Capítulo 43

670 79 4
                                    

[- ¿Nati? ¿Te dormís otra vez? - se ríe.

- No, pensaba que eras tú el de los ronquidos - se incorpora sorprendida.

Ambos empiezan a buscar de dónde viene el ese sonido. Levantan las cosas y miran dentro de las bolsas hasta que dan con un pequeño ladrón.]

- Ay no, mi amor, ¿qué hacés acá? - susurra Enzo con ojos tiernos, pero no se dirige a Natalia. - Mirá a quien encontré terminándose nuestra comida... - de una de las bolsas saca a un gato de no más de tres meses.

Es pequeño y completamente negro. Los ojos son casi verde lima. Natalia se acerca para acariciarlo. El pelaje es increíblemente suave. Le limpian el morro completamente rojo por las fresas que se ha comido mientras maúlla. Pero no se retuerce para escapar del abrazo de Enzo. De hecho, parece estar muy a gusto con él.

- Te queda adorable - sonríe ella. Y no puede evitar sacarles una foto. - No tiene collar.

- Tranquilamente podría vivir por acá solo. No debe faltarle alimento - lo levanta un poco para observarlo con detenimiento. - Parece sano.

Lo deja en el suelo a un lado junto con parte de la comida que les ha sobrado para que coma lo que quiera. Después le ofrece una fresa a la chica y se come otra. Guardan el resto de sus cosas y meten las mantas y la ropa sucia en otra de las bolsas. Pondrán una lavadora cuando lleguen.

Comienzan a andar de regreso cuando Enzo repara en que el gato les sigue de cerca. Cuando se detiene para comprobar si solo quiere más comida, el gato les sorprende acariciándose contra sus piernas en busca de cariño.

- No podés hacerme esto... - Enzo apoya las bolsas y se agacha para agarrar al gato. - No te podés venir con nosotros. Regresá a tu casa - le dice al gato como si pudiera entenderle. - No me mirés con esos ojos... - se lo muestra a Natalia. - Pero mirá que ojos, decime cómo podés resistir. A mi me agarran unas ganas tremendas de llevármelo conmigo a todas partes.

Enzo pone morritos y se acerca el gato a la cara para ver si Natalia se apiada de sus adorables miradas. Ella rueda los ojos y cede, duda que haya algo a lo que pueda negarse si se lo pide él. Y en parte le aterra sentirse así. Si decide renunciar a irse con él no le será nada fácil hacerlo.

- Está bien... - cede.

Enzo lo suelta en el suelo para que camine junto a ellos. Si es callejero cabe la posibilidad de que se marche cuando se canse de seguirlos. Al agacharse repara en que Natalia lleva los cordones desatados.

- Esperá, Nati - ella se detiene a su lado.

Estando en cuclillas Enzo avanza un pasito hacia ella y empieza a atarle los cordones. El gato ronronea al pasar entre las piernas de la chica y después por debajo del brazo de Enzo. Natalia contempla la tierna imagen desde arriba. El corazón se le va a desbordar. ¿Cómo puede ser tan detallista?, se pregunta. Aún tiene más valor el hecho de haber compartido con él este momento tras haberle contado lo íntimo que le resulta este gesto. A penas puede creer que le haya conocido hace dos días, le da la sensación de que se conocen desde siempre. Le encanta que el momento sea natural y espontáneo, casi parece que lleve haciéndolo toda la vida. El chico acaricia una última vez al gato antes de levantarse y mirarla a ella.

- Listo, ¿seguimos? - dice como si nada.

Natalia simplemente asiente. Enzo le da la mano y pasean hasta llegar de vuelta a la casa. Aunque ya ha anochecido, aún son las 18:22 p.m cuando regresan. Lo primero que hacen es ponerle un bol de agua al gato en la entrada. Después, de manera orgánica, Enzo busca en los armarios hasta dar con la cafetera para poder preparar un café que les haga entrar en calor. Mientras, Natalia prepara una lavadora, en cuanto se duchen la pondrá con toda su ropa. Ella pasa primero por el baño mientras el chico prepara el café. Se da toda la prisa que puede y sale con el pijama puesto y el pelo recogido con la toalla. Lleva unos pantalones cortos anchos y unos calcetines calentitos que le llegan a la rodilla. Por arriba se ha puesto una sudadera ancha que le queda bastante larga. Le da el relevo a Enzo mientras ella prepara el bizcocho que les dio Soledad y saca las tazas. El chico regresa del baño con unos pantalones de deporte cortos, una sudadera y el pelo recogido con una toalla también. A Natalia le resulta divertido que vayan a juego. Primero pone la lavadora y después mira el reloj, casi las siete. Es pronto, se pueden relajar un poco antes de empezar con la cena.

- Ven, quiero enseñarte algo.

Enzo la sigue con las tazas de café en la mano. Le lleva hasta el porche, dónde ha colocado unos cojines y unas mantas sobre el banco de madera. Ha encendido una luz en el salón que alumbra tenuemente a través de la ventana, y ha encendido unas lamparitas con velas que ha dejado sobre la mesa. El ambiente es acogedor. Deja las tazas sobre la mesa y toma asiento. Ambos se acomodan bajo las mantas quedando Natalia un poco recostada sobre el pecho de Enzo. Ya ha anochecido prácticamente por completo. La luna está creciente.

- Es hermoso este lugar, Nati - comenta él.

- Es un lugar especial, no estás extremadamente lejos del centro, pero si lo suficiente como para olvidarte de que estás en Madrid.

- Madrid es una ciudad puntiaguda, afilada, viven todos a un ritmo frenético, pero en cuanto te alejás, podés relajarte. A vos te pasa que Madrid te altera un poco, me he dado cuenta - ella se ríe.

- Tienes razón, pero solo lo noto cuando bajo el ritmo, cuando salgo de Madrid. Y nunca me habían dicho que Madrid es afilada, pero me parece bastante apropiado.

- Se respira paz - inspira hondo. - Podría acostumbrarme a vivir acá.

Natalia no dice nada, pero fantasea con esa idea, y le encantaría que se hiciera realidad. Toma un sorbo de café con intención de tragarse esas emociones. Suspira y mira hacia arriba. Las estrellas tintinean en el cielo negro.

Continuará...

A través de sus ojos | Enzo VogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora