Capitulo 4

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Harold exploró el perímetro mientras se iba acercando. La luz parecía que venía de una habitación de la primera planta. Las cortinas de una ventana estaban ligeramente abiertas. Tendría una buena vista para evaluar primero la situación. En el porche probó su peso en el primer escalón. Ningún crujido traicionó su presencia. Centímetro a centímetro se abrió paso hasta la ventana. Respiró profundamente y apretó la sujeción en la pistola. Se atrevió a atisbar dentro.

Se quedó boquiabierto sin poderlo evitar. Una mujer estaba sentada desnuda frente al calor de una chimenea mientras se pasaba un cepillo por su largo y oscuro cabello. Era un reloj de arena perfecto. Con la cantidad justa de curvas en las tetas y el culo que la hacían, a su modo de ver, cien por cien follable.

Mientras ese pensamiento lascivo le cruzaba la mente, ella bajó la mirada hacia sus pechos y se acarició los pezones con los largos dedos. Se puso duro por completo. Entonces ella revoloteó su mano hacia la entrepierna. Harold se tocó su erección. El empalme duraría hasta que pudiera hacer algo con ello de una manera o de otra.

Tragándose la imagen de la mujer retorciéndose con apasionado abandono bajo él, Harold fue hacia la puerta, al golpearla le llegó la respuesta de ella.

—Ya llego.

Mala elección de palabras... muy mala. Tragó de nuevo. Sus pasos hacían eco en el suelo de madera. Él medio rogó que respondiera a la puerta desnuda. Enfundó el arma y buscó su placa.

Mantenlo en el plano profesional, Harold.

El cerrojo se descorrió. Segundos después, la puerta se abrió. Una bata de seda azul ocultaba sus atributos.

—Detective Harold Azuara, señora. Policía de Los Ángeles. Estamos buscando a alguien que podría representar una amenaza para usted.

—Bien, entre, detective. Parece empapado y seguramente podría evitar coger un resfriado. También está mojado. Quítese el abrigo y... quédese un rato.

Su voz sensual le provocó un hormigueo en la columna. Su pene latió como muestra de agradecimiento. Joder, ella era caliente.

Ella le agarró el abrigo y se lo sacó de los hombros mientras él cruzaba el umbral.

—Tengo té caliente en el fuego. Sírvase usted mismo.

Le ofreció una media sonrisa mientras colgaba la prenda en el perchero al lado de la puerta.

—Veo que viene... completamente armado. —Le pasó los dedos sobre la camisa hacia la pistolera.

El instinto le hizo agarrar el arma.

—Un oficial de policía siempre va armado, señorita.

—Armado y a punto. Justo del modo que me gusta. —Señaló con el brazo hacia el sofá color verde militar frente al fuego.

¿Estaba ella insinuando un pequeño escarceo? Tío, si no estuviera de servicio estaría más que dispuesto. Harold no podía pensar en nada mejor que pasar una noche de tormenta envuelto en los brazos de una mujer preciosa.

The Favorite of professorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora