CARTA #4: NO QUIERO OLVIDARTE.

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"Ada...

Esta es mi carta número 92, ya me he vuelto profesional escribiendo con este aparatito. Solo presiono la tecla correspondiente y esta se va imprimiendo automáticamente en la hoja de papel..."

—¡Siempre tienes que andar haciendo estupideces, Ian! —Los gritos de Mateo resonaban por toda la casa, retumbando en los oídos de Ian como un trueno ensordecedor.

Ian se encontraba sentado en el sofá, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas. Su madre, Alicia, lloraba en silencio a su lado, su rostro oculto entre sus manos temblorosas.

—¿Crees que fue fácil para mí? —replicó Ian, su voz cargada de angustia—. ¿Crees que no me dolió tomar esa decisión?

—¡No me importa! —Mateo pateó una silla, haciéndola volar por el aire—. ¡Fuiste un idiota egoísta! ¡Entregaste tus ojos por esa... esa mujer que te abandonó!

Alicia sollozó con más fuerza, incapaz de contener su dolor. Ian apretó los puños, la ira ardiendo en su interior.

—¡No te atrevas a hablar así de ella! —gritó Ian poniéndose de pie de un salto.

Mateo se acercó a él, sus rostros a pocos centímetros de distancia. Ian podía sentir el aliento caliente de su hermano en su cara.

—¿O qué harás? ¿Eh? ¡No puedes ver nada, idiota! —Mateo empujó a Ian con fuerza, haciéndolo tambalearse hacia atrás.

Su madre se levantó de repente, interponiéndose entre sus dos hijos. Sus ojos enrojecidos brillaban con una determinación feroz.

—¡Basta! —gritó, su voz cortó el aire como un cuchillo afilado—. ¡Ambos, deténganse ahora mismo!

Mateo y Ian se quedaron inmóviles, sorprendidos por la repentina intervención de su madre. Ella miró a Mateo con su expresión severa.

—Tú, fuera de esta casa —ordenó señalando hacia la puerta— Ahora.

Mateo abrió la boca para protestar, pero la mirada de su madre lo detuvo. Con un gruñido frustrado salió de la casa azotando la puerta tras de sí.

Ella se volvió hacia Ian, su expresión suavizándose ligeramente. Se arrodilló frente a él y tomó sus manos entre las suyas.

—Ian, cariño... —susurró con su voz quebrándose—. No puedo soportar verte así. Tú y tu hermano, peleando constantemente; Es demasiado para mí.

Ian tragó saliva sintiendo un nudo en la garganta. Su madre acarició su mejilla con ternura.

—Necesito... necesito que te vayas o se van a matar entre ustedes—dijo finalmente con las lágrimas rodando por sus mejillas—. Necesito encontrar la paz y tú, también.

Ian negó con la cabeza, incrédulo.

—Pero mamá... yo...

Ella, lo silenció con un suave beso en la frente.

—Sé que es difícil, pero es lo mejor —susurró—. Ve y encuentra tu camino, lejos de aquí. Lejos de las peleas y los reproches.

Ian sintió una opresión en el pecho, como si le faltara el aire. Su madre lo estaba echando de su propio hogar, pero en el fondo, sabía que tenía razón. No podía seguir así, sumido en las peleas constantes y la amargura.

Con manos temblorosas y torpeza, Ian tomó la caja de metal que contenía todas las cartas que le había escrito a Ada a lo largo de los últimos tres meses. Era su tesoro más preciado, su vínculo con el pasado.

Olvidado Corazón ⒸDonde viven las historias. Descúbrelo ahora