Capitulo 9: Un Enigmatico Encuentro

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Musicas: Soğuk - Hiçkimse / Sessiz Çığlıklar - Hiçkimse / Starry Night (Piano) - Jordan Critz/ Moonlight Sonnata - Beethoven / Claire de Lune / Libets Day - The Caretaker / A Home For Flowers (Sunflower) - OMORI / Miniature I - May Roosevelt (Slowed) / Conclusion - Nowt

 La noche yacía en la ciudad, envolviéndola en una penumbra densa y misteriosa. La luna, apenas visible tras un velo de nubes, proyectaba una luz tenue que se mezclaba con el resplandor de las antorchas y lámparas a gas que iluminaban las calles empedradas. La brisa fresca llevaba consigo un murmullo lejano, el susurro de una ciudad durmiente, siempre al borde de algo ominoso.

Kyung caminaba sin rumbo fijo, sus pasos resonaban en el silencio de la noche. Los edificios a su alrededor eran una mezcla curiosa de arquitectura medieval y los primeros intentos de modernidad. Algunas estructuras mostraban muros de piedra maciza y ventanas estrechas protegidas por rejas de hierro forjado, mientras que otras exhiben detalles más refinados, como balcones de hierro y luces eléctricas titilantes. Esta transición de épocas daba a la ciudad un aire de indecisión, como si estuviera atrapada entre dos mundos.

A lo lejos, a lo largo de montañas y bosques las criaturas caminaban lentamente, con formas oscuras y apenas visibles contra el horizonte. Estos colosos se movían con una gracia inquietante, sus siluetas se alzaban recortadas contra el cielo estrellado. Cada paso hacía temblar ligeramente el suelo, un recordatorio constante de la fuerza que poseían. No muy lejos de ellos, dragones surcaban el cielo nocturno, sus alas crean corrientes de aire que descendían hasta las calles. Sus escamas brillaban con un resplandor espectral bajo la luz de la luna, y sus rugidos esporádicos resonaban como un eco distante en la quietud nocturna.

Luego de unos minutos de caminata, se detuvo en una plaza solitaria, donde una fuente de agua murmuraba suavemente. Las estatuas de figuras mitológicas parecían cobrar vida bajo la luz tenue, sus ojos de piedra parecían estar vigilando en silencio. Kyung no hizo nada más que dejarse caer en un banco de madera, agotado.

El peso de los eventos del día y las revelaciones que había presenciado junto a los pequeños recuerdos de algo mucho peor lo abrumaba, su mente no encontraba paz alguna, todo era una tormenta para él.

Lejos de allí, en su refugio, Nadia se había quedado sola con sus pensamientos. Observaba la misma noche, desde la ventana de su habitación. Los dragones y las criaturas gigantes le parecían tan parte del paisaje como los edificios y las calles, pero esa familiaridad no la confortaba, Los veía como criaturas de porcelana, fáciles de romper y desgarrar, aun así, era consciente de que no era igual para los demás. Había presenciado innumerables veces cómo todos a su alrededor morían a manos de aquellas bestias, pero ella, por alguna razón, siempre resultaba ilesa. Se sentía tan.. Enferma.
La luna proyectaba su luz plateada sobre la ciudad, Nadia recordaba las veces en que su fuerza había brotado, incontrolable. Momentos de furia en los que las criaturas más temibles habían caído a sus pies, muriendo como moscas. Pero... Aun con todo esto, no podía permitirse sentir, porque el peso de sus acciones pasadas la perseguía como una sombra ineludible. El estrés y la presión acumulados a lo largo del tiempo la habían dejado rota, incapaz de amar o de sentirse verdaderamente viva. Para su cuerpo, todos eran enemigos, y todos acababan de la misma forma: Muertos.
Kyung era diferente, de algún modo siente empatía por él. No quiso matarlo cuando se enteró de su conexión, como cualquiera lo hubiera hecho, en estos tiempos una conexión con alguien solo sería una carga, Claro su curiosidad por la marca influyó en la decisión de dejarlo vivo, pero algo más en ella la detuvo. El chico de alguna manera le transmitía cierta paz y aun así, Nadia no había podido hacer nada por él. Sus trastornos, sus traumas la paralizaban, la hacían sentir que cualquier palabra o acción de su parte solo empeoraría la situación. Sabía que su intervención podría desencadenar una catástrofe, y esa certeza la mantenía en silencio, prisionera de su propia mente.

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