6 ♤ but I can't tell you that I'm breaking slowly

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Rusia es una experiencia totalmente nueva. 

La diferencia reside en que Fyodor y Nikolai hablan perfectamente el idioma, se relacionan con las tradiciones y no son mirados raros más allá de alguna oración o frase sin sentido que digan. 

Sigma es un pulgar dolorido que sobresale incluso cuando no quiere.

—¿Y si me pinto el cabello de un solo color? —plantea a mitad de su primera semana, sentado frente al tocador. Tiene un ceño fruncido profundo y las orejas rojas de la vergüenza. 

Él no quiere pintarlo todo. La mitad de su cabello blanquecino es un lunar de canas heredado de su abuela paterna. Sigma tuvo una relación fuerte con ella, y cuando murió, le prometió que una forma de recordarla era dejarse crecer el cabello y lucir con orgullo ese lado de su cabello. 

Por supuesto, recuerda que sus padres le decían que los doctores se sorprendieron demasiado al ver la extensión de poliosis en su cabello. Pero nunca fue un gran problema. 

Nikolai alza la cabeza de la gran pirámide de naipes que está haciendo. Él se mueve anormalmente lejos de la mesa para poder hablar sin provocar un accidente a su creación.

—¡Píntalo todo de blanco!

—Sí, es una buena idea —concede Sigma, sin poder ocultar la tristeza en su voz. 

—O puedes cortarlo —sugiere Fyodor, desde el sillón en la esquina, leyendo alguno de esos libros grandes y que sólo él entiende—. Pero, si te preocupa tanto cómo te miran, puedes pintarlo todo de negro. ¿No crees?

Sigma siente que su corazón se encoge ante la idea. Él fulmina con la mirada a Fyodor, e ignora las sugerencias nuevas de Nikolai sobre colores supuestamente naturales que podrían favorecerle. 

Esa misma noche, cuando termina de fumarse un porro en el balcón, se da cuenta de que él nunca les dijo sobre esa promesa a su abuela. Que ellos no saben que su cabello es, en realidad, mitad poliosis y que el otro, por supuesto, lo tiñe desde que tiene doce años, porque su madre dijo que el color lila le favorecía.

Durante un desayuno, un día después, Sigma se da cuenta de nuevo de que ni Fyodor ni Nikolai conocen sus preferencias a la hora de comer. Ellos compran mucha comida, siempre lo hacen, porque Nikolai no come, él absorbe; pero principalmente para que Sigma pueda elegir. Nunca se va por la misma opción, y ellos deben haber estado confusos acerca de sus comidas favoritas.

Pero nunca preguntaron. Entonces ¿le prestaron atención pero no le dieron importancia o simplemente ni siquiera les interesaba?

Ellos viajan a otra ciudad que Sigma no puede recordar con exactitud, Fyodor había usado su acento ruso para decirle, y Sigma había estado demasiado disociado como para entender o querer guardar la pronunciación en su pequeño diccionario mental sobre el idioma. 

Sigma enferma. Y lo hace tan horriblemente, que desea regresar a casa. Ni siquiera puede contactar con su familia, porque el maldito frío le impide a la señal llegar con claridad. Fyodor y Nikolai desaparecen por un largo tiempo y, cuando regresan, es para encontrarlo desplomado en el suelo del baño, intentando absorber un poco de fresco en medio de su delirio febril. 

Regresan a casa. Es un caos, porque deben ocultar su potente resfriado para no ser bajados del avión, y Fyodor va de muy malhumor porque Sigma, cabezota como es, no le deja comprar boletos de primera clase. Nikolai se encarga de mantenerlo cómodo, a veces sacando pañitos húmedos para refrescar su cara, otras guardando silencio, como nunca lo hace, para que pueda descansar. 

Quizá haya sido la última vez en la que los tres estuvieron verdaderamente juntos.

Ese regreso puso un antes y después. 

Después de regresar a la normalidad —no sin regaños por parte de su abuelo, quien no cree adecuado que haya sido tan descuidado a la hora de viajar sin cuidarse como debería—, Sigma regresa a la universidad. Tiene que esforzarse el triple para entender sus clases, para pedir apuntes de algunos compañeros de clase, para que su puntaje no afecte el promedio de final de cuatrimestre. 

Es un desastre. Y en medio de ello, Fyodor y Nikolai definitivamente no ayudan.

Ellos asienten sin comentarios cuando se niega a salir con ellos por las noches, con diferentes excusas de sus turnos nocturnos en el Casino, o con temarios completos para estudiar debido a los exámenes finales, que no es un año después, que se da cuenta de que lo que ellos tienen no puede llamarse una maldita relación.

Sigma lleva una coleta, el cuello pálido al descubierto y los ojos hinchados ese día a la universidad. Él toma la mitad de una de las clases, antes de correr a vomitar cuando mencionan uno de los autores favoritos de Fyodor.

La puerta del cubículo se siente un poco fría. Lo despeja. En medio de su neblina, se ríe y se pregunta "¿eso fue amor?" y se responde "no, no, eso no puede ser amor". 

Lo cierto es que no pudo serlo, no cuando ninguno de los dos pareció exactamente afectado cuando les dijo que no podía verlos más, y que notaba la desigualdad de sus interacciones desde hace mucho tiempo. 

A Sigma nunca le ha gustado huir, no de sus problemas. No de su casa, no de sus relaciones. Pero si esto es lo que se necesitaba para acabar con una incomodidad, con el desorden mental que ha tenido por dos largos años, entonces que sea así. 

Puede mentirse, engañarse, para que nada de lo que vivió tenga relevancia en su vida. 

Él puede, pero no lo hace. Vive con remordimiento y cumple con su condena. 

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⏰ Última actualización: May 25 ⏰

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