"Bienvenido a Cuevas de Topos..."

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Capítulo I.
II parte.

"Bienvenido a Cuevas de Topo" figuraba en el letrero de madera podrida a un lado del desértico camino señalando la entrada del pueblo.

—¿Quién rayos llama a un pueblo "Cuevas de Topo"?

Pregunta con una mueca Wendy la hija menor.

—En su mayoría los nombres de lugares son acordes a la principal característica que poseía la tierra al ser descubierta, quizás los fundadores se encontraron con muchas cuevas de topos y de ahí el nombre —Sugiere Oscar, el hermano mayor ajustando sus gafas mientras observa con atención cada detalle del camino —Esto es solo una suposición.

Su hermana volteó su rostro hacia él con una mueca que se encontraba entre la estupefacción y la irritación.

—Okeeey, ya entendimos que eres un cerebrito.

Su hermano ignora deliberadamente el tono despectivo utilizado, y centra su atención en el camino cuando avista un rancho de madera y zinc a un lado entre la paja que brotaba del suelo, luego otro y otro un poco más allá.

— ¡Mira, mira! ¡Una vaca! —Admiraba al animal con la frente pegada a la ventana siguiéndole con la vista a medida que pasaba —Mamá, ¿nosotros tendremos una vaca?

— ¿Tú te harás responsable de ella? —pregunta con tono apacible, notándose el cansancio en su voz y con la mirada clavada en el camino que cada vez se iba oscureciendo más con la puesta del sol.

—Eeeh... no.

—Entonces no tendremos una vaca.

La risita del hermano mayor se hace notar, Wendy en su asiento se cruza de brazos enfurruñada, acción que a su madre no parece importarle mucho.

Pocos minutos después atravesaban el centro del pueblo, habían disminuido la velocidad observando todo con curiosidad. Las farolas posicionadas en puntos específicos iluminaban las calles, estructuras de en su mayoría madera con un estilo rustico que a la menor se le hizo semejante al escenario perfecto para una película del viejo oeste.

Enseguida la madre fijo algunos puntos en su mente, como una farmacia y un supermercado abierto las veinticuatro horas del día, así también un restaurante y...

No pudo visualizar nada más porque una mano había caído de lleno en el capo de la camioneta causándole un gran susto a todos los que iban dentro. El freno fue inmediato al igual que las reacciones.

— ¡Oh mierda, mierda, mierda! —exclamó la madre llevando una mano a su acelerado corazón que palpitaba descontrolado.

—Mamá... —Oscar con una expresión de horror absoluto le señala para que voltease a ver algo al lado de su puerta.

Un señor de aproximadamente unos cincuenta años, barbudo y canoso, había golpeado el capo y permanecía de pie a un lado haciendo un gesto con su mano para que bajase la ventanilla.

Cuando los hijos visualizan las intenciones de su madre por abrir exclaman casi al mismo tiempo en gritos susurrantes que solo puedan ser escuchados dentro del vehículo.

— ¡¿No piensas abrir, cierto?! —pregunta el mayor alarmado.

— ¡Mamá, no abras! —chilla la menor.

—Oigan, no sean así —dice dándoles una mirada severa a ambos —veamos que quiere, quizás pueda ayudarnos a orientarnos.

—Mamá, pero tiene un hacha —señala Wendy nerviosa.

—¡Sí! —apoya el hermano —además no se ve muy estable mentalmemte.

Ambos colmaron la paciencia de su madre.

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