en el centro de todas ellas, había una intrincada escultura de bronce.

Hermione dejó escapar el aire que había retenido sin darse cuenta.

***

─¿Lo sientes? ─preguntó Hermione en un hilo de voz.

Se habían ocultado entre tres grandes troncos al borde de que empezara el descenso hacia la gran hondonada. El punto elevado les permitía ver sin ser vistos. O eso esperaba. Había sido Malfoy quién había puntualizado que no estaban solos. No estaba equivocado. El ambiente chispeaba con magia y una electricidad subyacente que casi ocultaba la presencia de la fauna variopinta que rebosaba por cada rincón de la hondonada: los diminutos seres translúcidos y sin rostro que jugaban como niños entre las flores, peces alados emergiendo de una laguna solo para zambullirse en otra un momento después, dientes de león flotantes del tamaño de una quaffle bebían agua cerca de una orilla.

─¿Que nuestro camino está obstruido? Desde luego.

Hermione sacudió la cabeza ligeramente. Probablemente Malfoy tenía razón. Si tenían alguna posibilidad de encontrar un portal ─o lo que fuera─ de regreso a casa, aquel era un buen sitio para empezar a buscar. Pero no podían bajar ahí abajo. Los encuentros que habían tenido con otras criaturas en Annwn no resultaban alentadores.

Pero no era a eso a lo que se refería.

─La magia... ─empezó, maravillada─. Toda esta energía que satura este lugar, brota de cada animal y planta. Hasta de las mismas rocas. Es casi... agobiante, pero nunca había visto nada parecido. No tiene nada que ver con nuestra magia, la de nuestro mundo, es casi como si brotara del corazón de la tierra. ¿No te sientes como si estuvieras en llamas?

TurbioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora