Ramo

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Los rayos del sol bañaban un hermoso prado de hierba fresca y lleno de flores en las afueras de Villa Lovy. Un pueblecito donde una gran cantidad de ositos de peluche vivían en paz y amor. Un pueblo pacífico, no se armaban conflictos demasiado graves.

Entre las flores y la hierba alta de el hermoso prado lleno de color, se encontraba una dulce pequeña, una osita de peluche, la cuál jugueteaba entre la flora del lugar. Su risa podía ser escuchada a lo lejos, amaba la naturaleza, de ahí el nombre que le pusieron a esta inocente osita.

-¡Margarita! ¡Deja ya de jugar entre las flores y ayúdame a poner la mesa!-

-¡Sí, Mamá!-

Margarita... Sin duda su flor favorita, la cuál llevaba cómo adorno cerca de su oreja derecha. La osita agarró su vestido color salmón, echando a correr, directa hacía su casa.

Su progenitora, llamada Amapola, estaba esperando a su pequeña en la puerta del hogar, observando cómo Margarita, con una sonrisa pintada en su rostro, corría hacía ella cómo un motor.

-Vaya, Vaya. ¡Si que vienés rápido, cariño!-

Exclamó la madre pellizcando la mejilla peluda de su hija mediana. Seguido, Amapola dejó darle paso a la pequeña Margarita, entrando a casa con esa misma alegría. Cuando la niña entró, Gracia, la hermana mayor, se abalanzó sobre ella, regalándole un abrazo seguido de una pirueta rápida.

-¡Margarita!

-¡Gracia! -

Le respondió la abrazada entre risas y emociones positivas. Gracia, como ya narrado, era la hermana mayor de una gran cantidad de hermanos. Era quien hacía que la familia siguiera adelante junto a sus padres.

Amapola al ver la tan amorosa escena, soltó una pequeña y corta risa. Dió unos pasos, separando a las hermanas y colocando cálidamente sus manos en las espaldas de las ositas.

-Bueno, bueno, los mimos para luego. ¡Ahora toca poner la mesa y comer para tener energías!-

Las niñas asistieron, aún sonriendo. Margarita fue directa a la cocina a por vasos, cubiertos, entre otros materiales, mientras que Gracia, se dirigió hacía el cuarto de los hermanos, avisando de que ellos también vinieran a ayudar. Una vez todos los ositos ponieron la mesa, se sentaron y reposaron energías.

-¡Gracia, Gracia! ¿Quieres venir a jugar conmigo en el prado?-

-Oh... Me temo que no ,hermanita. He de ayudar a mamá a fregar los platos.-

Margarita pintó su rostro con algo de desilusión. La mayor paró a pensar un momento, mirando a la madre y seguido a la menor de nuevo.

-Puedo intentar convencerla de que vayas a los prados cerca del pueblo, así conocerás a más ositos.-

Gracia le guiñó el ojo derecho. La pequeña volvió a sonreír como en un principio, a lo que la abrazó de nuevo con alegría.

-¡Gracias, hermanita, eres la mejor!-

La hermana mayor soltó una carcajada, a la vez que correspondía al abrazó de la jóven. Una vez ya separadas, Gracia se dirigió a la madre y le preguntó lo hablado. Margarita se asomaba por la puerta de la cocina, observando con impaciencia cada reacción, cada rostro, cada gesto...

Gracia reflejó una sonrisa amplia en su rostro, miró a Margarita, corrió hacía ella y posó sus patas delanteras sobre los hombros de la niña.

-Eres completamente libre. Eso sí, ¡con cuidado!-

-¡¡¡Bien!!!-

La osita comenzó a saltar de la emoción, agarrando las manos de Gracia mientras asiente con su cabeza más de una vez.

MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora