Capitulo 2

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Estaba en mi habitación terminando los deberes del instituto cuándo los golpes en la puerta me sobresaltaron

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Estaba en mi habitación terminando los deberes del instituto cuándo los golpes en la puerta me sobresaltaron. Sean quién fuese el ser al otro lado de la puerta, al parecer, tenía la intensión de tumbarla.

—¿Qué mierda? —cuestioné mirando hacía la minina que hace apenas un instante estaba descansando sobre mi cama, pero al igual que yo, se alteró producto de los golpes. Nica bajó de mi cama y se puso entre mis piernas con la cola hecha un churrusco. —No te muevas de aquí, Nica, ya vuelvo— ordené mientras caminaba fuera de mi habitación. Nica, como siempre, ignoró mi orden y cuando llegué al último escalón ella ya estaba de nuevo restregándose entre mis piernas. —¡Nica! — la regañé justo antes de que otro golpe nos sobresaltara. Después de casi cinco años viviendo ahí, era la primera vez que alguien venias a tumbarnos la puerta agolpes, y justo ocurría cuando yo estaba sola.

Fenomenal. Nótese el sarcasmo.

Al abrir la puerta me encontré con una Alejandra roja de cólera. Parecía que pronto comenzaría a salirle humo por las orejas.

Ay babosa, me asustas.

—Pronto tendrás que ir a visitarme a la cárcel luego de que se me acuse de asesinato a Mathias Anderson— sentenció entrado a mi casa. Sus pasos resonaban por toda la casa. Definitivamente, estaba muy cabreada.

—¿Qué te ha hecho ahora? — pregunté cerrando la puerta y siguiéndola. Al llegar a la sala la encontré tumbada boca abajo sobre el sofá.

—Mathias me tiene hasta la coronilla—. Alejandra se retorció sobe el sofá como si estuviera dándole convulsiones, o peor aún, estuviese sufriendo una posesión demoniaca, aunque el demonio estaría atrapado con Alejandra y no al revés.

—Gracias, eso resuelve todas mis dudas— ironicé cruzándome de brazos.

—Me da rabia que siempre que llego a casa tiene a Samantha metida en la habitación, y ahora que nuestros padres se fueron de viaje Samantha anda por la casa como si fuese suya—. Alejandra se tapó el rostro con un cojín para amortiguar un grito. La entendia, si yo estuviese en su situación también me sentiría frustrada si una chica como Samantha anda merodeando por mi casa.

—¿Y que esperaba? Por Dios, Alejandra, es Mathias, no debería sorprenderte—comenté lo obvio. —¿Pero ya has hablado con él, o por lo menos lo haz intentado? Por muy gilipollas que pueda llegar a ser, Mathias debe entender que esa también es tu casa y mientras tus padres no estén deben llevar un acuerdo de paz y, que le diga a la cabeza de chorlito de Samantha que deje de ser una perra fastidiosa.

—Ya se lo he dicho pero él no entra en razón, siempre hace lo que se le da gana— siguió. —Es como si yo solo fuese una pared más dentro de la casa.

Duramos toda la tarde en esa situación: Alejandra quejándose del comportamiento de su hermano y yo escuchándola despotricar de medio mundo mientras aceptaba que ella tenía la razón, porque sí, Alejandra tenía la razón, Mathias era como un grano en el culo la mayor parte del tiempo.

Limerencia [En Edición]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora