PRÓLOGO

189 17 5
                                    




Capadocia, Turquía

La sangre brota, caliente y pegajosa, tiñendo el suelo y mis manos en guantes de cuero negro de rojo. El hombre cae al suelo, su aliento entrecortado por el dolor y el horror de lo que ha ocurrido. Lo abordo con mi cuerpo, subo a su regazo y empiezo a colisionar la piedra sintiendo como mi mirada se nubla, pero yo ya no siento compasión, solo la satisfacción fría y vacía de haber cumplido mi deber, de saciar la necesidad que nace en mis adentros.

Con el filo de la piedra rompo su ropa y abro su estómago en punzadas fuertes hasta dejar visible sus intestinos, los cuales saco de su vientre, sintiendo el calor en mis manos. Antes era suficiente con los animales, como aquella vez que mi padre me encontró en el bosque de nuestra casa, pero luego los venados se convirtieron en presa fácil y dejaron de atraerme como lo hacen los humanos.

El silencio se cierra a mi alrededor, aparto mis gafas cubiertas de sangre de mis ojos y las guardo en el bolsillo de mi abrigo a la vez que elevo mi mirada al cielo, contemplando las estrellas, observando en silencio mientras la vida sale del cuerpo del hombre, como una ofrenda a los antepasados que siguen vivos en mi sangre.

Y mientras desciendo mi mirada siento una mezcla de alivio y desesperación, sabiendo que esta noche no será la última en la que derrame sangre en nombre de la pasión retorcida que habita en mi alma fragmentada.

Mis manos con guantes están cubiertas de sangre, un líquido oscuro y viscoso que se aferra a mi piel como un recordatorio de mis acciones. ¿Cómo llegué a este punto? ¿Cómo me encontré en medio de este bosque de rocas oscuro, rodeada por la penumbra de la noche y el eco de mis propios pensamientos?

Recuerdo el día en que maté a mi primera mascota, un regalo de alguien que sigue estando presente en mi vida, aunque hace muchos años dejó de estarlo físicamente. Era solo una niña, pero algo dentro de mí se sintió poderoso al ver la vida escapar de aquel pequeño ser. La sensación de control, de dominio sobre la vida y la muerte, se apoderó de mí de una manera que no podía entender entonces.

Los años pasaron, pero el impulso no desapareció. Se ocultó en las sombras de mi mente, esperando pacientemente el momento adecuado para emerger una vez más. Y cuando lo hizo, me dejé llevar por él sin reservas, convirtiéndome en una depredadora en busca de presas, alimentando mis instintos más primitivos.

—¿Qué hemos hecho? — digo respirando agitadamente.

—Lo que debía hacerse —escucho que me dice alguien—. No hay vuelta atrás ahora.

—No puedo seguir así —murmuro—. No puedo vivir con esto.

— ¿Vivir? ¿Acaso estamos viviendo ahora? Esto es solo el comienzo —me dice alguien más.

—Pero... pero él no merecía morir de esta manera —susurró mirando al suelo.

— ¿Quién lo merece, entonces? —me dice otra persona distinta a las anteriores— ¿Acaso merecemos nosotras vivir con este peso en nuestras manos?

—No lo sé —digo vacilando—, pero no puedo soportarlo más.

— Entonces, ¿qué propones hacer? ¿Correr y esconderte como siempre? — me pregunta.

—No, esta vez... esta vez debo enfrentarlo —afirmo —Debo enfrentar lo que hemos hecho.

— ¿Y crees que podrás? ¿Crees que podrás enfrentar a las bestias que yacen dentro de nosotras?

—Lo haré — digo sin vacilación—. No tengo otra opción.

—Entonces corre, Mikaela — me dicen las tres en un susurro siniestro—. Corre y no mires atrás. Porque una vez que comiences este camino, no habrá vuelta atrás.

M A R EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora