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Cuándo Isabella decidió que ya
le aburría pintar y estar con su
celular, ella solita se subió al
sillón y en cuestión de minutos se
durmió en totalidad. Charles la veía desde la cocina, habían almorzado hace un par de horas y no quería limpiar, pero ya le tocaba así que lavó los platos, los secó y una vez guardados se escapó a lo que sería su habitación para darse un buen baño.

Quería conocer la ciudad pero
estaba más de acuerdo con tirarse
a dormir la siesta con Isa.

Después de una ducha algo
rápida, se puso el pijama y caminó
con pereza hasta la sala. La pequeña
dormía boca abajo, con una de sus piernitas colgando en el borde del sillón y su cabecita de costado, soltaba suspiros y ligeros soniditos de irritación, quizás estaba soñando. El omega se acercó lo suficiente como para estirar los brazos y levantarla con
suavidad.

Era una pequeña a hermosa. Su pelo castaño desordenado y sus mejillas regordetas le daban la armonía perfecta a esa carita que irradiaba diablura. Tenía los labios en un pequeño puchero y ahí supo que estaba hundida en sus sueños. Besó una de sus mejillas y sonrió por la ternura que le generaba la niña. Es cierto que Isabella no hablaba mucho y la mayoría del tiempo se daba a entender con señas y murmurros, otras veces se quedaba viendo un punto fijo o solo se distraia mucho, en especial a la hora de comer. Charles tuvo que decirle más de quince veces que comiera y otras veces solo acercar el tenedor a su boquita.

Sería difícil de entenderse. Leclerc lo sabía, pero ya había aceptado el trabajo y quizás se había flechado
con la niña que cada vez que veia
algo de Ferrari, gritaba a los cuatros
vientos que era de su padre.

Padre que todavia no le había
dado señales de vida.

No conocía a Carlos y tampoco
estaba en esa de juzgar antes de
conocer, pero cada vez que Isabella
trataba de acurrucarse más cerca
suyo, le daba un ligero malestar Tenía dudas y mucha curiosidad.

La pequeña no tenía marca de olor, ni
de una omega, ni de un alfa. Era
usual tener la marca de su madre
al nacer, era la forma en la que
las y los omegas se adueñaban
de sus cachorros. Charles llevó la
marca de olor de su padre hasta
los diez años, que fue donde su
olor cambió y pronto su casta se
reveló.

Isa era una niña que recién
estaba conociendo al mundo y no
tener una marca le podría afectar
mucho. Leía siempre sobre los
cachorros que crecían sin una
zona de confort y muchas veces
mariconeaba con la desilusión
de los nenes al enfrentarse con la
vida misma.

Entendia que con la madre de
ella pudieron pasar un millón
de cosas, pero su padre no tenia
excusa al no reconocer a la nena
como una de sus crías. Se veia en
el comportamiento de la castaña lo
mucho que le afectaba.

Justo ahora dormía sobre el pecho
y abdomen de Charles, mientras
soltaba suspiros y trataba de
sentir más el olor que el Monagasco desprendía. Al bañarse se quitó
el parche que cubría su glándula
y ya no volvió a ponérselo. Isabella
podía sentir a pleno su olor. No le
molestaba, solo acreditaba a todos
sus anteriores pensamientos

La niña busca sentirse a salvo al
impregnarse del aroma del omega,
Charles se deja hacer, cubriendo
a la niña con sus feromonas tranquilizantes para que ella pudiera seguir con su siesta a pleno.

Tal vez estaba mal y eso podría
confundirla, pero no podía ignorar ese tonto demandamiento de reconocer a la nena como suya. Estaba consciente y totalmente de acuerdo con que ella no era su cachorra, pero era más consciente de la desesperación de ella al querer sentirse resguardada en el
aroma cálido que desprendia el joven de Monaco.

Charles cerró los ojos un instante,
concentrándose en la respiración
calmada de la pequeña que cada vez
se aferraba un poquito más. El timbre de su nuevo hogar sonó y no quiso ni moverse de ahí, pero era muy probable que el padre ya viniera en busca de la niña.

entre aromas dulces || charlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora