PRÓLOGO

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—¿Estás dispuesta a ayudarme a pintar nuestro hogar, nuestro futuro en este gran lienzo? —La voz de Daniel resonó en el aire cargada de esperanzas y sueños, mientras miraba a Jazmín con determinación en los ojos.

Ambos se encontraban de pie, con sus manos entrelazadas, frente a los que Daniel hacía alusión como "gran lienzo"; una gran puerta de roble de doble hoja que conducía al interior de una inmensa mansión heredada por su abuelo paterno.

Jazmín asintió, sin poder pronunciar palabra alguna, su corazón latiendo al unísono con el de Daniel. La mansión, alguna vez lujosa y esplendorosa, yacía ahora en ruinas. Las ventanas rotas, las paredes descascaradas y el jardín cubierto de maleza. Pero, ellos veían más allá de la decadencia, veían el potencial y la belleza oculta bajo las capas de abandono.

Daniel sacó un pincel imaginario y trazó líneas en el aire. Jazmín sonrió, imaginando los colores que llenarían cada habitación, las risas que resonarían en los pasillos y los secretos que compartirían juntos.

—Será nuestro proyecto—dijo Daniel, su voz suave como el lienzo en blanco que tenían ante ellos—, restauraremos cada rincón, cada detalle. Esta mansión será nuestro refugio, nuestro hogar.

Jazmín miró la puerta de roble, sintiendo la energía del lugar. No importaba cuánto tiempo hubiera pasado desde que alguien cruzó esa entrada. Ahora era su turno. Tomó la mano de Daniel con firmeza.

—Estoy lista— respondió finalmente—. Acá pintaremos nuestra historia, Dan, en cada habitación, en cada rincón. Nuestro futuro será más hermoso que cualquier obra de arte. —Lo abrazó.

La mansión, con sus paredes desgastadas y su techo agrietado, parecía recibir a Daniel y Jazmín con los brazos abiertos. El polvo flotaba en el aire cuando entraron, como si la casa misma estuviera exhalando su historia. Daniel, con su rostro cubierto de tierra luego de que se desprendiera desde el techo, no pudo evitar sonreír. Era como si el pasado se hubiera posado sobre él, recordándole que estaban allí para escribir un nuevo capítulo.

—¡Esto es hermoso! —dijo Daniel, mirando a Jazmín con ojos llenos de esperanza. Ella asintió, y sus manos se apretaron aún más. El eco de su respuesta resonó en las paredes vacías, como si la mansión misma aprobara su decisión.

Se soltaron y comenzaron a explorar. El gran salón, con sus ventanas rotas y su suelo polvoriento, parecía un escenario de película antigua. Daniel abrazó a su prometida para girar en círculos, como si bailaran en medio de la decadencia. Jazmín unida a él, reía mientras el eco de su felicidad llenaba la habitación.

Pero su momento fue interrumpido por la llegada de la madre de Jazmín. A través del gran ventanal destruido, vieron a la señora que transmitía una vibra encantadora, pero a pesar de su sonrisa se podía notar que su mirada guardaba cierta tristeza. Ella estaba en el jardín, acompañada del personal que ayudaría a reconstruir la mansión.

—Deberían ahorrar sus energías, chicos. — interrumpió la madre de Jazmín con una voz suave pero cargada de emociones. —Hay mucho trabajo por hacer.

Salieron al jardín, donde las flores habían crecido salvajes y un antiguo aljibe se alzaba como un monumento al pasado. Daniel imaginó una piscina allí, un oasis en medio de la renovación. Pero, Jazmín tenía otros planes. Ella quería mantener el aljibe, preservar su encanto rústico.

—Es un pedazo de historia —argumentó Jazmín mirando a Daniel con determinación—, no podemos perderlo.

—No sé. Una piscina en ese lugar sería ideal—señaló al viejo pozo, decidido.

—Daniel—lo nombró con un tono suave, posicionándose frente a él. Puso su mejor y dulce gesto facial para tratar de convencerlo. Para ella, el viejo pozo debía quedarse ahí. —Quedémonos con el aljibe ¿sí? —sus ojos brillaban con ternura.

—Déjamelo pensar—Fingió dureza, sabiendo que perdería ante sus encantos.

—Ambos sabemos que Jazmín siempre se sale con las suyas —Agregó su suegra—. Tendrás que pensar en otro lugar para la piscina, Daniel. —Sonrió en complicidad junto a su hija.

Las semanas avanzaron y la mansión resonaba con el eco de sus pasos y risas. La madre de Jazmín había salido para atender sus deberes como docente de biología en el colegio de la ciudad. Daniel y Jazmín se quedaron solos, ayudando en las últimas tareas que quedaba de la reconstrucción.

Horas más tarde, mientras los obreros limpiaban el pozo, uno de ellos descubrió algo inusual: una caja de metal. El objeto estaba cubierto de óxido y tenía un aire de misterio. Los obreros la entregaron a Daniel y Jazmín, quienes la sostuvieron con curiosidad.

—¿Qué crees que hay dentro? —preguntó Jazmín acariciando la superficie rugosa del cofre.

Daniel se encogió de hombros, su mente enlistando posibilidades.

—Podría ser un tesoro de algún pirata que escondió sus riquezas aquí—bromeó. —, o tal vez perteneció a mi abuelo, quien siempre tenía secretos guardados.

—O quizás sea algo completamente diferente ¿Deberíamos abrirlo? — Jazmín sonrió.

La curiosidad los consumía. Se sentaron en el suelo y con el cofre entre ellos. Daniel buscó una herramienta para forzar la cerradura, mientras Jazmín imaginaba las historias que podrían estar ocultas dentro.

Finalmente, con un chasquido, el cofre se abrió. En su interior, encontraron siete sobres de papel amarillento. Las letras estaban grabadas en Braille, como pequeños secretos codificados.

—¿Qué significa esto? —susurró Jazmín, tomando uno de los sobres en sus manos.

—No lo sé —Daniel frunció el ceño—, pero estoy seguro de que estas cartas tienen una historia que contar ¿Qué dirán? —Preguntó mientras cerraba sus ojos y pasaba sus dedos sobre el papel, sin lograr entender.

—¡Mamá! —exclamó Jazmín. Tomó su celular y le mandó una foto de las cartas a su madre, quien en el pasado fue una persona no vidente.

La madre de Jazmín estaba en el colegio cuando su teléfono vibró. Al ver la foto que su hija le había enviado, su pulso se aceleró. Las cartas en braille, esas palabras codificadas, despertaron un presentimiento culposo en su corazón.

—Licenciada—La directora de la institución se dirigió a ella con muchos papeles abrazados a su pecho, de los cuales sacó un sobre. —Esto es para usted.

Abrumada, ignoró por completo a la directora y solo se limitó a recibir el sobre. Sin dudarlo por mucho tiempo abandonó la sala de profesores y se encaminó rápidamente hacia la casa de su yerno. El volante temblaba en sus manos mientras conducía de regreso a la mansión. El sol se ocultaba tras las colinas, y sus ojos grises se humedecieron, resaltando con un brillo peculiar.

Finalmente se detuvo frente a la gran puerta de roble. El viento susurraba entre las hojas marchitas, como si la casa misma compartiera su tristeza.

—Ian...—Pronunció casi en un llanto.

Olvidado Corazón ⒸDonde viven las historias. Descúbrelo ahora