♪Capitulo 1♪

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El corazón me latía a mil por hora

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El corazón me latía a mil por hora. Me llevé una mano al pecho y la otra la apoyé en mi rodilla mientras escuchaba los gritos del profesor Kennedy alegando sobre el pésimo estado físico que teníamos.

—Quisiera meterle una tusa en la boca para ver si así logro amortiguar sus alaridos de señora histérica—refunfuñó Alejandra colocándose junto a mí. Tenía el rostro pálido y la respiración tan agitada que parecía a punto de desmayarse.

—Dímelo a mí—respondí mientras esperaba unos segundos antes de reincorporarme y volver a correr por la cancha.

—¡Dos vueltas más y pueden irse! —informó el profesor Kennedy a través del megáfono que sostenía entre las manos.

Para él era tan fácil decir que "solo" quedaban dos vueltas más cundo se la pasaba toda la clase observándonos desde las gradas con una botella de Coca-Cola en la mano.

En el momento en que Alejandra y yo nos dios cuenta que lo que quedaba relativamente poco, corrimos lo más rápido que el agotamiento nos lo permitió. Poco después caímos al suelo rendidas y sin la capacidad de mover un solo musculo, mientras, el profesor Kennedy informaba que la clase había terminado.

—Lo dice cuando cuándo ya no siento las piernas y, dudo que sigan funcionando correctamente después de esta tortura— ironizó Alejandra y yo me burlé mientras intentaba regular mi respiración antes de pensar siquiera en ponerme de pie.

—Vamos, nada cambiará si nos quedamos aquí—. Me puse de pie y le extendí mi mano para que se levantara, ella la tomó y se colocó junto a mí.

—Por una leve fracción de mi vida, creí que sería mi fin—. Sí, Alejandra podía llegar a ser muy dramática, yo siempre decía que ella era la verdadera queen of drama.

Estábamos tomando agua cuándo cuando miles de murmullos se levantaron por el lugar provenientes de las personas que aún quedaban en la cancha, en su mayoría chicas. Alejandra y yo nos detuvimos a observar cuál era la razón y claro, como no podía ser de otra forma; el equipo de baloncesto entraba a la cancha para su entrenamiento, como siempre, haciendo uso de su postura tan erguida y actitud arrogante intentando hacerle creer a todo el mundo que eran el centro del universo. Parecía que acababan de descubrir un nuevo planeta.

—Me cae horrible ese hombre—sentenció Alejandra haciendo un gesto de desagrado mientras arrugaba la nariz al ver al chico de ojos grises celebrar haber hecho una cesta incluso cuando no se lo proponía, lo que provocó que la ola de murmullos aumentara y su ego subiera más arriba de la estratosfera, aunque no sabía si eso aún era posible.

—No eres la única— confesé—. Si te cae mal a ti que eres su hermana imagínate al resto—. Respondí cruzándome de brazos con la misma expresión de fastidio que ella tenía. Me disgustaba el egocentrismo y cinismo que manejaba Mathias Anderson, aunque me disgustaba más el hecho de que su existencia me importara lo suficiente como para infligir algo en mí.

Limerencia [En Edición]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora