Una nueva oportunidad.

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Capítulo I.
I parte.

Después de que su esposo apostara todo en casinos, Elena y su familia quedarían arruinados, los cobradores se llevarían todas sus posesiones, incluyendo su casa, dejándole nada más que una vieja camioneta que a duras penas seguía andando.

Al no tener ningún familiar o amistad cercana que le brindará una ayuda en aquella crisis en la que se ahogaba con cada segundo marcado en su reloj de mano, su única alternativa sería ir a vivir a la casa de su suegra donde no era una huésped bienvenida.

Miradas de desprecio, quejas incesantes, insultos denigrantes era el plato que se servía en su mesa cada día y debía digerirlo en silencio, soportar aquel trago amargo solo para que sus hijos tuvieran un techo sobre sus cabezas. En la noche lloraba pegada a la almohada intentando ahogar sus sollozos doloros, en el día fingia una sonrisa para sus hijos, para darles esperanzas de que aquella horrible situación pasaría, pero la verdad es que no tenía idea de cómo, estaba perdida, aturdida y necesitada.

Cientos de veces intentó hablar con su esposo, pero él no escuchaba, a pesar de haber cruzado la línea límite no aprendió la lección, sino que continuó aferrado a sus malos hábitos, gastando en casinos y alcohol, su familia era lo último en su lista de prioridades, simplemente no le importaba. Un día cargada de enojo y frustración le reclamaría y a cambio recibiria una dura bofetada que mucho más que golpear su mejilla y dejarla en un intenso carmesí, rompería en trizas su corazón provocándole dolor, ira y desesperación.

Sus dos hijos: Oscar con 17 y Wendy con 13 guardaban silencio, observando todo y sintiéndose impotentes, inútiles ante aquella situación, en la noche simulando dormir mientras escuchaban los sollozos de su madre y en el día fingiendo creer la falsa sonrisa que con un esfuerzo desgarrante les regalaba. Respondían en muda e impecable obediencia a cada orden de sus abuelos esperando que quizás así ganarían un poco de su mísero cariño, pero ni aún con lo más diligente que pudieran llegar a ser recibirían un pequeño gesto de amor. Para Elena aquello era un tormento que le susurraba en continuo al oído, como una pesadilla que la devoraba escarneciente.

Una mañana, nuevamente frente al espejo del baño sus ojos cansados se encontraron en el reflejo, traspasando el cristal y observando a travez del opaco vacío y ajeno de brillo, en lo profundo y negro de su iris donde se encontraba a sí misma derrotada y sin nada de lo que pudiera sentirse orgullosa. La voz en su cabeza le recordaba lo muy avergonzada que debía sentirse al ser la madre que ni siquiera era capaz de brindar la paz y seguridad que todo hijo debe tener.

Sus ojos escosieron en un ardor rojizo que los bordeaba amenazante, pero no se permitió llorar, no quería verse más patética de lo que ya se sentía. Lavo su rostro, las gotas cayeron en el lavado cuando lo alzó determinada a soportar otro día más, un sonoro suspiro abandonó sus labios antes de estirarse en una ancha y rígida sonrisa mentirosa, cual máscara usada para esconder la dolorosa realidad.

Abandonó el baño después de secar su rostro y peinar en una coleta alta su largo y espeso azabache ondulado. Bajo con lentitud las escaleras evitando hacer ruido con sus pies, al llegar a la base espero unos segundos reuniendo fuerzas y valor, el sonido del cuchillo contra la tabla cortante, el aceite en la sartén chirriante y el televisor encendido en el canal de noticias se alzaban entre los demás como una música sorda de apariencia inofensiva, pero solo bastaba un movimiento descuidado para que todo se incendiara en un caos impetuoso de conflicto.

—Buenos días —pronunció cada sílaba con cautela.

La vieja amargada de Margot no se molesto en levantar la mirada, mucho menos en gesticular un saludo, sino que se mantuvo concentrada en volver pequeños cuadritos las papas y zanahorias para vaciarlas en la sartén.

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