Especial: Hongdae en negro

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Una persona más inteligente que Jeongguk se habría rendido hacía mucho tiempo. Se lo había repetido por años: es un esfuerzo inútil, ríndete, no está escrito en el libro del destino. Pero ahí seguía, torpe, terco, golpeándose una y otra vez contra la misma pared, el cuerpo entero lleno de moretones.

Se iba a dormir pensando que mañana sería el día, sí, en que dejaría de pensar en él, en imaginar cómo sería un par de horas más a su lado, y todas las mañanas se despertaba y lo primero que hacía era encender el celular y buscar su Instagram. Lo veía: las fotos de su perro, de sus padres, de él, su vida perfecta de hombre perfecto.

Volvía a empezar. Suponía que era algo así como inyectarse heroína: una tortura que se autoinfligía día tras día sin razón, sin final.

A veces tenía ganas de contárselo a alguien, pero sabía que nadie lo entendería. Ni siquiera Yugyeom, que por razones obvias tuvo que enterarse, evitaba la mirada lacerante, llena de desaprobación, que le dirigía cada vez que Jeongguuk hacía otra de sus estupideces: invitar a Taehyung a jugar tenis aunque su rechazo brillaba con luces led en un anuncio tan grande como si lo exhibieran en Times Square, frecuentar los campos de golf en las afueras de la ciudad con el objetivo de verlo a lo lejos vestido de blanco como un ángel, seguirlo hasta el estudio de Hope on the Street y bailar a su lado o en línea directa de su mirada.

¿Y Taehyung? Odiándolo, como siempre. Evitándolo, pero apareciendo en YouTube, en las revistas, en Instagram y Twitter, en las conversaciones del grupo como una nota al pie, en todas las horas que se sucedían internamente en la cabeza de Jungkook donde todo era Taehyung y Taehyung y Taehyung hasta el fin del mundo. ¿Cuándo podría librarse de él? ¿Qué más tenía que hacer?

Se acurrucaba en la cama de ese apartamento que no era suyo con el cuello de Yugyeom pegado en la nariz, en la boca que, seca, se cerraba con fuerza, y rogaba que Taehyung lo dejara en paz de una vez por todas, que estaba tan, tan cansado. Pensaba que quizás él también odiaba a Taehyung como Taehyung lo odiaba.

Cuando por fin Taehyung lo confrontó a la salida de Hope on The Street, deseó por unos segundos que ese fuera el momento en el que lo veía por última vez. Jeongguk no tenía fuerzas para renunciar a él, pero quizá Taehyung...

—Jeongguk—dijo Taehyung, con la voz tensa.

Jeongguk lo miró. Era la primera vez que Taehyung le dirigía la palabra por su propia voluntad. No estaba listo. Tenía su peor ropa, la piel manchada. Al menos se había dado una ducha. Luego recuperó un poco la cordura y se enfureció al instante.

—¿Qué?—preguntó—. ¿Qué quieres?

—Jeongguk—repitió Taehyung. Una pausa—. ¿Por qué me miras así?

—¿Así?

—Así como si... me odiaras—Otra pausa. Jeongguk quiso clavarlo en la pared con los ojos. ¿Cómo se atrevía a preguntar eso?—. Sé que lo haces, pero...

—¿Por qué no juegas tenis?

Taehyung miró a su alrededor.

—Eh... ¿Ocupado? Humm, quiero decir, yo. Ocupado. Mucho—balbuceó.

Jeongguk apretó la mandíbula. Olía a mentira, a excusas. Ni siquiera se había esforzado en inventar algo más concreto. ¿Para qué le dirigía la palabra si no podía defenderse?

—Ya—dijo Jeongguk, entre dientes.

De pronto Taehyung sacó su celular del bolsillo delantero de su pantalón y fingió que miraba algo en la pantalla. Jeongguk sintió que su corazón, atorado en alguna parte del diafragma, se encogía hasta casi desaparecer. El dolor fue intenso, tomó sus pensamientos que flotaban alrededor de Taehyung como mariposas y los ató fuertemente con una soga. Estaba perdiendo el tiempo. Tenía planes.

El negro es un color alegre | BTS | KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora